Como cada vez que dejaba atrás a su bosque, algo en ella le hacía sentirse mal. No era una sensación que no pudiese soportar, por supuesto, pero molestaba durante un buen rato y la ponía de mal humor.
Llegó de nuevo a su casa y, justo al atravesar la última línea de árboles, sintió como el viento gélido que no la había atacado dentro del bosque se ensañaba ahora con ella. Y no llevaba la chaqueta, pues la había dejado en casa para evitar portar metal. Se encogió, resignada y abrazándose a sí misma para entrar en calor, y corrió hacia la entrada del edificio.
Una vez en el porche recogió sus pertenencias y se acercó a la cerradura de la puerta para abrirla. Titubeó un poco, pero al final terminó entrando. Y contó hasta tres.
Al tercer número, él apareció.
—Eileen... al fin te dignas a aparecer —dijo su padre, con un susurro que le heló la sangre a su hija.
—Hola, papá —dijo ella, escupiendo con ácido la última palabra.
El hombre rió, como si le hiciera gracia la respuesta de su hija.
—¿Por qué has tardado tanto en volver?
Eileen observó la mesa del salón donde había estado su padre, sin querer siquiera mantener contacto visual con él. Había varias botellas de cerveza, por lo que había estado bebiendo... y no poca cantidad, desde luego.
—Estuve en el trabajo.
El hombre dio un par de zancadas hacia ella, y al llegar a su lado levantó la cara de su hija con brusquedad, obligándola a mirarlo a la cara.
—¿Crees que soy tonto? Sé perfectamente a qué hora vuelves de trabajar —dijo con un aliento a alcohol que le revolvió el estómago a Eileen.
—Bueno —susurró como respuesta la muchacha, escogiendo muy bien todas sus palabras—. No es que nunca te haya importado mucho lo que hago. ¿Ahora sí?
No obtuvo una verdadera respuesta, sino que su padre le dio una bofetada, tirándola al suelo. Si le dolió el golpe no lo demostró. Valiente o tonta, había aprendido que quejarse era peor siempre. Así que no se movió.
Allí en el suelo escuchó la sarta de insultos que le dirigió. No musitó una palabra. Estaba esperando que se cansara y se fuera. Como solía hacer... hasta hacía poco...
Porque él volvió a acercarse a ella. Y a Eileen le dieron ganas de huir de allí, porque sabía lo que le esperaba.
Rota. Rota. Rota.
Estaba rota y contaba momentos para huir. Estaba rota y había tenido planes para huir de allí. Estaba rota y ya no podía huir. Estaba rota y ya no podía solucionarlo.
—Mi niña... sabes perfectamente que no quiero hacerte daño. Tan solo...
El hombre se agachó, poniéndose a su altura, y alzó la mano, pero esta vez no para golpearla, si no para acariciarle la mejilla que antes le había lastimado.
Asco.
No podía dejarlo. Podía soportar los golpes, pero aquello... Aquello era peor, mucho peor. Tenía que escapar.
‹‹Pero eres una cobarde, por eso no huyes››, le recordó una voz en su interior.
Dejó que su padre le besara el cuello, mientras reprimía las ganas de vomitar que le provocaba su simple contacto. Después, cuando no pudo más, le detuvo con una voz casi inaudible, llena de pánico:
—Papá. Tengo que irme. Aún hay cosas que tengo que hacer y no me gustaría terminar muy tarde.
—Oh... eres una aburrida. Como tu hermano.
Al fin él se alejó de la muchacha y volvió al salón, donde le esperaba otra tanda de alcohol. Su atención había pasado a otra cosa.
La chica se levantó y empezó a andar pero terminó corriendo hacia las escaleras del segundo piso. Entró en su habitación y cerró el pestillo que había comprado años atrás para evitar que su padre pudiese entrar.
Luego se metió en el baño de su cuarto y vomitó, para después ducharse, en un intento de quitarse la suciedad imaginaria que la cubría. No lo consiguió, pues estaba en su mente, no en otra parte.
Se aborreció a sí misma, por ser tan cobarde. Y se aborreció aún más, por dejar que su padre borrara de un plumazo toda la felicidad que había tenido ese día.
Pero, ¿qué podía hacer? Su padre había sido un influyente juez hacía no muchos años. Y ahora, aunque retirado, seguía conservando demasiado poder como para hacer algo contra él. No poder monetario, sino de contactos. La realidad era que la propia Eileen tenía miedo de que no la creyeran y de que su progenitor tomara represalias con ella si hablaba...
La opción más viable entonces sería huir... si no fuera porque era menor de edad y su padre, sin duda, la buscaría. Además, ¿a dónde iría? Otra posibilidad, y la última en su lista, era su hermano, pero había dejado de soñar con ella demasiado tiempo atrás.