Más allá del odio

Capitulo 7

La vida en Duncreag era ruda, marcada por el viento frío del norte y el olor a humo de turba que impregnaba los muros de piedra. Las mujeres del clan iban y venían entre las cocinas y las salas, los guerreros entrenaban al alba, y los rumores corrían más veloces que los caballos.

Desde su llegada, Eleanor y Lillian habían permanecido bajo la protección tácita de Caelan. Nadie hacía preguntas directas, pero las miradas se acumulaban como nubes antes de una tormenta.

—No podemos seguir así mucho tiempo —susurró Eleanor mientras cepillaba su cabello frente al fuego.

Lillian, sentada en el borde de la cama, se abrazaba las rodillas.

—Lo sé. Pero si decimos la verdad, podrían echarnos… o algo peor.

Eleanor dejó el cepillo a un lado, frustrada.

—Ya lo sospechan. Nos miran como si no perteneciéramos aquí. Y no lo hacemos, Lillian. Nos encontramos en el corazón de Escocia, y somos inglesas. Es solo cuestión de tiempo.

En las cocinas, el calor era sofocante. Los calderos hervían con estofado y las mujeres discutían animadamente en gaélico. Eleanor entró buscando pan para Lillian, pero al abrir la boca y pedirlo, su acento la traicionó.

—¿Podría… traerme un poco de pan, por favor? —preguntó, con cortesía pero sin esfuerzo por disimular su forma de hablar.

Las voces se apagaron. Una mujer dejó de amasar, otra apartó la olla del fuego. Un silencio espeso cayó sobre la estancia. Eleanor sintió que el aire se volvía denso.

—¿Inglesa? —murmuró una anciana, entornando los ojos.

Eleanor dudó apenas un instante.

—Viví con una familia inglesa durante un tiempo —improvisó—. Mi madre fue criada allá.

La mujer asintió lentamente, sin quitarle los ojos de encima. Otra rió por lo bajo, aunque sin humor.

—Pues aprendiste bien el acento, muchacha.

Eleanor tomó el pan y se marchó sin responder, sintiendo la mirada de todas clavada en su espalda. Al salir, se encontró de frente con Graham.

El guerrero la escaneó de pies a cabeza, los labios apretados en una línea fina. La tensión entre ellos era palpable.

—¿Estás cómoda aquí, dama sin apellido? —preguntó, con un dejo de veneno en la voz.

—Lo suficiente, gracias —respondió Eleanor, manteniendo el rostro sereno.

Graham no dijo más, pero no necesitaba hacerlo. Sus ojos hablaban por él.

—¿Y si dejamos el castillo? —dijo Lillian más tarde, una vez a solas.

—¿Ir a dónde? —Eleanor se dejó caer en un banco junto a la ventana. ¿A los brazos de los soldados ingleses que mi padre podría haber enviado tras nosotras?

—O a los de otros bandidos.

Eleanor bajó la mirada. Tenía razón. Estaban atrapadas entre dos mundos que no las querían.

Mientras tanto, en la sala de entrenamiento, Caelan observaba a sus hombres practicar con espadas de madera. Aidan se le acercó, limpiándose el sudor del rostro con un paño.

—Graham ha estado preguntando por las chicas.

—Lo sé —respondió Caelan sin apartar la vista.

—Las mujeres en la cocina comentan que la pelirroja tiene acento inglés.

—Lo noté desde el primer día.

—¿Y qué piensas hacer?

Caelan no respondió de inmediato. Caminó hacia el centro del patio, recogió una espada de entrenamiento y se la arrojó a Aidan. Ambos se enfrentaron como en los viejos tiempos, midiendo el peso de sus pensamientos en cada golpe.

—No podemos acusarlas sin pruebas —dijo finalmente Caelan, mientras bloqueaba un ataque. Pero si alguno de los hombres descubre la verdad…

—¿Lo sabría el rey Robert? —preguntó Aidan con tono más serio.

Caelan bajó la espada. El peso de la lealtad era una carga que no podía ignorar. Pero aún no sabía si Eleanor representaba un peligro… o si solo era una sombra del pasado que aún dolía en su tierra.

Al caer la noche, se celebró un pequeño banquete para los guerreros que regresaban de patrullas lejanas. Las dos muchachas fueron invitadas por cortesía, aunque sabían que no eran bienvenidas.

Eleanor vestía un simple vestido de lino claro que una de las sirvientas le había prestado. Su cabello castaño caía en ondas sobre los hombros, y su porte, aunque modesto, no podía ocultar su educación aristocrática.

Caelan la observó desde su lugar en la mesa principal. Había algo en la manera en que se sentaba, en cómo sostenía el vaso de madera, que no encajaba con la historia de una campesina huida.

Aidan se inclinó hacia él.

—Ella no es lo que dice ser.

—Lo sé.

—¿Y qué harás?

Caelan respondió en voz baja, casi como una advertencia.

—Esperar Y vigilar.

Cuando terminó la cena, Eleanor se levantó para retirarse, pero tropezó con un banco mal colocado. Su instinto fue soltar un improperio… en perfecto inglés.

Graham, que estaba cerca, no lo dejó pasar.

—¿Cómo dijiste? —preguntó con voz afilada.

Eleanor parpadeó, buscando una respuesta.

—Un… dicho que escuché de niña. No significa nada.

Graham se acercó un paso más.

—Significa mucho. Y tú sabes exactamente qué.

Caelan se levantó de su asiento.

—Basta —ordenó No esta noche.

Graham lo miró, y aunque no dijo nada, su ceño fruncido dejaba claro que no olvidaría ese momento.

Eleanor bajó la mirada. Sabía que había cometido un error. Uno grave.

Ya en su habitación, Lillian la regañó con el corazón en la garganta.

—¡Cómo pudiste! ¡Ese acento nos va a matar!

—No pude evitarlo… Fue instinto.

—Instinto inglés, Eleanor.

Se quedaron en silencio largo rato. Afuera, los tambores del castillo resonaban suavemente, como ecos de un tiempo que no perdonaba fácilmente.

En la oscuridad de la noche, Graha hablaba con otro guerrero de confianza.

—No son quienes dicen ser. Y Caelan lo sabe.

—¿Qué haremos?

—Esperaremos Pero si ponen en peligro al clan… no habrá protección suficiente que las salve.




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