Más allá del dolor

EPILOGO

Habían pasado cinco años desde aquel fatídico día en que Lucas fue arrestado y la vida de Julia cambió para siempre. A Lucas le habían caído muchos años de cárcel, ya que sus intenciones no eran buenas la noche del arresto.

Aun así, el tiempo había hecho su trabajo, curando las heridas profundas que alguna vez parecieron irreparables. Ahora, esas cicatrices eran recordatorios de su fortaleza, de todo lo que había superado para llegar al lugar donde siempre había soñado estar: en paz, rodeada de amor, con Daniel a su lado.

La vida que había construido desde entonces era sencilla, pero llena de alegría. Tras aquel capítulo oscuro, Julia y Daniel tomaron una decisión importante: empezar de nuevo, lejos de la ciudad que había sido escenario de tanto dolor. Se mudaron a un pequeño pueblo costero, un lugar donde las olas rompían suavemente contra la orilla y el viento traía consigo el aroma salado del mar. Aquí, en ese rincón del mundo, encontraron el refugio perfecto para comenzar una nueva vida.

Aquella mañana, el sol brillaba alto sobre el horizonte, llenando la casa de luz. Julia estaba en la cocina, tarareando una melodía suave mientras preparaba el desayuno. El suave sonido de pequeños pasos la sacó de sus pensamientos, y al volverse, vio a su hija, Ivette, corriendo hacia ella con una sonrisa que iluminaba todo a su alrededor.

—¡Mamá, mamá! —exclamó la niña, abrazando con fuerza las piernas de Julia—. ¡Papá dice que hoy vamos a la playa!

Julia sonrió, inclinándose para besar la cabeza de su hija. Ivette tenía cuatro años, era una pequeña con una energía inagotable y unos ojos que brillaban como los de Daniel. Cada vez que la miraba, Julia sentía cómo su corazón se expandía de amor.

—Sí, cielo —respondió Julia, riendo—. Vamos a la playa en cuanto termines tu desayuno.

En ese momento, Daniel apareció en el umbral de la cocina, con su típica sonrisa tranquila y una taza de café en la mano. Al ver la escena frente a él, se apoyó en el marco de la puerta, observando a las dos personas que le habían dado un sentido nuevo a su vida.

—¿Están listas para un día de aventura? —preguntó con una sonrisa juguetona.

Julia lo miró, sintiendo que una oleada de amor la invadía. Después de todo este tiempo, Daniel seguía siendo su roca, su compañero en cada paso del camino. Habían construido algo hermoso juntos, algo que ni siquiera el pasado más doloroso había podido destruir. Su amor se había fortalecido, se había vuelto más profundo con los años, y ahora, con Ivette a su lado, todo se sentía completo.

—Siempre listas para una aventura contigo —respondió Julia, dándole un pequeño beso mientras Ivette saltaba emocionada a su alrededor.

El día pasó en una brisa de risas y juegos. Julia, Daniel y Ivette se instalaron en la playa, bajo el calor suave del sol, construyendo castillos de arena y corriendo por la orilla, mientras las olas pequeñas acariciaban sus pies. Ivette reía con una libertad y felicidad que Julia nunca había conocido de niña, y verla tan despreocupada le recordaba que, a pesar de los desafíos, la vida podía ser tan simple y hermosa.

Más tarde, cuando el sol comenzó a descender lentamente en el horizonte, coloreando el cielo con tonos rosados y naranjas, Julia se sentó en una manta junto a Daniel, mirando cómo Ivette jugaba cerca del agua, recogiendo conchas para decorar su pequeño tarro.

—Nunca pensé que la vida podría ser así —dijo Julia, apoyando la cabeza en el hombro de Daniel—. A veces me siento como si estuviera soñando.

Daniel la miró con ternura, acariciando suavemente su mejilla.

—Este es nuestro sueño hecho realidad —le respondió en voz baja—. Todo lo que hemos vivido nos trajo hasta aquí, y no cambiaría ni un solo segundo si significaba llegar a este momento contigo.

Julia lo miró, sintiendo cómo las lágrimas comenzaban a llenar sus ojos, pero esta vez no eran lágrimas de tristeza o miedo. Eran lágrimas de agradecimiento, de plenitud. Su vida, que una vez había estado marcada por el dolor, ahora era una vida llena de amor y paz.

—Te amo tanto, Daniel —susurró, mientras él la abrazaba más cerca.

—Y yo te amo más de lo que las palabras pueden expresar —respondió él, besando su frente—. Hemos llegado hasta aquí juntos, y sé que lo que viene será aún mejor.

Miraron juntos el atardecer, sintiendo cómo la brisa marina acariciaba sus rostros, como si el mundo entero los abrazara en ese instante. A lo lejos, Ivette seguía corriendo, llena de alegría, su risa llenando el aire. Todo era perfecto en su sencillez.

Julia sabía que la vida no siempre sería fácil, que habría desafíos y obstáculos por venir, pero ahora estaba segura de algo que antes no había entendido completamente: no estaba sola. Tenía una familia, un hogar lleno de amor y a Daniel, su compañero de vida. Y con ellos, podía enfrentarse a cualquier cosa.

Mientras el sol finalmente desaparecía en el horizonte, dejando tras de sí una estela de luz dorada, Julia tomó la mano de Daniel y le sonrió.

—Este es solo el comienzo —dijo con una certeza tranquila.

Daniel apretó suavemente su mano, mirando a su hija jugar y luego a la mujer que había transformado su vida.

—Sí —respondió—. El mejor comienzo de todos.

Y así, con el sonido del mar como telón de fondo y el futuro extendiéndose ante ellos como un horizonte infinito, Julia supo, con toda su alma, que habían llegado al lugar donde siempre habían pertenecido: juntos, felices y en paz. Una vida nueva y hermosa los esperaba, llena de amor y momentos que recordarían para siempre.

Y esta vez, el amanecer que tanto había esperado llegó para quedarse.



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En el texto hay: nuevo amor, sanar, hombre abusivo

Editado: 16.09.2024

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