Más allá del dolor

CAPITULO 3

Los días que siguieron transcurrieron de manera rutinaria para Julia, pero había algo que no podía quitarse de la cabeza: Daniel. Aunque su encuentro en la cafetería había sido breve, no dejaba de pensar en la serenidad que él le había transmitido, en lo cómodo que fue estar con alguien que no la presionaba ni invadía su espacio. Por primera vez en mucho tiempo, sentía una curiosidad suave, casi tímida.

Volvió a la cafetería al día siguiente, y al siguiente también, aunque no se atrevía a admitir que lo hacía con la esperanza de verlo de nuevo. El tercer día, al entrar y escuchar el tintineo de la campanilla de la puerta, lo vio sentado en la misma mesa junto a la ventana, escribiendo en su cuaderno. Estaba concentrado, con el ceño ligeramente fruncido, pero cuando levantó la vista y la vio, una sonrisa suave apareció en su rostro.

—Hola, Julia —dijo, como si la hubiera estado esperando todo ese tiempo.

Julia sintió cómo el calor le subía a las mejillas. No entendía por qué estaba nerviosa. Después de todo, solo era una conversación. Pero algo en su interior le decía que esa pequeña conexión significaba más de lo que estaba dispuesta a admitir.

—Hola, Daniel —respondió mientras se acercaba a su mesa—. ¿Te importa si me siento?

Él negó con la cabeza y señaló la silla frente a él.

—Me alegra que hayas vuelto. Pensé que quizá no lo harías.

Ella se encogió de hombros mientras se quitaba el abrigo y tomaba asiento.

—Supongo que me estoy acostumbrando a venir aquí. Aunque no esperaba verte tan seguido.

—Es un buen lugar para pensar —dijo él, tomando un sorbo de su café—. Y últimamente, eso es lo único que he estado haciendo.

Julia sonrió, sintiendo cómo el ambiente entre ambos se hacía más relajado. Pasaron la siguiente hora hablando de cualquier cosa. Daniel le contó su amor por la literatura y cómo escribir le ayudaba a encontrar sentido a lo que no podía expresar de otra manera. Julia, por su parte, habló de su trabajo, de los proyectos que había dejado a medias y de cómo, tras la partida de Lucas, empezaba a sentir que podía retomarlos.

No hablaron de las heridas del pasado ni de las cicatrices que ambos llevaban. Pero, en medio de la conversación, Julia se dio cuenta de que Daniel era distinto a cualquier persona que hubiera conocido antes. No la juzgaba, no intentaba impresionarla. Simplemente, la escuchaba, y eso era algo que no había experimentado en mucho tiempo.

Después de ese día, las semanas pasaron, y lo que había comenzado como simples encuentros casuales en la cafetería se fue transformando en algo más profundo. No había promesas ni expectativas, pero había una calidez en cada conversación, una chispa que empezaba a encenderse en el corazón de Julia, aunque ella tratara de contenerla.

Una tarde, mientras paseaban por el parque cubierto de nieve, Daniel se detuvo a mirar un lago congelado. El sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y dorados. Julia lo miró de reojo, preguntándose en qué estaría pensando.

—Este lugar siempre me ha parecido especial —dijo él, rompiendo el silencio—. Es como si el tiempo se detuviera aquí, como si nada más importara.

Julia asintió, sintiendo una paz similar.

—A veces me gustaría que el tiempo se detuviera de verdad, aunque solo fuera por un instante.

Daniel la miró con esa tranquilidad que siempre la hacía sentir vulnerable, pero de una manera que no le resultaba incómoda. Más bien, sentía que él la veía de verdad, que no necesitaba ocultarse.

—¿Y qué harías si el tiempo se detuviera? —preguntó él con una sonrisa ligera.

Julia guardó silencio unos segundos, reflexionando sobre la pregunta. No estaba segura de la respuesta. Había tantas cosas que deseaba hacer, cosas que había dejado de lado por miedo, inseguridad o simplemente porque se había perdido en medio de una relación que la asfixiaba.

—Creo que lo usaría para entender quién soy —respondió finalmente, con un nudo en la garganta—. Después de tanto tiempo viviendo a la sombra de alguien más, siento que todavía estoy redescubriéndome.

Daniel no dijo nada de inmediato. En su lugar, extendió la mano y tomó la de Julia con suavidad. Fue un gesto simple, pero en ese momento, significó mucho para ella. El calor de su piel contrastaba con el frío de la nieve que caía lentamente a su alrededor, y por un segundo, Julia sintió que el mundo realmente se detenía.

—Todos necesitamos tiempo para encontrarnos —dijo él, mirándola a los ojos—. No tienes que apresurarte. No hay una carrera ni una meta que alcanzar.

Julia asintió, sin apartar la mirada de él. No sabía cuándo comenzó a sentir algo más por Daniel, pero en ese instante lo supo con claridad. Había algo en él que la hacía querer abrirse, confiar de nuevo y creer en la posibilidad de algo diferente. Algo que, por primera vez en mucho tiempo, no le daba miedo.



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En el texto hay: nuevo amor, sanar, hombre abusivo

Editado: 16.09.2024

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