El cielo estaba cubierto de nubes desde el amanecer, anticipando una tormenta inminente. El viento, helado y cortante, arrastraba las hojas secas por la acera frente a la casa. Julia observaba el horizonte desde la ventana del salón, pero no veía nada realmente. Estaba atrapada en sus propios pensamientos. Su cuerpo, delgado y frágil, se tensaba como si fuera a quebrarse en cualquier momento. Las palabras en su cabeza eran espinas que se clavaban una y otra vez.
Lucas no tardaría en llegar. Siempre puntual. Pero ya no era el mismo Lucas del que se había enamorado hace cinco años. O tal vez nunca lo fue, y ella había sido demasiado ciega para verlo.
—¿Cómo pude ser tan ingenua? —susurró, mientras las lágrimas que llevaba horas conteniendo comenzaron a deslizarse por sus mejillas.
La noche anterior, todo había explotado. Habían asistido a una cena con amigos. Lucas había bebido más de la cuenta, algo habitual últimamente. Sus comentarios crueles comenzaron de forma sutil, como siempre, envueltos en bromas que llevaban un filo envenenado.
—Julia, ¿por qué no cuentas lo de tu “gran idea”? —dijo Lucas con su tono sarcástico frente a todos.
Ella, incómoda, intentó sonreír mientras relataba el proyecto que había estado planificando durante meses. Apenas pudo terminar cuando Lucas soltó una carcajada que le heló la sangre.
—Sí, claro, su proyecto… Otro más que dejará a medias, como todo lo demás —dijo sin siquiera mirarla. --No puede con las tareas de casa, para meterse en más proyectos.
El silencio en la mesa fue devastador. Nadie la defendió. Nadie quiso intervenir. Julia sabía lo que eso significaba. Sabía que cuando llegaran a casa, las palabras que ahora parecían inofensivas se convertirían en dagas mucho más filosas.
De vuelta en su apartamento, Lucas no tardó en atacarla. Ni bien cerró la puerta, lanzó sus insultos, cada uno como una bala dirigida al corazón.
—Eres una inútil. No entiendes nada. Te crees importante, pero no eres más que un peso muerto. Siempre soñando con cosas que jamás lograrás. ¿Por qué no dejas de hacer el tonto delante de la gente?
Julia permaneció en silencio. Ya había aprendido que cualquier intento de defenderse solo empeoraría las cosas. Se quedó quieta, sintiendo cómo cada insulto la destrozaba un poco más. Él caminaba furioso de un lado a otro del salón, como si su sola presencia lo enloqueciera.
—¿Sabes qué? Estoy cansado de ti —dijo de repente, con una frialdad que hizo que el aire en la habitación se congelara—. Ya no quiero seguir fingiendo. Me das tanto asco que estoy con otra.
Esas palabras fueron un golpe en el estómago.
Julia sintió que se quedaba sin aire. Intentó procesar lo que acababa de escuchar, pero su mente se negaba a entenderlo. “¿Con otra?”, pensó, sintiendo que el mundo se desmoronaba bajo sus pies.
Lucas la miró, y por un segundo Julia, creyó ver una sombra de culpa en sus ojos, pero desapareció tan rápido como había aparecido.
Se dio la vuelta y salió del apartamento, dejándola sola en la oscuridad, rota.
Ahora, de pie en el salón, esperando su regreso, Julia sabía que tenía que decir algo, pero el miedo la paralizaba. No era miedo al dolor físico, porque Lucas nunca la había golpeado. Su miedo era al silencio, a esa indiferencia que la hacía sentir invisible, insignificante.
La cerradura giró, y el sonido de la puerta al abrirse llenó el aire como un eco cruel. Lucas entró sin mirarla, como si ella no existiera. Su abrigo estaba empapado por la nieve, y el olor a alcohol lo envolvía. Caminó directo hacia la cocina, ignorándola por completo.
Julia se levantó lentamente del sofá, sus piernas temblaban. Sentía que no tenía fuerzas, pero sabía que no podía seguir callada. Esta vez debía ser diferente.
—Lucas —su voz sonó débil, pero al menos logró que él se girara.
—¿Qué? —respondió con impaciencia, como si la idea de hablar con ella fuera un fastidio.
—Tenemos que hablar.
Lucas suspiró, visiblemente irritado. Se apoyó en el respaldo de una silla, mirándola con ojos vacíos.
—Si es para llorar, prefiero que te ahorres el drama. No va a cambiar nada.
Julia tragó saliva, luchando por contener el llanto. El dolor era insoportable, pero tenía que seguir.
—¿Es verdad lo que dijiste anoche? —preguntó, con su voz apenas audible—. ¿Estás con otra?
Lucas la miró sin inmutarse. Ni un rastro de culpa tenía en su rostro.
—Sí —respondió con una frialdad que le heló el alma.
Julia sintió cómo todo su ser temblaba, pero se obligó a mantenerse en pie.
—¿Por qué? —logró preguntar, sintiendo que la pregunta la desgarraba por dentro—. ¿Por qué me haces esto?
Lucas dejó escapar una risa breve, cruel.
—Porque me aburriste, Julia. Ya no tengo nada más que hacer aquí. Eres aburrida. ¿Es tan difícil de entender?
Y ahí estaba, la verdad desnuda y despiadada. El silencio que siguió fue aún más doloroso que las palabras. Julia sintió que el mundo se cerraba sobre ella, pero algo dentro de ella cambió. Un fuego que había estado apagado por años comenzó a encenderse. Ira.
—¿Aburrida? —repitió, su voz temblando, pero con una intensidad que la sorprendió—. ¿Eso soy para ti? ¿Un pasatiempo? ¿Algo que puedes desechar cuando te canses?
Lucas soltó un suspiro exasperado.
—No tengo ganas de discutir. Déjalo estar.
—¿Déjalo estar? —repitió ella, incrédula—. ¿Después de cinco años, de todo lo que soporté?
Lucas se irguió, cruzando los brazos.
—Las cosas cambian. Yo cambié. Tú sigues siendo la misma niña insegura.
Julia sintió que esas palabras la apuñalaban, pero en lugar de desmoronarse, algo dentro de ella se fortaleció.
—No soy débil, Lucas —dijo, sorprendida por la firmeza en su voz—. Me hiciste dudar de mi valor, pero ahora veo quién realmente eres. No me destruirás más. Lárgate.
Lucas parpadeó, visiblemente desconcertado por su respuesta.