El encuentro con Lucas en la librería dejó a Julia en un estado de alerta constante. A pesar de las palabras reconfortantes de Daniel y su promesa de estar siempre a su lado, algo en su interior no podía dejar de temer lo peor. Lucas era impredecible, y la forma en que la había mirado antes de irse, esa furia contenida, le había dejado una profunda sensación de inquietud.
Daniel insistió en que no permitirían que Lucas interfiriera en sus vidas, pero Julia sabía que él no se rendiría tan fácilmente.
Una noche, después de un largo día de trabajo, Julia llegó a su apartamento. Al acercarse a la puerta, vio algo extraño: el cerrojo estaba dañado. Su corazón comenzó a latir más rápido. Temblando, empujó la puerta lentamente y, al entrar, sintió un nudo en el estómago. Las luces estaban apagadas, pero la habitación estaba en un desorden caótico. Sus cosas estaban esparcidas por todas partes: cajones abiertos, ropa tirada, fotografías rotas en el suelo.
Lo peor de todo fue ver una de las fotos de ella y Daniel, que había estado en su mesa de noche, desgarrada en dos. Su imagen estaba separada de la de Daniel, como si alguien hubiera querido borrar su presencia de su vida.
Con el corazón acelerado y la respiración entrecortada, Julia retrocedió un paso, sintiendo cómo el miedo se apoderaba de ella. No podía quedarse allí. Corrió fuera del apartamento, marcando desesperadamente el número de Daniel.
—Daniel… por favor, necesito que vengas —susurró, luchando por controlar las lágrimas—. Lucas ha estado en mi casa.
No pasó mucho tiempo antes de que Daniel llegara. La encontró fuera del edificio, temblando, incapaz de controlar la ansiedad que se había apoderado de ella. Sin decir nada, la envolvió en un abrazo protector mientras ella sollozaba en su pecho.
—Ya está, estoy aquí. No te preocupes, no vamos a dejar que esto quede así —le aseguró.
Cuando Julia finalmente logró calmarse, ambos decidieron que no podían permitir que Lucas siguiera invadiendo su vida. Era hora de actuar, de enfrentarlo legalmente. Irían a la policía y pondrían una denuncia. Daniel la llevó a la comisaría esa misma noche.
La comisaría estaba relativamente tranquila cuando Julia y Daniel entraron. El sonido del teclado y las conversaciones apagadas llenaban el aire. Julia apenas podía concentrarse en lo que la rodeaba, su mente aún atrapada en la visión de su hogar destrozado, su refugio invadido.
Un oficial de policía se acercó, percibiendo la angustia en su rostro. Les pidió que tomaran asiento en una pequeña sala mientras un detective llegaba para tomar su declaración.
—Vamos a presentar una denuncia —dijo Daniel con firmeza, tomando la mano de Julia—. No podemos dejar que esto siga así.
Unos minutos más tarde, apareció una oficial de rostro amable que los invitó a sentarse frente a su escritorio. Julia comenzó a contar lo sucedido, con la voz temblorosa, mientras Daniel completaba algunos detalles que ella había omitido en su agitación.
—¿Ha tenido problemas previos con esta persona? —preguntó la oficial mientras tomaba notas.
Julia asintió, sus dedos apretando con fuerza la mano de Daniel.
—Es mi expareja. Fue una relación… complicada —explicó—. Pero pensé que había terminado, que él se había ido de mi vida para siempre. Y ahora ha aparecido de nuevo. Primero en la librería, y ahora ha entrado a mi casa. Ha destrozado todo, ha… dejado señales de que estuvo allí.
La oficial asintió con seriedad, comprendiendo la gravedad de la situación.
—¿Alguna vez lo denunció antes?
Julia negó con la cabeza.
—No. Cuando estábamos juntos, nunca lo hice. No creía que fuera necesario o, tal vez, tenía miedo… miedo de lo que él podría hacer si lo hacía.
Daniel la miró con comprensión, acariciando suavemente el dorso de su mano.
—Pero esta vez no estás sola —le dijo en voz baja—. Vamos a hacer esto bien.
La oficial los miró por un momento antes de asentir.
—Está bien. Vamos a proceder con la denuncia por allanamiento de morada, daños a la propiedad, y también podemos iniciar el proceso para una orden de restricción, si lo considera necesario.
—Sí —respondió Julia sin dudarlo—. Necesito una orden de restricción. No quiero que se acerque a mí nunca más.
La oficial escribió todo en su informe, asegurándole que seguirían el caso y que ella tenía derecho a estar protegida. También le dio información sobre un refugio en caso de que necesitara un lugar seguro para quedarse temporalmente, lo cual hizo que Julia sintiera una punzada de miedo por lo lejos que podría llegar Lucas.
Cuando terminaron, Daniel llevó a Julia de vuelta a su apartamento para que pudiera recoger algunas cosas, pero al llegar, ambos sintieron que algo no estaba bien. Las luces de la calle proyectaban sombras inquietantes, y el silencio que normalmente era reconfortante ahora parecía ominoso.
Subieron al apartamento, Daniel siempre al frente, con una tensión visible en sus hombros. Al llegar a la puerta, vieron un nuevo mensaje grabado en la madera con lo que parecía ser una navaja: "Esto no ha terminado."
Julia retrocedió, su cuerpo temblando de nuevo, sintiendo que la amenaza estaba más cerca de lo que creía.
—¿Cómo pudo…? No ha pasado ni un día desde que fuimos a la policía —dijo, con la desesperación palpable en su voz.
Daniel apretó los puños; su furia era evidente, pero mantuvo la calma por ella.
—Tenemos que irnos de aquí, ahora mismo —dijo, tomando las llaves del coche—. No te voy a dejar aquí ni un segundo más.
Recogieron rápidamente algunas de las pertenencias más importantes de Julia, y Daniel la llevó a su propio apartamento. Mientras conducían, Julia intentaba contener las lágrimas, pero el miedo a lo que Lucas podría hacer la consumía. Había subestimado su obsesión, creyendo que con el tiempo se desvanecería. Pero ahora estaba claro que Lucas estaba dispuesto a ir más lejos de lo que jamás había imaginado.