Más allá del Tiempo y la Guerra

Capítulo 3

Lentamente los rayos del sol acariciaron su rostro en un cálido saludo y respondiendo a este, sus ojos se abrieron lentamente. Con movimiento perezosos se sentó en su cama sintiendo como su largo cabello se acomodaba sin ataduras en su espalda. Luego de unos momentos donde intentó no volverse a dormir se levantó dispuesta a asearse.

Y mientras, lentamente varias imágenes llegaron a su cabeza provocando que en sus ojos brillara una nueva luz, cosa bastante común en las últimas semanas. Más específicamente desde que conoció a Haide.

No pudo evitar sumergirse hasta la barbilla en la tina al sentir que su cara ardía levemente. Después de que la dibujó aquella tarde en el parque, la acompañó a su casa como todo un caballero mientras charlaban tranquilamente. No podía negar que más de una vez se quedó embobada viendo su perfil, pero, no sabría el porqué de esto sino muchos días después cuando se volvió habitual ver a Haide siempre que salía a la calle.

Precisamente él le explicó en una ocasión, cabe decir que sumamente avergonzado, que le era muy difícil el evitar acercársele debido a que ella le había regresado súbitamente la inspiración. Y de esa manera sin darse cuenta se convirtió casi en una costumbre el que la acompañara en el día ya sea tratando de dibujarla o simplemente conversando hasta decir basta.

Dejó por un momento los recuerdos de lado para decidir que vestido usaría hoy. A pesar que desde que sus padres fallecieron no le quedaban muchas posesiones estaba feliz de que al menos gozara de muy bonitos vestidos y prendas. Lo único que no logró conservar fue su casa original, una pena; gracias a Dios que una señora que la conocía desde que había nacido fue tan amable de darle un lugar donde quedarse en una pequeña residencia donde al igual que ella varias personas descansaban, era como una especie de posada para los romanos o todo aquel que buscara un techo y alimento.

Y hablando de dicha señora, esta parecía muy alegre en cuanto la vio al terminar de bajar las escaleras.

— ¡Buenos días, Eleonore!

—Buenos días, señora Neira. ¿A que viene tanta felicidad tan temprano? —cuestionó curiosa, pero contenta de ver a la amable señora feliz. La señora Neira parecía guardar un secreto y mientras se decidía en si decírmelo o no, aproveché para ver a mi alrededor y detallé los múltiples ramos de flores que como de costumbre decoraban en el pasillo y la portería.

—Nada del otro mundo linda —dijo sacándome de mis pensamientos—. Simplemente que cierto pintor ha estado desde hace un rato afuera esperando por ti —reveló con una pícara sonrisa provocando mi sonrojo.

— ¿Otra vez ese chico está por aquí? —interrogó una vecina que venía llegando a la recepción y estaba al tanto del tema—. Se nota que está interesado por ti… ¡pero qué bonito vestido, Leo! —exclamó.

Yo aproveché de observarme a mi misma notando el vestido azul cielo con bordes blancos que había elegido.

—Gracias, señora Mirella. Con permiso —huyó de ahí rápidamente escuchando las risas mal disimuladas que soltaban las mujeres. Al abrir la puerta como dijo la señora Neira, estaba Haide sentado sobre un murillo comiendo tranquilamente una manzana mientras veía distraídamente la calle…

Como casi todas las mañanas estaba esperando a que Eleonore despertara para ir a desayunar, pero no pudo evitar comerse una manzana que le regalaron en un pequeño puesto cuando iba de camino al lugar.

La chica, de la cual se había hecho amigo prontamente, solía despertarse a esa hora y bajar momentos después; cosa que sabía más por costumbre que por otras cosas.

No pudo evitar atragantarse con un pedazo de manzana al verla aparecer de súbito y sus mejillas se tiñeron levemente de rosa en mitad de su sofoco al sentirse como atrapado infraganti por sus pensamientos.

En un segundo la chica estaba a su lado y trataba de ayudarlo, pero con un gesto le indicó que estaba bien.

— ¿Seguro? —cuestionó Eleonore desconfiada.

—Que sí. Tranquila, solamente tragué mal —dije distraídamente tratando de recuperar el control de mis pensamientos mientras dejaba mi asiento sobre el murillo, y ya cuando estuve a la “misma altura” (entre comillas, pues soy mucho más alto que ella) de Eleonore, me di cuenta de lo bonita que estaba ese día—. Presiento que, igual que la manzana tu también venías con intenciones de causarme un ataque, después de todo lo moza que estás hoy no es para menos —señaló pícaro riéndose internamente al ver el sonrojo que ahora adornaba las mejillas de la chica.



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En el texto hay: miedo, amor, suspenso

Editado: 08.06.2019

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