Más allá del prejuicio

Santiago bajo el sol

El sol de la mañana se filtraba entre los edificios de los departamentos que bordeaban la avenida Las Carreras. Santiago despertaba con su ritmo habitual: los motoristas saltándose la luz roja de los semáforos (ellos tal vez sienten que son los únicos que tiene prisa y por lo tanto, no respeta las leyes de tránsito no es una opción), los vendedores ambulantes de desayuno, las guaguas transportando a las personas a sus trabajos, el aroma del café recién colado que se escapaba por los balcones de las viviendas y el apreciado olor a la emisiones de carbono de tantos vehículos que circulaban.

Olivia del Castillo caminaba rápido, pero con elegancia, sujetando su termo de acero lleno de café, con la misma firmeza con la que enfrentaba casi todo en la vida. Llevaba los audífonos puestos, con su lista de reproducción de música "Alternativa", aunque la música era apenas un murmullo porque no estaba prestando atencion a las letras, si no que la usaba para aislarse porque le gustaba observar su entorno mientras caminaba. Le fascinaba cómo, incluso en el caos, la ciudad tenía un pulso propio. A esta hora de la mañana el ritmo era constante, común en una cuidad grande y fuente de empleo de muchas personas. En esa calle habían clínicas de salud muy importantes, tiendas departamentales, cadenas de supermercados y algo que abundaba en el país, tiendas de chinos con cosas que ni imaginabas que necesitabas. Por todo esto siempre había tráfico y también muchas personas caminado a pie, como ella.

Sus tacones no golpeaban el pavimento porque no usaba tacones para andar por la calle, era poco práctico y incómodo, usaba tenis que quedaban bien con los pantalones y camisa formales. Claro que, en un bolso llevaba unos hermosos tacones para estar en la oficina, porque le gustaba el estilo elegante. Su cabello lo llevaba recogido en un moño tirante que dejaba escapar a propósito un par de mechones con los que el viento jugaba al caminar. Pensaba que ese estilo le favorecía y además era lindo.

Trabajaba como desarrolladora de software en ValdezTech, una de las empresas tecnológicas más grandes del país. En teoría, era una filial familiar; en la práctica, un campo de batalla de egos, apellidos y ambiciones. Pero a ella nada de eso le importaba porque solo tenía interés en programar, resolver problemas y demostrar su capacidad. Y también en ganar un buen sueldo que le permitiera comprar lo que quisiera y hacer turismo interno porque no estaba interesada en viajar fuera del país, si no conocer mejor el suyo que tenía mucho que mostrar.

Entró al edificio moderno de dos plantas con las paredes de vidrio y balcones con plantas que daban una aire cálido al edificio. Saludó al guardia, Daniel, con su sonrisa habitual. Era un muchacho que rondaba los veintidós años y que estaba terminando su carrera de administración de empresas. Dejando detrás la recepción, se dirigió al ascensor y tocó el boton de subida, esperó unos segundos hasta que bajó y entro en el, despues pulsó el botón y cuando llegó al piso indicado, salio al recibidor. En el piso, el bullicio de los teclados, el murmullo de las voces y los teléfonos la recibió con su sonido familiar.

—Buenos días, Olivia —la saludó Laura, su compañera y confidente cuando se detuvo frente a su cubículo —. ¿Ya viste el correo del jefe?

—¿Cuál de todos los jefe? —respondió Olivia, dejando su bolso sobre su escritorio y acomodándose en su silla.

—El de verdad, Cristian Valdez, el hijo mayor. Va a estar aquí unos días, dicen que viene de Santo Domingo a revisar la sede.

Olivia que se levantó la mirada por encima del monitor, con una ceja arqueada.

—¿Y eso por qué me afecta a mí?

—Bueno... Porque justo hoy tienes la presentación del nuevo software.

—Perfecto —respondió con calma—. Que venga. Como oyente. Mientras no toque mi presentación, puede hacer lo que quiera. - No se dejaba intimidar fácilmente por las personas, no las juzgaba por su dinero y familia, ella valoraba el esfuerzo que cada quién hace por destacar y la originalidad, y ningún "hijo de papi y mami" iba a cambiar eso.

Dos horas después, la sala de conferencias estaba llena con los cuatro gerentes de equipo, cada uno lideraba un equipo de cuatro personas y ella era uno de ellos, un gerente. La empresa se adaptaba a la vision y necesidad del cliente. Por ejemplo habían clientes que querían le se les creara una aplicación para poder vender sus productos en línea. Se diseñaban páginas para centros de salud, supermercados, emprendedores. Era mucha la variedad, por eso el equipo era grande.

Cualquier ruido en la sala se escuchaba más fuerte de lo necesario por la tensión del ambiente. Todos fingian temer la vista en las pantallas, que mostraban gráficos de barra, histogramas y líneas de código. Pero nadie estaba concentrado porque ¿quien tiene la sangre fría, para ser indiferente a la supervisión de la gran sede? Quien sabe con qué saldrían.

Olivia tomó la palabra después de respirar hondo, con voz firme, gracias a Dios. Empezó presentando los resultados de su equipo sobre el análisis del software que estaba dando problemas al cliente y presentaron uno mejorado, con todos los requerimientos del anterior. Y no era por presumir, pero era mucho mejor y moderno.

En el extremo de la mesa, un hombre observaba en silencio y con una postura relajada, casi altiva. Traje gris de tres piezas y camiza blanca, impecable. Su mirada estaba fija en ella, concentrada. Cristian Valdez.

No habló ni una palabra durante la exposición, pero cada tanto entrelazaba los dedos y miraba a Olivia como si estuviera midiendo algo más que su trabajo.

Cuando ella terminó, la sala quedó en silencio. Él fue el primero en hablar.

—Interesante propuesta, señorita del Castillo —dijo con voz grave, modulada, con ese acento de la capital, pero más culto, claro. Parecía acariciar y ordenar al mismo tiempo. Las mujeres que habían en la reunión lo miraban disimuladamente y luego se enviaban mensajes a un grupo de WhatsApp al que yo no pertenecía, pero que estaba segura, tenían. No podía culparlas, era un espécimen muy atractivo y tenía lo que para mí era imprescindible en un hombre, masculinidad por los poros. - Pero hay una parte que no entiendo. ¿Por qué modificar un sistema que ya funcionaba?




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