Más allá del lago

Capitulo 9 La región del musgo

Elissabat abrió los ojos lentamente. Sentía el cuerpo entumecido, como si hubiera dormido sobre piedra húmeda. Al mirar a su alrededor, se dio cuenta de que no estaba en un lugar común.

Todo era verde. No un verde vivo y brillante, sino un verde sucio, apagado, cubierto de musgo. Estaba tendida en una pendiente rocosa, entre parches de pasto húmedo que se pegaban a su ropa y cabello. El aire olía a tierra mojada y a algo más… ¿moho?

—¿Dónde... estoy?

Se incorporó con esfuerzo. Las montañas se alzaban a su alrededor, grises, frías, y sin un solo árbol. El paisaje parecía vacío, pero al observar con más atención, notó que el suelo estaba perforado por pequeñas madrigueras, cientos de ellas, como si algo viviera ahí abajo.

Entonces escuchó un sonido. Un suave crujir, seguido de algo que se deslizaba por el musgo. Volteó y vio una figura.

Una criatura del tamaño de un niño pequeño emergía lentamente de una de las madrigueras. Su pelaje era verde, pero no un verde bonito: estaba cubierto de tierra y humedad, apelmazado en mechones sucios. Su cuerpo parecía blando, casi viscoso, y sus patas cortas estaban llenas de barro. Pero lo más aterrador eran sus cinco cuernos: largos, en forma de picos, como espinas que salían de su cabeza en distintas direcciones.

—Oh no, no, no... —susurró Elissabat, retrocediendo—. Esto es peor que mi peor sueño.

Otra criatura emergió. Luego otra. Y otra. En pocos segundos, estaba rodeada.

Las pequeñas bestias la observaban en silencio, con ojos negros y húmedos. No atacaban. Solo la miraban, oliéndola, como si intentaran decidir qué hacer con ella.

—No quiero problemas —dijo en voz baja, levantando las manos—. Solo estoy... perdida.

Una de las criaturas se acercó más y tocó su pierna con una garra húmeda. Elissabat contuvo el aliento. Luego, de forma inesperada, la criatura soltó un chillido agudo. Las demás respondieron con chillidos similares y, en grupo, comenzaron a caminar montaña abajo, lanzando miradas ocasionales hacia ella, como si esperaran que las siguiera.

—¿En serio? ¿Ahora tengo guías turísticos monstruosos?

Suspiró, miró hacia la cima de la montaña, y luego al grupo que se alejaba. Sabía que quedarse no era una opción.

—Perfecto. Persiguiendo a las bolitas verdes del pantano. Gran idea, Elissabat.

Y comenzó a seguirlas, sin saber que, en el corazón de esa región húmeda y olvidada, un secreto antiguo la esperaba bajo la tierra.




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