—¿Qué rayos… qué rayos estás diciendo? —grito, exaltada, mientras me alejo a toda prisa de ese maldito hombre. ¿Por qué está aquí? ¿Cómo supo que hoy regresaba a Leavenworth si mis redes sociales no han publicado nada aún? Sin dudas, mis padres tienen muchas cosas que explicarme.
—Hola, Lucas. Gracias por salvarme, Lucas. Eso tendrías que estar diciendo, no maldiciendo —comenta con esa maldita y sexy sonrisa que siempre ha cautivado a las mujeres de Leavenworth. No solo a las jovencitas, sino a mujeres de todas las edades. Yo no fui la excepción, pero ese tiempo quedó atrás. Lucas Smith es solo un recuerdo—. ¿Te han comido la lengua los ratones? —pregunta, haciéndose el simpático, algo que altera más mis nervios.
—¿Qué haces aquí? ¿Dónde está mi padre? —le pregunto, mirándolo directamente a los ojos. Debo reconocer que este hombre es como los vinos: se ha puesto más guapo y sexy con los años. Su cuerpo ha cambiado, ya no es el jovencito delgado de 18 años que dejé atrás; ahora se nota que entrena en el gimnasio, y realmente le queda muy bien.
—¿Te gusta lo que ves, Harper? —pregunta, clavándome una mirada intensa, como si quisiera descubrir todos mis secretos. Desvío la mirada de inmediato. No estoy aquí para sucumbir a sus encantos, ya lo hice una vez, y no lo volveré a hacer.
—Eres un idiota, solo respóndeme... —exclamo, enojada, pero él vuelve a mostrar esa sonrisa burlona que hace que mis nervios estén a punto de explotar.
—Tranquila, querida Harper. Tu padre no pudo venir porque la pastelería estaba llena de gente. Yo fui a llevarle un árbol de Navidad de mi negocio, y me pidió que viniera a recogerte. La verdad... tenía curiosidad por verte —dice sin borrar esa maldita sonrisa de su rostro—. Me dijeron que habías cambiado mucho.
Lo dice mientras me mira de arriba abajo, inspeccionando mi figura.
—Que te habías convertido en la reina de la moda y tenías millones de seguidores en todo el mundo. Como no tengo redes sociales, no pude seguir tu carrera. Agradece que te reconocí en la sala de arribo; de lo contrario, esa gente hubiese terminado contigo. Tus seguidores son un poco violentos...
—Esa gente no eran seguidores, querían desprestigiarme solo porque estaba reclamando mis valijas —respondo, furiosa. Aunque pensándolo bien, ¿qué le importa a Lucas Smith mi vida, mis seguidores o mis valijas?—. ¿Te importaría si nos vamos? Estoy cansada y tengo mucha hambre —reclamo, resignada. Si tengo que ir con este hombre, al menos que se apure. Necesito llegar a casa.
—Sus deseos son órdenes, señorita de ciudad.
Ambos caminamos unos cuantos metros hasta llegar a una camioneta negra, con varios pinos en la parte trasera. No puedo creerlo. Es inaudito que tenga que subirme a un vehículo en ese estado, con olor a pino y pueblo.
Lucas parece darse cuenta, porque lanza un comentario al aire, decepcionado:
—Lamento no haber traído la limusina, Harper. Estaba en el taller mecánico. La próxima incluire una alfombra roja, quizás así te sientas más cómoda.
—Eres un idiota —le contesto, enojada. Abro la puerta de la camioneta e intento subir, pero es demasiado alta y con las botas me resbalo.
—Y pensar que antes subíamos árboles descalzos, y ahora no puedes subir a una camioneta con esas botas —comenta, pisándolas a propósito con sus zapatos llenos de tierra. Estoy a punto de enloquecer.
—¿Cómo te atreves? —le grito, indignada. Esas botas son un modelo exclusivo, solo hay cinco en todo el mundo—. Estas botas cuestan más de lo que tú ganarías en toda tu vida —lanzo, sin medir las consecuencias. Parece que lo he herido, porque se da la vuelta y sube a la camioneta sin ayudarme.
—Lucas, no puedo subir sola.
—O te subes o te quedas. Y apresúrate, porque tengo muchas cosas que hacer.
El humor se esfuma de su rostro, que ahora está duro y frío como un témpano. Tal vez debería disculparme, o tal vez no. Él fue el primero que empezó a burlarse de mí, yo solo me defendí.
Como puedo, logro subirme. Cierro la puerta y él arranca a toda velocidad. El camino a Leavenworth dura más de cuarenta minutos. Demasiado tiempo para estar junto a Lucas Smith.
Saco mi celular para escribirle a Lisa: Voy camino a mi maldito pueblo, junto a mi maldito exnovio. Ella responde: Si está guapo, aprovecha la oportunidad.
Cuando levanto la vista, noto que Lucas mira mi iPhone 15 rosa, un diseño único, con brillantes, muy llamativo.
—¿Ese celular cuesta mucho dinero? —pregunta, sorprendiéndome.
—Mil dólares. ¿Por qué lo preguntas?
—Porque Laia me pidió uno para su cumpleaños.
En ese momento, Lucas se da cuenta de que habló de más y guarda silencio. Pero yo necesito saber más.
—¿Quién es Laia?
Me mira a los ojos, con clara intención de no contestar.
—Nadie. Olvídalo.
Su silencio me intriga. ¿Quién es Laia? ¿Será su esposa? ¿Una novia? Lucas Smith me oculta muchas cosas y ahora tengo curiosidad por saber que ha sido de su vida todos estos años.
El resto del camino lo paso en silencio, mirando por la ventana. Reconozco el camino a Leavenworth, no falta mucho para llegar.
Quince minutos después, me encuentro frente a la pastelería de mis padres.
La pastelería sigue siendo tan hermosa y perfecta como siempre, a pesar de los años. La dedicación y el amor que mis padres han puesto en este lugar se reflejan en cada rincón. Al entrar, noto que Lucas ya no está. Parece que solo dejó el paquete y se fue sin decir nada.
Al cruzar la puerta, todos me observan con curiosidad, pero ninguno me reconoce. Sin embargo, yo sí sé quiénes son todos, aunque es claro que he cambiado mucho con el paso del tiempo.
Mi padre es el primero en reconocerme. Al instante deja de atender a un cliente, se gira y se acerca con los brazos abiertos. Me abraza con tanto cariño que por un momento me siento conmovida. Sin embargo, rápidamente me siento incómoda y le devuelvo el abrazo, aunque solo por unos segundos.