Más allá del odio

Capitulo 5

El campamento improvisado se alzaba entre árboles espesos, donde el fuego crepitaba y lanzaba sombras danzantes sobre los rostros cansados de los guerreros. La noche avanzaba, cargada de silencio y vigilias. Las dos jóvenes dormían bajo mantas prestadas, cerca del calor del fuego, mientras los hombres de Caelan mantenían guardia

A un lado, Caelan se mantenía en pie, apoyado contra el tronco de un viejo roble. Observaba el fuego con el ceño fruncido, en silencio. Aidan se acercó con dos jarras de agua y le tendió una.

—No has dicho una palabra desde que montamos el campamento —comentó, dando un sorbo.

Caelan lo aceptó, pero no bebió.

—Es raro —dijo finalmente. Demasiado raro. Dos mujeres solas, sin escolta, perdidas en estas tierras… y con modales de corte.

—Sí —asintió Aidan, sentándose junto al fuego. La que se llama Eleanor no es ninguna campesina. Se nota en su forma de hablar, en cómo sostiene la mirada. Tiene educación… y orgullo.

Caelan asintió lentamente.

—Y la otra… —Lillian —continuó Aidan, bajando la voz—. Está muerta de miedo, pero intenta ser fuerte. Hay algo en ella…

—¿Qué?

Aidan tardó en responder.

—No lo sé. Solo… me recuerda que hay cosas en este mundo que merecen protección.

Caelan lo miró de reojo, enarcando una ceja.

—¿Desde cuándo te enternecen las damas perdidas?

—No me burlo, Caelan. —No sé qué me pasa —replicó Aidan, mirando hacia donde dormía Lillian. Pero cuando ese bastardo la agarró, sentí algo que no había sentido desde… la guerra.

El silencio se hizo más denso entre ellos. El recuerdo de los campos de batalla, de la sangre derramada en nombre de Escocia y de Robert the Bruce, era una herida aún abierta. Especialmente para hombres como ellos, que habían visto la muerte demasiado de cerca.

—¿Y qué hacemos con ellas? —preguntó finalmente uno de los guerreros, Graham, que afilaba su daga sentado junto al fuego. No sabemos quiénes son, ni qué buscan aquí.

—No podemos simplemente dejarlas —intervino otro, Fergus—. Estaban a punto de ser violadas. ¿Qué clase de hombres seríamos?

—No se trata de eso —respondió Graham con tono áspero. Se trata de que este país aún sangra por culpa de los ingleses. Y tú lo sabes, Caelan. Aún hay aldeas que no se han recuperado de lo que los soldados de Eduardo hicieron. ¿Y si ellas…?

—Basta —dijo Caelan con firmeza.

El grupo guardó silencio. Su voz no había sido alta, pero sí definitiva.

—No las entregaremos ni las dejaremos solas. No, todavía. Pero tampoco se me escapa que su acento no es de aquí —continuó, bajando la voz—. Y si resulta que son lo que sospechamos, será mi decisión qué hacer.

Aidan asintió.

—Mientras estén bajo nuestra protección, ningún hombre les pondrá una mano encima.

Caelan se volvió a mirarlo, cruzando los brazos.

—¿Estás diciendo que tomarías su defensa incluso si son inglesas?

Aidan apretó los labios, pensativo. Luego, asintió despacio.

—No sé si lo haría por todas, pero por Lillian… sí.

Graham bufó por lo bajo, pero no dijo nada más. El silencio volvió a instalarse en el campamento, interrumpido solo por el crujido del fuego.

En su rincón, Eleanor no dormía. Fingía, pero escuchaba. Cada palabra. El frío de la noche no se comparaba con el frío que le recorrió el cuerpo al oír la última parte. Sospechaban. Pronto sabrían que eran inglesas. Y cuando eso ocurriera, ¿las dejarían? ¿Las entregarían?

Se giró lentamente para mirar a Lillian, que dormía profundamente, agotada por el miedo y el cansancio. Eleanor tragó saliva, conteniendo el temblor. Su amiga no soportaría un nuevo golpe. No después de lo que había pasado.

Pero, en el fondo, algo en los ojos de Caelan la perturbaba aún más que sus sospechas. No era odio lo que veía… sino una lucha interna. Como si el pasado le impidiera ver el presente con claridad.

Horas más tarde, cuando el cielo comenzaba a clarear con un tenue azul, Aidan se levantó y caminó hasta donde Lillian dormía. Se arrodilló junto a ella y le colocó la manta sobre los hombros, con cuidado de no despertarla. Observó su rostro apacible por un momento, luego suspiró.

—No sé quién eres, pequeña inglesa —murmuró en voz baja. Pero juro que mientras esté cerca, nadie volverá a hacerte daño.

Caelan lo observó desde la distancia, sin decir palabra. El amanecer traía consigo nuevas preguntas… y una tensión que no tardaría en explotar.




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