P E S A D I L L A S°
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Cuando desperté esa mañana, lamentablemente no podía describirla como los libros que solía leer. No me desperté por los rayos de sol que entraban por mi ventana, porque ni si quiera tenía una y además era temporada de otoño.
Tampoco podía decir que fue por el canto de pajaritos porque las únicas aves que aparecían por aquí eran solo palomas, que no podía verlas desde mi habitación porque volviendo a repetir no tenía una ventana.
Mi habitación consistía en cuatro paredes azules, que en las que si quería ver de día tenía que prender las luces.
Deprimente.
Ese no era el tema. La razón por la cual desperté fue por el frío que sintió todo mi cuerpo, al abrir los ojos lo primero que ví fue la parte baja de mi cama y también el suelo. Y ahí estaba yo, tirada en el suelo con las sábanas enredadas a un lado de mí.
Otra vez había sucedido. Una pesadilla más para la colección.
Me pasaba a menudo y sinceramente estaba cansada; cada noche soñaba lo mismo, el momento exacto en que pasó el desastre del porque estaba así.
Las luces del auto, el sonido del claxon que era tocado repetidas veces, el chillido de los frenos, los gritos desesperados de mamá y hasta los míos. Y por último el sonido brutal que dió paso al suceso que puso fin a la vida de mi madre. Dejándome completamente viva como para sufrir cada día por no tenerla conmigo. Un maldito borracho y un accidente fatal me quitaron a lo único que lo hacía un hogar a esta casa en la que vivía que sin su presencia se sentía tan vacía y triste. Me quitaron a la persona que era la que mantenía unida esta familia.
En conclusión: Sin ella simplemente sentía que no me quedaba nada.
Me senté en el suelo por un momento con la mirada puesta en el suelo pensando en una y mil cosas. Con la ayuda de mis manos y mis pies me levanté perezosamente; estiré mis brazos hacia arriba y bostecé.
Recogiendo las sábanas de enseguida las tiré a la cama, después de unos minutos extendiendo las telas moradas acabé de tenderla. Noté que la manta estaba casi rozando el suelo, pero lo ignoré ya que tenía una flojera enorme de volver a tener que desarmar todo y hacerlo de nuevo.
En veinte minutos me duché y me vestí con algo cómodo, no planeaba para nada salir de casa. Era lo que menos me apetecía, como tampoco me apetecía bajar y lidiar con mi padre. Pero supuse que tenía que hacerlo, y mordiendo la punta de mi dedo bajé las escaleras con rumbo a la cocina.
Escalón por escalón, con una paciencia digna de una tortuga. Mis pisadas sonaban por el silencio, una vez abajo entré a la cocina y ví a mi padre sentado en el taburete con los brazos apoyados en la barra de la cocina, vestido con un traje negro y tomando café en una taza blanca.
Me aclaré la garganta y saludé:
—Buenos...días, papá.
Al escucharme volteó su cabeza hacia mi dirección, sus ojos marrones me escrutaron con frialdad y al cabo de unos segundos tomó un sorbo de su café sin quitarme la mirada.
—¿Que tienen de buenos? Ya nada tiene de bueno, Leila. —respondió él, con molestia clara en su voz—Siéntate y desayuna.
Rasqué mis brazos con nerviosismo y relamí mis labios, estaban secos y agrietados.
—No...no tengo hambre. —contesté, titubeante.
—Dije que te sentaras a desayunar —replicó entre dientes, como no vió que no avanzaba lanzó un grito que hizo que me estremezca—: ¡Y te vas a sentar! ¡No me interesa si tienes hambre o no, comes porque comes! ¿Está claro? ¡¿Está claro Leila?! ¡Responde!
Mordí el interior de mi mejilla reprimiendo las lágrimas que amenazaban con salir, no quería que él me viese así. Odiaba la forma en la que me hacía sentir. Hace muchos meses el trato era el mismo; desde que murió mamá simplemente su actitud hacia mí cambió bruscamente, me repetía cada día que si mamá estaba muerta era por culpa mía.
Y quizá lo era.
Mientras él se ponía peor, parecía que más sensible me volvía. Y no lo entendía. No lo soportaba. Pero era con lo que tenía que cargar, por más abrumador que fuera.
Tal vez ese era mi castigo.
—Sí. —fue todo lo que dije.
—¡Sí, que! —vociferó, insistente.
—Sí, padre. Está claro —musité entre dientes, en tanto me acercaba a la barra.
Tomé asiento a un costado y me informó que había tostadas, cereales, leche, jugo y que me preparara mi propio desayuno ya que la señora Laura estaba en la sala de lavado ocupándose de la ropa sucia.
En silencio asentí y me puse de pie para sacar un pequeño tazón y opté por prepararme cereales con leche. Algo fácil y sencillo, pero delicioso.
Los quince minutos siguientes hubo un silencio incómodo por parte de ambos. Él iba por su segunda taza de café y checando algo en su teléfono. Por otro lado yo comía mis cereales sin decir una sola palabra, tenía la mirada puesta en la mesa puesto que ni si quiera podía sacar mi celular, ya que decía que era una falta de respeto.
Ah, pero él si podía hacerlo "porque eran cosas del trabajo, y yo no iba hacer nada importante ni provechoso".
Con brusquedad dejó la taza y se puso de pie guardando su teléfono en el bolsillo.
—Me voy a la oficina. Hoy probablemente regresaré tarde, no olvides asegurar bien la puerta cuando Laura se vaya. —dijo tomando su maletín.
<<Sí, eso de tarde me suena a cuatro de la mañana, y no precisamente trabajando>>
Moví levemente la cabeza de arriba hacia abajo. Mi padre apretó los labios y se dió la vuelta para marcharse, sus pasos eran lentos y firmes. Y seguía decidiéndome si decirle o no.
Al final lo hice:
—Eh, papá...—llamé haciendo que volteara— creo que hoy saldré un rato, ¿no hay problema, verdad?
Sin si quiera pensarlo de su boca salió un "Haz lo que quieras" y se fue para segundos después escuchar el ruido del portazo que dió.