A la mañana siguiente, me levanto con el sonido de la alarma de mi celular. Apenas hacía unas horas había conciliado el sueño. Solo de pensar en la arrogancia de Lucas... me enerva la sangre. Aún no puedo creer que me haya pedido que no me acerque a su hija, como si fuera capaz de hacerle daño. Tampoco soy tan malvada. Además, no será tan fácil, ya que Laia pasa muchas horas en la casa con mis padres. Aunque, conociendo a Lucas, sería capaz de dejar su trabajo con tal de cuidar él mismo a su hija y así la pequeña no tenga que estar cerca de mí. Sigue siendo el mismo idiota de siempre y, a pesar de lo que ha vivido, no ha cambiado en absoluto.
En ese momento, mis pensamientos se dirigen hacia otro lugar: mi habitación. Ese espacio que, durante años, había guardado mis más íntimos secretos. Sus paredes habían visto y escuchado mis lágrimas de desamor. Seguía exactamente como lo había dejado diez años atrás. Mis padres se habían encargado de mantenerlo por si algún día regresaba.
Sus paredes, pintadas de rosa pastel, llevan algunos pósteres de mis cantantes favoritos de la adolescencia. En un rincón, una pequeña y hermosa biblioteca con las novelas de amor que mi madre me regalaba en ocasiones especiales como cumpleaños o cuando aprobaba una materia difícil. Amaba estos libros; era una romántica empedernida. Quién diría que, años después, dicen que no tengo corazón.
Pero lo que llama poderosamente mi atención es lo que hay sobre la biblioteca: un portarretrato. Y en él, una foto de Lucas y yo abrazados en la nieve, haciendo angelitos. Recuerdo como si hubiese sido ayer. Fue un día increíble que pasamos junto a su madre, esquiando, haciendo muñecos de nieve y angelitos sobre el piso frío, unos días antes de la Navidad. Debo dejar de pensar en el pasado o me pondré demasiado sentimental, me digo a mí misma, saltando rápidamente de la cama y metiéndome en la ducha para que el agua helada borre esos pensamientos que ya no son bienvenidos en mi cabeza, menos en este momento.
Minutos después, salgo de la ducha y me pongo una muda de ropa de mi madre. No se imaginan lo ridícula que me veo con ellas: parezco una pueblerina más, algo que detesto, pero no tengo otra opción. Debo esperar dos días hasta que mis maletas lleguen a la puerta de casa o, de lo contrario, el aeropuerto recibirá una buena demanda de parte de mi bufete de abogados.
Una vez lista, salgo de mi habitación y bajo las escaleras hacia la cocina. Allí, mi madre me espera con un increíble tazón de café. Ella es una de las personas que más me conoce y me consiente. Me lo entrega en mano y me siento a disfrutar de su rico sabor y a oler su impregnante aroma. Amo el café y nadie podrá hacerme cambiar de opinión, ni siquiera los médicos.
–Hola, mi amor, ¿cómo has dormido anoche? –pregunta. Sabe de mis problemas de insomnio, pero sorprendentemente, aunque suene extraño, volver a Leavenworth ha hecho que mi sueño se normalice, a excepción de la noche anterior, por supuesto.
–Gracias por el café, mamá, lo necesitaba. No he dormido nada bien, pero sabes que estoy acostumbrada. Con una buena dosis de café es suficiente –mi madre me observa perpleja.
–¿Fue por el entredicho que has tenido con Lucas?
–¿Te parece un entredicho, mamá? Lucas me prohibió acercarme a su hija –digo algo molesta. Realmente pareciera que ese hombre fuera su hijo antes que yo. Nunca hubiese imaginado que su relación se había hecho tan estrecha en mi ausencia.
–No tiene malas intenciones, Harper. Solo no quiere que Laia se encariñe contigo. Es una realidad que volverás a la ciudad y quiere evitar que su hija sufra.
–Mamá, ¿podríamos dejar de hablar de Lucas? Hoy es un día muy importante para mí. –Y sí lo es; estoy muy nerviosa. He estado en vivo por Instagram frente a millones de seguidores, y me pone nerviosa estar frente a una pastelería. Pero no es cualquier pastelería; es la pastelería de sus padres. Hace más de diez años que no ocupo ese lugar frente a la tienda, y es una responsabilidad muy grande porque sé lo que significa para ellos.
–Tranquila, mi amor, sé que lo harás bien –además, debo recordar que estar frente al negocio y actuar como una más de ellos es la estrategia de marketing para volver a ser la reina de las redes sociales.
Después de desayunar, me despido de mi madre y me dirijo hacia el interior de la pastelería. Ese lugar ha cambiado con el tiempo. Mis padres han puesto mucho empeño para lograr que el negocio familiar sea uno de los más exitosos del pueblo.
Sus paredes, de un rosa suave, irradian calidez y delicadeza. La luz del sol que se cuela por los grandes ventanales ilumina las hermosas vitrinas de cristal que exhiben los más deliciosos pasteles y cupcakes horneados por mi padre, con tanto amor por su profesión, que son una obra de arte en todos los sentidos.
El mostrador blanco, demasiado impecable, con detalles vintage, aporta un aire elegante y acogedor. Y las lámparas colgantes, con diseños sencillos pero encantadores, añaden un toque muy romántico. Quisiera contratar al diseñador que ha hecho este increíble trabajo para mi departamento en la ciudad.
La pastelería no es importante solamente para mis padres; durante muchos años fue un lugar que me trajo muy buenos momentos en mi vida, pero también los más duros que tuve que atravesar. Quizás por eso, inconscientemente, no quería volver a estar frente a ella.
Aún recuerdo cuando tenía 15 años. Lucas, como todas las tardes a la salida del colegio, me acompañaba a atender el negocio. Yo ayudaba unas horas mientras mi padre se encargaba de hornear los pasteles para el día siguiente.
Pero uno de esos días fue muy especial, el más especial de todos. Antes de cerrar la tienda y Lucas marcharse a su casa, se acercó a mí y me entregó un sobre en mano, diciéndome que lo abriera solo cuando él se hubiera ido.
Cumpliendo con su pedido, una vez cerrada la pastelería, me senté en una de las mesas y rompí el sobre con mucho cuidado, para sacar de allí la carta más hermosa que he leído hasta el día de hoy, debo reconocerlo. Una carta donde, en cada línea, me expresaba un amor tan grande e incondicional, donde me prometía que nos casaríamos y moriríamos juntos siendo unos ancianos. Aún recuerdo cómo ese día las lágrimas de felicidad rodaban por mis mejillas. Había estado enamorada de Lucas desde que tenía uso de razón y pensaba que él solo me veía como su mejor amiga, que mi amor no era correspondido. Lamentablemente, sí lo era. Porque, aunque lo intento, no puedo recordar ese momento con felicidad. Dos años después, cuando Lucas y yo éramos novios y estábamos terminando la secundaria, Emily, mi mejor amiga de ese entonces, me confesó haberse acostado con él, mostrándome una imagen de ambos en la cama como evidencia, donde ella está posando para la cámara de su celular, mientras Lucas duerme plácidamente, después de una noche desenfrenada de sexo.