Zoe
Ya es de mañana y todavía sigo a la espera de que me dejen ver a mi abuela. No poder verla es lo que me pone mal, pero ¿a quién no? No es ridículo ponerse mal por eso. Aunque pensándolo bien, creo que hay gente que no le gustaría ver a la persona que más quiere en la vida, en ese estado.
Hace un par de horas que algunos familiares y vecinos, llegaron para ver cómo está la abuela. No hay más información que la que ya nos dieron.
No sé si pensarlo como algo bueno o malo, dicen los médicos que hay gente que despierta de un coma, sólo que no es seguro. Pueden pasar años y ellos no despertar, o puede que nunca más despierten. Busqué en internet si había posibilidades, si los médicos estaban diciendo la verdad y encontré algunos casos en que las personas despertaban, pero también encontré otros casos que pasaba todo lo contrario.
Necesito aire fresco, me levanto de mi asiento, mis padres preguntan a dónde voy, pero no les respondo. Llego cerca de la salida del hospital y siento que alguien me agarra del hombro frenando mis pasos, no pienso darme vuelta, así que la otra persona se pone delante de mi.
Lina me ve con ojos preocupados, tampoco quiero hablar, entonces es ella la que habla.
— Zoe, ¿qué vas hacer?
— Lina, no me voy a suicidar, quiero tomar aire.
Sin hacer tanto esfuerzo, corro mi hombro para que ella saque su mano y sigo caminando.
— Te acompaño.
Paro en seco y la miro seria.
— No, necesito estar sola. —Ella me mira no muy segura de dejarme estar sola— Por favor.
Lina suelta el aire resignada a dejarme ir tranquila.
Sin hablar, sigo mi camino a la salida del hospital.
Estando acá afuera, se me viene a la memoria las escenas de películas en donde la gente se iban a tomar aire y se fumaba un cigarrillo. Creo que ellos lo hacían para calmar sus nervios. Yo me veo en la misma que ellos, pero en vez de un cigarrillo, utilizo mis auriculares.
Pongo una de las canciones más triste que tengo y me hundo en el piso. Cierro mis ojos y le subo al volumen.
No sé cuánto rato estoy así, sin embargo, ni la música arregla un poco mi estado de ánimo. No es que tampoco esperaba que hiciera algo, pero por lo general, lo hace.
Abro los ojos y me llevo un susto que casi hace que tire mi celular al suelo.
— ¡La que te tiró de las patas! —grito. Esto parece asustar a Noah que está sentado frente a mí. — ¿Por qué me asustas así?
Me saco un auricular y trato de calmar mi respiración, que se aceleró por el susto que me dio mi vecino.
— Yo no hice nada. —dice en defensa.
— ¿Cómo que no? Me hubieras llamado o tocado el hombro, no pensé encontrarme con alguien sentado enfrente mío.
— Es que te veías tan tranquila así, que no quería molestarte para nada.
Me lo quedo viendo seria. ¿Hace cuánto está ahí sentado sin que me haya dado cuenta?
— ¿Viniste solo? —pregunto.
— No, mis padres vinieron conmigo, ellos ya entraron.
¿Qué? Me vieron acá tirada con los ojos cerrados como si fuera una loca.
— Seguro pensaron que era una loca cuando me vieron acá tirada escuchando música.
— No, —hizo un gesto con su mano, restándole importancia. — sólo un poco. —se empieza a reír.
Le pego en el brazo para que se deje de reír.
— Eres malo, ¿lo sabías? —digo y le sonrío.
Él para de reírse y me mira con una sonrisa.
— Eso es lo que quería ver. —me dice.
No entiendo a qué se refiere, entonces decido preguntarle.
— ¿A qué te refieres?
— A la sonrisa que tenías antes. —Me responde— Te lo pido por favor, vuelve a sonreír, que es difícil lograr que lo hagas.
Lo miro confundida.
— ¿De qué hablas? Lo dices como si no sonriera nunca.
— Es que, no sabes lo que cuesta hacerte sonreír.
— ¿A mi? —pregunto confundida.
— No, a la señora esa que está por tomarse el taxi. —dice embromándome.