Italia, Roma - 1943
En una ciudad rebosante de color y alegría se podían ver a miles de personas caminando de aquí para allá concentrados en sus vidas. La bella Roma que tenía un sinfín de cosas para ofrecer y un millar de oportunidades que aguardaban en el camino de su gente.
Una ciudad donde el romanticismo y la ilusión se respiraban en el aire, a pesar de las tristes circunstancias que la rodeaban. Sin embargo, mientras alguien fuera capaz de seguir soñando, amando, la vida podría seguir teniendo luz…
—Y parece que esa persona soy yo —pronunció para sí misma una chica que leía con una mirada alegre y tierna esas palabras que había logrado escribir en su pequeño cuaderno.
—Aquí tiene señorita —indicó el camarero poniendo frente a ella un vaso con limonada.
—Grazie —dijo dándole una sonrisa al joven para después tomar el vaso y darle un sorbo.
Era un hermoso restaurante en el que estaba sentada, estaba casi a los lindes de las colinas y se veía como el sol las iluminaba, llenando a su vez de diferentes matices la ciudad. Mientras otros preferían el centro de Roma, ella elegía sus afueras donde se podían escuchar los sonidos romanos, pero también se podía ver con más fuerza la naturaleza conviviendo con la ciudad.
Luego de unos minutos se levantó y pagó por lo consumido para comenzar a caminar por las calles adoquinadas del pueblo con su sencillo vestido verde oliva. Era curioso ver a una joven de su edad paseando sola y ese pensamiento se confirmó al ver a un grupo de chicas salir de una tienda de extravagantes sombreros y eso la hizo agachar la mirada, y acomodar un poco su propio sombrero, pero luego de unos momentos simplemente no les prestó atención y siguió en su paseo.
Hubo un tiempo en el que ella también había tenido amigas, pero todas fueron prontamente casadas y ella simplemente… continuó caminando. Nunca se llegó a imaginar formar parte de esa clase de elecciones o vida y el hecho de que sus padres hubieron sido víctimas de la horrible guerra que se estaba desarrollando durante un viaje que realizaron a Francia, sencillamente la había dejado a la deriva para seguir por si misma. Cosa bastante difícil en los últimos meses.
Llegó a un prado con aires de parque donde las palomas picaban el suelo y para su curiosidad parecía estar abandonado e inmediatamente supo el porqué, provocando que una pequeña risa se le escapará. Ese era el parque de ‘La piccola morte’ o también la pequeña muerte, llamado así porque se decía que si durabas mucho tiempo allí te ocurriría algo que provocaría un sentimiento arrasador en ti. La cosa es que muchas veces este no era bueno, y desde que una persona experimento ‘La piccola morte’ al ver aviones de guerra surcando el cielo, la gente había preferido dejar de lado la exaltación emocional al considerar que ya existía suficiente.
Mientras pensaba en eso se sentó en un pequeño banquito que encontró y se tomó la libertad de subir las piernas a este al ver que el lugar estaba desierto.
Abrió su cuaderno forrado en cuero de color rojo (algo bastante peculiar) y se dispuso a continuar escribiendo y, tal vez, indagar un poco más sobre las historias de fantasía donde ella tenía el control y la decisión de cómo crear su mundo.
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Mientras esto ocurría un hombre de no más de 23 años caminaba dando grandes zancadas cerca de allí frustrado profundamente por diversos motivos.
“Más fácil sería parar la luz del sol que encontrar belleza en esta ciudad” pensé mientras pateaba una piedra. Esto era genial, había venido a Roma por…
Se detuvo de golpe y respiró profundamente alzando su cabeza al cielo, botó lentamente el aire mientras entreabría los ojos y dejaba que el sol calentará su cara.
Por eso había ido a Roma. Se calmó, era una ciudad sumamente hermosa, no tenía ninguna culpa de la clase de gente que habitara en ella. No tenía la culpa de que de un día para otro él hubiera perdido toda su inspiración.
El chico soltó un suspiro mientras se sentaba en un muro y apoyaba sus codos en las piernas, sosteniéndose la cabeza con las manos.
Definitivamente que el tenía que ser un “artista” pues solo estos tenían tal temperamento, pensó irónicamente divertido. Desde que era niño siempre tenía un lápiz a la mano y eso mismo le causó varios problemas a lo largo de su vida, más que nada porque cuando era un crio tenía la mala costumbre de pintar las paredes de su madre. Una sonrisa apareció en su cara.
Al crecer su interés por el dibujo y las pinturas le imitó, además tuvo la tremenda suerte de que sus padres lo apoyaran… siempre y cuando estudiara lo suficiente y sacara adelante un trabajo, cosa que había hecho sorprendentemente rápido en palabras de su padre.