Aquella mañana era calurosa y el sol estaba más resplandeciente que otros días. Una Leila de ocho años se hallaba alistándose para marcharse a la escuela a iniciar una jornada de estudio. Su madre le había trenzado su negra cabellera, a Leila le gustaba cuando su madre lo hacía, era tan delicada y cuidadosa cuando se trataba de su cabello.
Antes de irse se dió un vistazo en el gran espejo del salón principal, era un espejo bonito con un marco plateado en forma de ondas que a la vista era muy llamativo. Razones por las que su madre colocó aquel objeto en el salón principal.
Pero lo que más le gustaba a la infante de negros cabellos era verse en él, contemplar sus ojos verdes que eran idénticos a los de su madre de los cuales se enorgullecía en gran manera.
Contemplándose en el espejo curvó las comisuras de sus labios hacia arriba formando una sonrisa y el cristal reflejaba lo mismo, lo que fue algo normal. Soltó una risita y seguidamente hizo muecas graciosas lo que le pareció divertido. Hasta que cada pizca de diversión se esfumó al examinar su reflejo, parecía haberse quedado pasmado en una sonrisa y no era una sonrisa habitual e inocente, era una maliciosa y de burla.
De pronto aquella niña que era su reflejo en el espejo estiró una mano, Leila seguía inmóvil con la mirada puesta en él vidrio, totalmente pasmada ¿Que sucedía?
No lo entendía, atemorizada cerró los ojos con fuerza y los cubrió con sus pequeñas manos. Y así se quedó por unos minutos hasta que decidió bajarlas y volver a fijar su vista en el espejo, no notó nada extraño y nerviosamente empezó a moverse lo cual el vidrio reflejaba exactamente lo mismo. Como tenía que ser.
Sin duda fue una experiencia que la marcó.
Después de aquello procuró evitar verse en cada espejo que se le cruzara en el camino. Al crecer se determinó deshacerse de los que se encontraban en su casa sin importar qué.
Sus padres se encontraban extrañados por la actitud de su hija, sin embargo aceptaron con la condición que dejara los que estaban en los baños, y ella sin querer armar una discusión aceptó de inmediato sabiendo que quizá lo necesitaría para arreglarse o alguna emergencia, aunque se prometió que no se miraría más del tiempo necesario.
Aún no se fiaba del todo.
Su inquietud aumentó luego de una visita a su abuela, la cual relatandole historias mencionó que los espejos eran portales a lugares que desconocíamos y que no sabía que podía haber detrás de todo ello.
No sabía si creerlo o no, lo cierto es que fue lo suficiente para que esa idea rondara por su mente durante una semana, comiéndose la cabeza con miles de preguntas de las cuales a ninguna pudo ponerle respuesta, quedándose totalmente insatisfecha.
A los diecisiete años, su madre falleció en un trágico accidente de coche, ambas estuvieron ahí, pero Leila fue la única que sobrevivió milagrosamente. Ante ese suceso solo salía de su habitación para ir a la escuela y hablaba muy poco con su padre, lo cual ocasionó que la relación con él cayera en picada, desatando cosas que se le hicieron más difíciles sobrellevar la muerte de su madre.
Pasaron ocho meses hasta que lo decidió por fin; estaba determinada a salir a la calle, salir con sus amigos, volver a sonreír al menos por un momento. Preparándose para irse cepilló sus dientes y al verse en el espejo experimentó una rara sensación que le puso los vellos de punta y le hizo bajar la mirada de inmediato. En un punto pensó que a causa del dolor estaba volviéndose loca y todo era parte de su imaginación, pero se sentía tan real.
Sus dudas seguían constantes y rondando en su cabeza, pero en una noche en la que se hallaba enfadada mientras se veía en el espejo de la habitación de su madre al ver lo que sucedía dejó de respirar y se reprochó por haberse visto en aquel cristal.
Unas manos sobresalían del vidrio ocasionando que este se rompiera haciendo un sonido atroz y que pequeños fragmentos de cristal salieron volando. Ante su mirada perpleja quedó un agujero por el cual el par de manos salía.
Se quedó estática viendo como el vidrio restante se volvía como si fuera agua contenida, para cuando gritó horrorizada las manos la atraparon.
Pataleó, luchó desesperada, pero fue inútil.
Sea lo que fuera parecía más fuerte. Dejó de luchar y todo lo que veía era oscuridad y más oscuridad. Para cuando despertó, se negó a creer lo que estaba sucediendo.
Rogó porque todo fuera un sueño, pero cayó en cuenta que no lo era. Tendría que buscar la manera de volver, aunque en el camino tendría que tomar decisiones frente a eso.
Y no, no sería nada fácil.
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