Su hermano: el mayor traidor que la historia había conocido en mucho tiempo. La persona a la que más había apreciado... y que había terminado dejándola tirada justo cuando más lo necesitaba.
La madre de Eileen murió cuando ella tenía doce años. Dejó a dos hijos: la propia Eileen y a su hermano Víctor, con dieciséis.
Al principio todo fue relativamente bien. La vida parecía volver poco a poco a la normalidad, hasta que algo en la familia cambió de nuevo.
Ninguno de los hermanos supo muy bien qué fue el detonante de todo. De repente, su padre ya no los miraba como siempre había hecho, sino con una expresión más parecida al asco. Fue entonces también cuando decidió que debían mudarse.
El brusco parecer del hombre no agradó a sus hijos, que no querían dejar atrás su ciudad natal. Sin embargo, tuvieron que aceptarlo cuando su progenitor dejó el trabajo y gastó gran parte de sus ahorros en construir una casa en medio del bosque.
No parecía haber un motivo aparente, al menos no en el momento, pero Eileen descubriría poco después que aquella casa tan aislada sí que tenía una función: esconder las intenciones de su padre. Pues fue entonces, cuando ya nadie podía ver la realidad de su familia, cuando comenzó el maltrato.
No es que empezara de un día para otro, como si nada. Fue algo progresivo, que fue aumentando de nivel día tras día. De hecho, su hermano, que se había ido hacía ya dos años de casa, jamás había vivido lo que ella estaba experimentando ahora.
Víctor, que al comenzar el maltrato, prometió a su asustada hermana que él los salvaría a ambos. Una promesa que jamás cumplió. Porque el chico se fue al cumplir la mayoría de edad, en busca de un trabajo que después pudiese mantenerlos, y nunca volvió.
Bueno, sí que lo hizo, los primeros seis meses, de visita. Pero Eileen llevaba ya un año y medio sin verlo siquiera.
No sabía cómo le iba, pero tampoco le importaba. No después de su traición. No después de tener que soportar ella sola todo el odio al que le sometía su padre, y ahora también el abuso.
Había aprendido que no podía confiar en que la salvaran, pero la vida también le había enseñado que debía ser paciente. Que la cobardía le haría luego poder huir sin problemas, una vez cumpliese los dieciocho. Se limitaba a los hechos: por mucho que odiase a su hermano; si él lo había logrado, ella también podría.
O eso pensaba antes, cuando su padre solo le pegaba una paliza y le insultaba. Ahora, que había decidido que era un objeto que podía utilizar cada vez que quisiese, ya no estaba tan segura de que su técnica fuese siquiera a funcionar.