–¿Tienes algún problema con eso? –me pregunta. Al parecer, sigue muy enojado con el comentario que le hice hace un rato. No es mi culpa, él pisó mis botas Gucci y cuestan una fortuna.
–Debería haberme dado cuenta –exclamo, observando a la niña que no deja de mirarme con esos bellos ojos azules y la misma sonrisa de su padre, como si me conociera de toda la vida–. Es igual a ti.
–Laia, saluda a la abuela. Debemos irnos al centro comunitario.
–Sí, papá –responde la niña obediente, despidiéndose de mi madre con un cariñoso beso en la mejilla. Se nota que son muy cercanas; ambas se demuestran mucho amor.
–Me contó tu papá que tienes el papel protagónico de la obra, Laia. Estaremos en primera fila para verte –noto cómo a mi madre le brillan los ojos al ver a la niña.
–Sí, abuela. Estoy muy feliz. Bueno, debo apurarme porque en un rato empiezan los ensayos. ¡Adiós, abuela! ¡Adiós, tía Harper! –Laia se acerca a mí y me saluda con un beso en la mejilla. Esa niña es un amor.
–Adiós, Laia –le respondo, hipnotizada por su cariño tan genuino. Últimamente, las redes sociales han alejado eso entre las personas.
–Adiós, Bea –observo cómo Lucas se acerca a mi madre y le da un beso. Sin embargo, de mí se despide con un frío–: Adiós, Harper.
Algo dentro de mí se molesta por eso; esperaba recibir el mismo beso.
Mientras padre e hija se retiran del lugar, yo me dispongo a sentarme frente a mi madre para que me cuente qué está pasando aquí. ¿Desde cuándo su relación con Lucas es tan cercana? ¿Él está casado? ¿Quién es la madre de esa niña tan bonita que me llegó al corazón... que no tengo?
–Mamá, tienes muchas cosas que explicarme y necesito que lo hagas ahora –comienzo, mirándola a los ojos. Mi madre me dedica una de sus tiernas sonrisas.
–Laia me recuerda mucho a ti, mi amor. Tú eras igual de dulce y cariñosa que ella –dice, recordando algunos momentos de mi infancia.
–Las personas crecemos, mamá. Te aseguro que esa niña dejará de serlo cuando sea adulta.
–Quizás sí, quizás no... Es que Lucas la cría con tanto amor… –confiesa mi madre, dejándome confundida. Necesito seguir indagando en la vida de él.
–Mamá, necesito que me expliques por qué Lucas, esa niña y tú son tan cercanos –digo, mientras recuerdo que mis galletas favoritas están sobre la mesa. A pesar de estar a dieta para entrar en el vestido de la premiación, decido olvidarla por un momento y disfrutar de esas galletas que hace años no como.
–Es una larga historia, Harper… –mi madre hace un silencio–. Lucas tiene muchos trabajos: por la mañana es dueño de su negocio de árboles de Navidad, por la tarde atiende su taller de carpintería y, a veces, por la noche ayuda en el comedor del centro comunitario.
Esa confesión cala muy dentro de mí. Lucas, ayudando en el centro comunitario… Eso me lleva a recordar nuestra adolescencia juntos. Ambos ayudábamos en el comedor y nuestro sueño era, una vez casados, abrir nuestro propio comedor comunitario. Disfrutábamos mucho de ayudar a la gente, sobre todo en la época de Navidad, repartiendo comida y juguetes a los niños desamparados. Al parecer, Lucas sigue haciéndolo, ahora junto a su hija.
Su hija... ¿Por qué me molesta tanto que Lucas tenga una hija? No es por la niña; ella es un amor. Es por lo que significa que él tenga una hija. Seguro está casado, tiene una bella y cariñosa mujer a su lado. Por alguna razón, eso me hace experimentar sentimientos que hacía mucho no sentía. Pero debo olvidarlo. Estoy aquí para reparar mi imagen y luego volver a la ciudad, no para caer de nuevo entre sus brazos. Aunque, por lo que veo, estará bastante difícil. No, pienso para mis adentros. Debo sacarlo de mi mente. Siempre me prometí a mí misma no tener relaciones con hombres casados y esta no será la excepción. Pero necesito saberlo, y seguro mi madre espera esa pregunta...
–¿Y su mamá también trabaja? –pregunto, viendo cómo el semblante de mi madre se pone triste.
–Harper, su mamá falleció el mismo día que Laia nació. No llegó a conocerla. Lucas es lo único que tiene en su vida y él ha dejado todo, sus sueños, sus ilusiones, para criar a su hija. Hasta ahora lo ha hecho muy bien. He intentado que encuentre una buena mujer; Laia necesita una mamá. Ha tenido citas, pero según su criterio, ninguna ha sido lo suficientemente buena para ser la mamá de su princesa.
Algo dentro de mí se remueve como nunca antes. No podría imaginar al rebelde Lucas de mi adolescencia, ahora convertido en un cariñoso y dedicado padre soltero.
–Harper… ¿puedo preguntar si pasó algo entre ustedes? Él se ofreció a ir a buscarte al aeropuerto, ya que tu padre estaba muy ocupado en la pastelería.
¿Él se ofreció a buscarme? No fue prácticamente lo que dijo...
–Pero lo noté demasiado molesto contigo, y Lucas no es así…
–Mamá, entre Lucas y yo no pasó nada. Solo que pisó a propósito mis botas Gucci y le dije que ni con lo que ganaría en toda su vida podría pagarme unas nuevas, exclusivas –comento, viendo cómo mi madre se pone triste.
–Quizás ese comentario hirió su orgullo, hija. Lucas ha sufrido mucho todo este tiempo que has estado lejos. Es un buen muchacho; no se merece tu desprecio –añade, y siento cómo una daga se clava en mis entrañas, por no decir corazón. No puedo creer la traición de mi madre. Ella fue la única que supo la verdad acerca de por qué Lucas y yo nos separamos, y me ha dejado sin palabras al ponerse de su lado.
–No puedo creerlo, mamá. ¿Estás de su lado?
–No, Harper… no digas eso. Los quiero mucho a los dos –exclama mi madre con tristeza.
–Tú sabes muy bien lo que sucedió entre él y yo hace siete años, por qué nos separamos… –le recuerdo, y la daga se clava más profundo.
–Lo sé, hija, pero eran unos niños. Lucas ha cambiado mucho, no es el muchacho inmaduro de antes –mi madre intenta explicarse, pero el daño ya está hecho. Aun así, en el fondo la entiendo. Hace tantos años que me fui de aquí, jamás regresé, y ella, frente al dolor por mi ausencia, se aferró a Lucas y a su hija.