Más allá del odio

Capítulo 1

Inglaterra, año 1315.

El viento soplaba con fuerza en los campos de Northumberland, colándose por las rendijas del castillo Ashford como un presagio de tormenta. Eleanor, de pie frente a la ventana de su aposento, observaba el cielo gris que se cernía sobre su hogar. Una inquietud inexplicable le revolvía el pecho.

A sus diecinueve años, Eleanor Ashford había aprendido a sostener la espalda recta, a hablar con mesura y a callar cuando se le ordenaba. Era alta, de figura esbelta, con cabello castaño oscuro que caía como una cascada sobre su espalda. Sus ojos grises —penetrantes y fríos como el acero— eran lo único que delataba su espíritu inquieto. Había crecido en una jaula dorada, donde las flores del jardín eran podadas con precisión… igual que los sueños de las mujeres.

No tardó en confirmarse.

—Milady —dijo una criada, asomándose con cautela—, vuestro padre os espera en la sala principal.

Eleanor se giró con el ceño fruncido. No era habitual que su padre la llamara de forma tan solemne. Algo se gestaba.

Al entrar al salón, encontró a Lord William Ashford de pie junto a la chimenea, su porte severo aún más rígido que de costumbre. Su madre, sentada en silencio, mantenía las manos entrelazadas sobre el regazo, con una expresión tensa.

—Eleanor —comenzó su padre sin rodeos—, tu destino ha sido sellado. Este verano te casarás con Lord Cedric Norwood.

El golpe fue invisible, pero brutal.

—¿Qué decís? —preguntó ella, sin poder creerlo.

—Has oído bien. Es un noble con tierras, influencia y alianzas útiles para nuestra familia. El contrato ha sido firmado esta mañana.

—¿Sin preguntarme siquiera? —La voz de Eleanor temblaba de rabia contenida.

—No hay nada que preguntar. Es tu deber.

Ella dio un paso adelante, sintiendo cómo se le inflamaba el rostro de indignación.

—¡No le conozco! ¡No le amo! ¡Y jamás aceptaré un matrimonio impuesto!

Lord Ashford avanzó hacia ella con pasos firmes.

—¡Silencio! No estás aquí para amar, sino para obedecer. Tu lugar es servir a los intereses de tu casa, no a tus caprichos de doncella soñadora.

—No soy un mueble que podáis colocar donde os convenga —escupió Eleanor.

Y entonces, la mano de su padre cruzó el aire con violencia.

El golpe la hizo tambalearse hacia un lado. Su mejilla ardía, pero no lloró. Se mantuvo firme, con los ojos llenos de una furia silente.

Su madre se levantó, pero no dijo una palabra. Solo bajó la mirada.

—No me casaré con ese hombre —susurró Eleanor, temblando de rabia. Aunque tenga que huir de esta prisión.

—Si das un paso fuera de esta casa sin mi permiso —rugió su padre—, dejarás de ser mi hija.

Ella lo miró, respirando hondo.

—Quizás nunca lo fui.

Y sin decir más, salió de la sala, con la frente alta, el corazón roto… pero su voluntad intacta.

Esa noche, la tormenta estalló sobre el castillo como si el cielo compartiera su furia. Eleanor arrojaba vestidos sobre la cama, recogía monedas y metía comida en una bolsa de cuero con manos temblorosas.

—¿Estás segura? —preguntó Lillian desde la puerta, su voz apenas un susurro sobre el rugido del viento.

Lillian Moore, su amiga desde la infancia, era todo lo opuesto a ella. Pequeña, delicada, de cabellos dorados que rizaban con gracia alrededor de su rostro y ojos color miel que siempre parecían comprender más de lo que decían. Su familia había caído en desgracia y, desde entonces, había servido como dama de compañía. Pero en el fondo, Eleanor la consideraba su hermana.

—Mi madre no dirá nada. No puede —dijo Eleanor con amargura mientras doblaba un manto grueso—. Lleva toda su vida callando. Yo no pienso hacer lo mismo.

Lillian la observó unos segundos más. Luego asintió.

—Entonces yo voy contigo.

Eleanor se detuvo en seco y la miró.

—Lillian No te lo puedo pedir.

—No hace falta que lo pidas. No dejaré que te enfrentes sola a esto. —Además, alguien debe recordarte cuándo comer —añadió con una sonrisa tímida, intentando aliviar la tensión.

Eleanor rió por primera vez en todo el día, aunque sus ojos seguían empañados. Se abrazaron en silencio, sabiendo que lo que hacían era una locura, pero que no había vuelta atrás.

Cuando el castillo se sumió en la oscuridad, ambas salieron por la puerta trasera, envueltas en capas oscuras. Las piedras húmedas del jardín crujían bajo sus pasos. No llevaban escolta, ni cartas de salvoconducto. Solo valor… y desesperación.

—¿A dónde vamos exactamente? —susurró Lillian mientras cruzaban el campo.

—A Escocia —respondió Eleanor sin dudar—. Donde nadie me llame propiedad.

Y así, en mitad de la noche, Eleanor Ashford dejó atrás el nombre de su familia… sin saber que en las tierras salvajes del norte la esperaba un destino aún más peligroso, y quizás, un amor más fuerte que la razón.




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