Más allá del odio

Capitulo 8

El castillo McGregor despertaba con el murmullo de la vida diaria. Las chimeneas humeaban, los establos rebosaban actividad y los soldados del clan entrenaban bajo el cielo grisáceo de las Highlands. Hacía ya varios días que Eleanor y Lillian se hospedaban allí, bajo la protección de Caelan y su grupo de guerreros. Aunque habían evitado preguntas directas, el acento de Eleanor, sus modales refinados y la manera en que ambas se desenvolvían no pasaban desapercibidos para todos.

Especialmente para el laird.

Duncan McGregor era un hombre alto, de hombros anchos y mirada penetrante. Su cabello canoso hablaba de los años de batalla y sufrimiento, pero su postura aún imponía respeto. Había luchado en las guerras de independencia, había perdido amigos por la traición inglesa y había jurado no bajar nunca la guardia.

Desde el primer día que las jóvenes cruzaron el umbral del castillo, algo en su interior se tensó. Las observó desde la distancia, midiendo cada palabra, cada gesto. No era un hombre precipitado, y menos cuando algo olía a traición.

Una tarde, después de entrenar con su espada, Caelan fue llamado a la sala del laird. Gregor se encontraba sentado junto al fuego, su copa de vino sin tocar.

—Caelan —dijo, sin mirarlo. ¿Qué sabes realmente de esas mujeres?

—Sé que estaban en peligro. Las salvamos de unos bandidos. —No tienen a dónde ir —respondió su hijo.

—Eso no responde a mi pregunta. He escuchado sus voces. El acento de la rubia no es de las tierras bajas. Y la morena... esa forma de mirar con altivez, de hablar sin titubeos. Parecen más propias de la corte de Edward que de los valles escoceses.

Caelan se tensó, pero mantuvo el control.

—No representan una amenaza. Solo buscan refugio.

El laird lo miró por fin, con dureza.

—¿Y qué harás si son espías? ¿Si sus palabras dulces esconden cuchillos? ¿Olvidas lo que los ingleses hicieron a Wallace? A nuestras aldeas... a tu abuelo.

—No lo olvido —replicó Caelan, en voz baja. Pero tampoco puedo cerrar los ojos al sufrimiento de dos mujeres desarmadas.

El laird suspiró y asintió lentamente, pero sus dudas no desaparecieron.

Esa noche en la cena, el laird, mirando a su hijo, le hizo una señal para demostrar que Eleanor era inglesa.

—Muchacha, ¿sabes quién es William Wallace? —preguntó con cautela.

—Sí, fue un héroe para los escoceses —dijo bebiendo de su vaso.

—Así es, fue un héroe quien inició la guerra para nuestra independencia —dijo con orgullo.

—Bueno, pero eso pasó hace tiempo —dijo sin más.

Ese comentario hizo que la sala se quedara en silencio y la sospecha del Laird y Caelan poniendo los ojos en blanco. Lillian, ante esta situación, apretó la mano de su amigaen señal de que había metido la pata.

Eleanor miró a la sala, bajó la cabeza avergonzada sin saber qué decir.

Después de la cena, Eleanor pidió hablar con el laird en privado. Fue conducida a su despacho, donde Duncan McGregor la esperaba en silencio.

—¿Sabes por qué estás aquí? —preguntó él sin rodeos.

Eleanor se erguió.

—Sí, mi señor. He visto la forma en que me observa. Sé que sospecha, y tiene todo el derecho.

El laird no respondió, pero su mirada bastaba para exigir una confesión.

—Soy hija de Lord William Ashford de Northumberland —dijo Eleanor, firme. Inglesa Escapé de mi casa tras rechazar un matrimonio arreglado. El hombre con el que querían casarme era cruel. Mi padre, enfurecido, me abofeteó y ordenó que se realizara la boda por la fuerza. Huí con la ayuda de Lillian.

Gregor no dijo nada. Su expresión era pétrea, pero sus ojos reflejaban una tormenta interna.

—Sé lo que su pueblo ha sufrido a manos de los míos. No vengo a burlarme de sus heridas ni a espiar para ningún rey. Solo deseo vivir en libertad. Le hablo a usted y no a todos, porque sé que si esto se supiera, la mayoría pediría que me entreguen a vuestro rey o que me expulsen.

El laird permaneció en silencio durante largos segundos. Luego se levantó, caminando lentamente hacia la chimenea.

—Wallace no era un mito para mí. Era mi amigo. Lo vi luchar. Lo vi morir. Los ingleses no dejaron nada de él que enterrar. ¿Crees que después de eso puedo confiar en ti solo por tus palabras?

—No —respondió Eleanor con sinceridad. Pero puedo demostrarle que no soy como ellos. Solo necesito la oportunidad.

El laird la observó con atención. Finalmente, asintió.

—Nadie más sabrá lo que me has contado. No, todavía. Permanecerás aquí bajo vigilancia. Una palabra en falso, y no podré protegerte. Entendido

—Sí, mi señor —dijo Eleanor con respeto.

Cuando se retiró, Duncan McGregor se quedó mirando las llamas, pensativo.

Más tarde, llamó a Caelan.

—Ten cuidado, hijo. El corazón puede ser el más grande de los traidores.

Caelan asintió. Al salir, Aidan lo esperaba en el pasillo.

—¿Todo bien? —preguntó

—Todo lo bien que puede estar cuando tienes una inglesa bajo el techo de tu padre —respondió con una sonrisa irónica.

—Yo creo que la morena no haría daño ni a una mosca —dijo Aidan, lanzando una mirada en dirección a donde se hallaba Lillian.

—Esperemos que tengas razón —murmuró Caelan antes de perderse en la penumbra del pasillo.




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