Más allá del tiempo

Una fiesta sin invitación y constantes burlas...

Capítulo III

Ya habían pasado unos ocho meses y yo ya tenía mis once años. Obviamente no los pude festejar porque no teníamos dinero, pero aun así mi mamá me hizo una torta y sople mis once velas. Pero no vengo a contar sobre mi cumpleaños sino sobre otro que hizo que me salieran canas verdes.

 

Una tarde de escuela, Jenny se me acercó con algo en las manos, un pedazo de papel muy colorido. Ella me saludó con un beso en la mejilla y un abrazo (algo muy típico en ella).

 

—¿Qué es eso? —Señalé el papel que llevaba en su mano, achiqué mis ojos queriendo ver por la curiosidad.

 

—Ah, ¿esto? —Miró el papel levantándolo en el aire— Es solo una invitación para el cumpleaños de Kendall —lo dijo como restándole importancia.

 

—¿Te invitó a su fiesta? —Extendí la mano para que me la muestre, ella lo hizo sin ningún problema.

 

Me sentí un poco mal, porque aunque no me cayera bien Kendall, a todo niño le gusta que lo inviten a los cumpleaños. Yo iría por la torta y los dulces. Ante todo la comida.

 

—Sí, pero no iré —dijo como si no le importara en lo absoluto. Me extendió la mano, pero esta vez, para que se la devuelva y la guarde en su mochila.

 

—¿Por qué? —Estaba más que sorprendida.

 

¿Quién se perdería una fiesta de cumpleaños? Al parecer, Jenny.

 

—Porque a ti no te invitó, y si tú no vas, yo tampoco iré.

 

Una sonrisa se me dibujó en la cara e instintivamente le di un abrazo.

 

No hay nada más lindo que los amigos ¿No les parece?

 

Los niños de la escuela y del vecindario no paraban de hablar de que faltaba poco para el cumpleaños de Kendall, decían que sus fiestas eran geniales.

 

Yo nunca fui a una de ella, la única vez que fui invitada no pude ir porque mi madre me había castigado por no haber hecho mis deberes. Decían que estaban los más ricos dulces, los más divertidos juegos, los mejores payasos, todo ahí era lo mejor.

 

No se terminaba más la semana, ya no aguantaba a los chicos hablar sobre el tema de la fiesta. Creo que lo peor de todo, fue cuando ya adentro del salón de clases, se nos acercó Kendall a Jenny y a mí, obviamente no era para pedir algo prestado. Sino para burlarse de mi cabello, ropa, zapatos o algo referido a mí.

 

Se paró en frente mío ocupando todo el peso de su cuerpo en una pierna, puso sus manos en su cintura de niña popular y me regaló una mirada de superioridad.

 

—Disculpa si note invite a mi fiesta de cumpleaños, lo que pasa es que no quiero a perdedoras ahí —Su grupito de amigas se echaron a reír y luego ella tiró su pelo para atrás como las divas—. Jenny —Se giró unos centímetro a mi costado, donde mi mejor amiga estaba—, te espero en mi fiesta.

 

—No, no podré ir. —habló Jenny.

 

—¿Por qué? —Su rostro se tornó triste. Una tristeza algo fingida.

 

—Porque tengo que ir a visitar a mis abuelos.

 

—¡Ah, bueno! —Vuelve su sonrisa— La próxima será.

 

Kendall se retiró, claro que nunca se olvidaba de tirar mis libros al suelo, así que lo hizo.

 

Yo pensaba: Esta chica va a cumplir doce años y todavía no madura.

 

Jenny me ayudó a levantar mis libros —como siempre— que se habían caído cerca de su banco.

 

—¿Tienes que ir visitar a tus abuelos? —La miré poniendo mis libros sobre mi banco, junto con unos lápices que también se habían caído con los libros.

 

—Sí, porque hace mucho que no los vemos y mamá dice que no sabe cuánto más van vivir.

 

—Entonces voy a estar sola este fin de semana... —Nuestra charla fue interrumpida por la maestra de matemática.

 

El sábado había llegado, todos los del barrio estaban en el cumpleaños de Kendall, incluyendo a Noah. Por el aburrimiento comencé a dibujar con las pinturas que mis padres con tanto esfuerzo me habían comprado para la navidad pasada. Un intento paisaje del atardecer fue plasmado en la hoja.

 

Nunca fui buena en la pintura y el dibujo, me las regalaron porque yo quería probar algo nuevo. También lo hicieron para que yo pudiera disfrutar cada dibujo que hiciera.

 

Esa misma tarde, unos golpecitos se escucharon del otro lado de mi puerta, mi abuela se asomó con una sonrisa, que transmitía confianza a cualquiera que la viera.

 

—¿Se puede?

 

—Sí abuela, pasa.

 

Mi abuela se sentó en la cama y me llamó con un ademan, para que haga lo mismo.



#45404 en Novela romántica

En el texto hay: niños, amor, amistad

Editado: 08.12.2018

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