CAPÍTULO 11
CULPA
Llegaron a la barra y Clare la abrazó, Helen se hizo pequeña intentando sentirse más segura.
— Siento mucho haberte perdido de vista — se disculpó su amiga.
— Está bien, no tienes la culpa. No sé qué sucedió — dijo en un escaso intento de sonar más calma debido a la hiperventilación por la angustia contenida. Seguía sin poder llorar ni expresar algún gesto de preocupación más allá de su respiración y los desquiciados latidos del corazón.
— Les advertí que no sería buena idea — Sonó una voz detrás suyo. Le resultaba tan familiar como acogedora en ese momento, a pesar de lo furiosa que sonaba. Cuando giró notó que se dirigía a su amiga, no a ella.
No solo había enojo en William, sino una enorme preocupación. Se estremeció y él se acercó a ella, apoyó ambas manos en sus mejillas y luego en sus hombros, comprobando que estuviera bien.
El hombre llevaba puesto una camisa azul Francia con los puños arremangados, afuera del pantalón negro y zapatos de vestir acordonados a juego. Se veía tan bien que a la joven se le escapó un suspiro, agradeció que él confundiera el significado del mismo.
— ¿Te hizo daño? — sus ojos puestos en los de ella eran tan profundos e intensos que no podía concentrarse. Negó con la cabeza y William le rodeó los hombros con un brazo, haciéndola sentir a salvo, sobre todo teniendo en cuenta las diferencias de tamaños. Sus nervios comenzaron a cesar a una velocidad sorprendente. — ¿Dónde está Christian? — se dirigía a Clare. La furia con la que la escrutaba le dio a Helen una punzada de pena, parecían muy cercanos para causarles algún problema o que se pelearan por su culpa. Tan cercanos que hasta le daba celos, recordó y se regañó por aquel pensamiento.
— No lo sé, lo capturó y no lo vi más.
— Aquí estoy, ya no le hará daño— Llegó Christian.
— De acuerdo, nos vamos. No vamos a seguir arriesgándonos a lo que es obvio— afirmó William. Segundo después condujo a Helen fuera del club, ignorando las miradas que las personas les dedicaban; sobre todo las mujeres a aquel hombre que parecía esculpido.
— Espera ¿qué fue lo que sucedió? — sin respuestas prosiguió— Por lo menos debo avisar a mis amigas, se preocuparán — se quejó
— Mis primos se encargarán de ello.
— ¿Tus primos? — ¿de quiénes hablaba ahora?
— Christian y Clare.
— ¿Son tus primos? ¿Por qué diantres no me lo has dicho antes? — de golpe la enfadada era ella, habían llegado a la calle. William se detuvo y giró incrédulo.
— ¿Casi acabas de ser raptada y te preocupa no haberte comentado mi parentesco?
— Bueno… sí — Incluso ella estaba sorprendida e incrédula. El hombre casi soltó una risa de desconcierto.
— Eres increíble — se encaminó al Audi azul y sonó el pitido del seguro, le abrió la puerta y ella subió sin mediar palabra.
Comenzó a conducir y encendió el reproductor. “Not afraid anymore” empezó a sonar. Que cierto era todo aquello, tanto que se debatió si estaba entendiendo la letra tal cual era o la estaba inventando.
Posó sus ojos en él, que manejaba con la mente perdida, ansió conocer sus pensamientos. Ya no lo podía evitar, no tenía más miedo, ya no estaba asustada. En su lugar una adrenalina inexplicable recorría cada rincón de su cuerpo y la serenidad invadía su mente.
En la oscuridad de la noche las tenues luces de la carretera iluminaban sectores del rostro y cabello del hombre, mezclando el color platino con el dorado.
Con los ojos recurrió el contorno comenzando por el corto cabello que apenas tocaba su frente, despeinado; continuó por frente de la proporción correcta, las cejas que enmarcaban su preciosa mirada enmarcada en unos ojos increíblemente grises en ese momento, como si pudiera ver a través de ellos. Siguió por su nariz recta y respingada, la barba corta que rodeaba sus seductores labios, los relucientes y ordenados dientes blancos que aparecieron cuando suspiró silenciosamente; el mentón armonioso que cerraba su rostro. Se dejó llevar por su cuello hasta donde la barba desaparecía prolijamente. La nuez de Adán que se movía sensualmente cuando tragaba.
Ese hombre estaba volviéndola loca, tenía que despertar, debía detener todo lo que descubrió que sentía por él, no le pertenecía. Notó un gesto de preocupación y molestia en su rostro que la obligó a desviar la mirada con disimulo.
— Mañana comienza tu entrenamiento — informó William con la vista aún perdida en la carretera y luego de unos segundos de silencio continuó — no puedo permitir que sigas sin saber defenderte, el mejor escudo que tendrás va a ser tu magia.