Más allá del Límite - Hechos Reales

LA ESPERA QUE SE TRANSFORMA

Hay personas que aprenden a vivir en la espera.

Esperan una señal, una oportunidad, una palabra.

Esperan un cambio que parece nunca llegar.

Pero de vez en cuando aparece alguien que descubre que la espera no es un lugar donde quedarse… sino un puente que debe cruzarse.

La historia de Tomás es la historia de un joven que vivió siempre entre la quietud y el deseo de movimiento, entre la incertidumbre y la esperanza, entre lo que soñaba hacer y lo que su cuerpo le permitía.

Una historia marcada por un diagnóstico inesperado y una resiliencia que él mismo desconocía.

Este capítulo es su viaje… un viaje donde el tiempo, lejos de ser enemigo, terminó convirtiéndose en maestro.

1. El diagnóstico que cambió su mapa

A los diecisiete años, Tomás recibió un diagnóstico que transformó por completo su idea del futuro: una enfermedad neuromuscular de progresión irregular.

No era mortal, pero sí limitante.

No tenía cura, pero sí tratamiento.

No iba a quitarle la vida, pero iba a cambiarla.

El médico habló durante largos minutos, pero Tomás no escuchó nada después de la frase inicial:

—Con el tiempo vas a necesitar apoyo en tus movimientos.

El mundo se hizo ruido blanco.

No pensó en tratamientos, ni en estudios, ni en la evolución de la enfermedad.

Pensó en sus sueños:

jugar al fútbol profesional, viajar solo, trabajar en animación 3D, ser independiente.

Y sintió que se los arrancaban de un tirón.

2. El silencio como defensa

Los meses posteriores fueron una fotografía a cámara lenta:

Tomás callaba, asentía, hacía lo necesario.

Pero por dentro, se estaba derrumbando.

Su familia intentaba ayudarlo, pero él no dejaba entrar a nadie.

Creía que mostrar tristeza sería “debilitar” a los que lo amaban.

Así que se encerró en su mundo, en sus auriculares, en sus videojuegos, en su cama.

Una tarde su hermana menor le dijo:

—Antes te reías más. Te extraño.

Y esa frase lo atravesó más que cualquier diagnóstico.

Pero aun así, no sabía cómo salir del pozo.

Ni siquiera sabía si quería salir.

3. El descubrimiento inesperado

Fue su kinesiólogo quien, intentando romper el hielo, le sugirió asistir a un pequeño grupo de arte en un centro cultural del barrio.

—No es terapia. Es expresión. Y vos necesitás un espacio donde no te definan por tu condición —le dijo.

Tomás no quiso ir.

Pero su madre lo llevó igual, con la excusa de que “solo iban a mirar por fuera”.

Cuando llegaron, vieron gente diversa, mezclada, riendo, creando, equivocándose, empezando de nuevo.

No parecía un taller.

Parecía un pedacito de vida real.

Desde el fondo, Nicolás levantó la mano en señal de bienvenida.

Tomás no supo por qué, pero sintió por un instante que ahí no tendría que justificar nada.

Y aceptó entrar.

4. El primer ejercicio: decir sin hablar

El grupo trabajaba con arcilla.

La consigna era simple:

crear una forma que representara algo que no podían decir en voz alta.

Tomás tomó un pedazo de arcilla y lo apretó entre las manos.

No sabía qué hacer.

La ansiedad lo hacía sudar, pero también lo hacía sentir vivo.

Y sin pensarlo, empezó a moldear algo que no entendió hasta que estuvo terminado:

una figura pequeña, encorvada, con una mochila enorme en la espalda.

Nicolás se acercó y preguntó:

—¿Lo ves?

Tomás sí lo vio.

Era él.

Cargando más peso del que podía soportar.

Nicolás sonrió apenas.

—A veces la carga no se va. Pero se puede aprender a acomodarla.

Y por primera vez, Tomás sintió que alguien entendía lo que él no sabía explicar.

5. El miedo al paso siguiente

Las primeras semanas fueron difíciles.

Tomás quería participar, pero sentía que cada movimiento exponía su fragilidad.

Le costaba hacer fuerza con los brazos.

Le costaba sostener piezas de madera.

Le costaba concentrarse cuando el cansancio aparecía.

Pero nadie lo dejaba atrás.

Nadie lo miraba con lástima.

Nadie lo trataba como alguien “incapaz”.

Eso lo descolocaba.

Estaba acostumbrado a que su condición definiera la mirada ajena.

Una tarde, mientras trabajaban en una maqueta grupal, se quedó quieto, con miedo a ser una carga.

Hasta que una chica del grupo le dijo:

—Si te cansás, yo sigo por vos. Y cuando me canse yo, vos seguís por mí. Así es como funciona acá.

Ese día Tomás comprendió algo profundo:

la independencia no siempre es hacer todo solo.

A veces es permitir que otros caminen con vos.

6. La pieza que reveló su transformación

Para la muestra anual, cada participante debía crear una obra personal.

Tomás estaba paralizado.

No sabía qué hacer.

No quería mostrar debilidad.

Pero tampoco quería mentirse.

Una noche, mientras apoyaba la cabeza contra la pared, sintió algo claro:

la espera —esa angustia entre su presente y su futuro incierto— lo estaba consumiendo.

Y decidió transformar esa espera en arte.

Creó una escultura hecha de varillas de metal:

dos figuras humanas separadas por un puente incompleto.

Una de las figuras extendía la mano hacia la otra.

El puente tenía piezas sueltas, espacios vacíos, partes todavía sin terminar.

Cuando lo vio terminado, entendió el mensaje:

La vida no estaba completa.

Pero él estaba construyéndola, pieza por pieza.

Y eso también era avanzar.

7. La conversación que lo cambió todo

Días antes de la muestra, Tomás se quedó hablando con Nicolás a solas.

—Tengo miedo —dijo, por primera vez en meses—.

Miedo de no saber hasta dónde voy a llegar.

Miedo de no ser suficiente.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.