Abro mis ojos realmente sorprendida. No puedo creer que esa mujer tiene la desfachatez de visitar la pastelería, cuando todo Leavenworth sabe que estoy ayudando a mi padre. Aunque lo intento, no puedo dejar de observarla. Emily. La persona que había sido mi mejor amiga entre mi infancia y casi al terminar la adolescencia. Su traición fue tan grande que todavía la recuerdo y al verla siento que aún sigue haciéndome daño.
Todo mi cuerpo reacciona a su presencia. Tengo ganas de darle la vuelta al mostrador y golpearla hasta que me pida perdón de rodillas. Pero sé que Emily no es así. Jamás me pedirá perdón.
Aún recuerdo esa noche en la que Lucas y ella se acostaron juntos. Era una noche en la que los tres fuimos a casa de Marilyn, una compañera del colegio, quien celebraba su cumpleaños con una increíble fiesta. Los tres juntos como siempre, ya que aunque me había puesto de novia con Lucas, jamás dejé a mi amiga de lado. Ahora me doy cuenta de que tendría que haberlo hecho. Él era mi novio, él era quien debía cuidar nuestra relación, pero ella era mi mejor amiga, la persona a la que le contaba todos mis secretos y lo enamorada que estaba de Lucas. Al parecer, ella sintió que mi novio le pertenecía y así fue.
Esa noche, debo reconocer, los tres nos pasamos de copas, pero Emily había tomado menos, por lo tanto era la que más consciente estaba. Su padre, como cada vez que salíamos, fue el encargado de irnos a buscar a casa de Marilyn.
De vuelta a casa todo era risas y alegría. Cuando estábamos ebrios éramos más felices, nos unía una amistad muy fuerte, sabíamos todo del uno y del otro. Por eso me dolió tanto la traición de ellos y estoy segura de que jamás podré perdonarlos.
El papá de Emily me dejó en casa. Me recibió mi madre en la puerta. Al ver que estaba bastante ebria, me regañó con esa dulzura que la caracteriza y luego me acompañó a mi habitación, donde quedé completamente dormida en el mismo instante en que apoyé la cabeza en la almohada, olvidándome por completo de Lucas y Emily y de lo que pudo haber pasado entre ellos.
Volviendo a la realidad, intentando dejar el pasado atrás para que duela un poco menos, allí está ella, parada frente a mí, mirándome a los ojos. Aunque el silencio se apoderó del lugar, Emily es la primera en romperlo:
–Harper, no sabes cuánto me alegra que hayas vuelto –me dice la muy cínica.
Si no fuera por mi padre que está presente, podría golpearla en este mismo momento, aunque eso signifique que un nuevo video termine de arruinar mi carrera, pero la verdad es que esa mujer se lo merecería. Repito, no puedo creer que sea tan caradura.
Intentando controlar mis impulsos, hago tres respiraciones para relajarme, técnica que aprendí en las clases de yoga, y contesto con una templanza envidiable.
–Hola, señorita, ¿qué va a llevar? –pregunto, haciendo caso omiso a su saludo.
–Harper… –veo que en su semblante algo cambia. ¿Qué pensaba? ¿Que porque habían pasado años había quedado todo atrás? No, su traición sería imposible de olvidar, aunque pasara un siglo, y mucho menos porque jamás fue capaz de pedirme perdón.
Quizás no los perdonaba, pero hubiese entendido el momento, los dos ebrios, después de una fiesta…
–Lo mismo de siempre, por favor –miro a mi padre de reojo, quien está observándome sin decir ni una palabra. Sus padres fueron su gran apoyo en ese momento cuando todo salió a la luz.
–Lo siento, señorita, soy nueva en la pastelería. Dejaré que el dueño la atienda. Que tenga buenos días –digo mientras camino hacia la cocina de la tienda, pero su voz nuevamente me detiene.
–Harper, sé que me odias, pero hace años que intento contactarme contigo y me bloqueas de todos lados. Necesitamos hablar –exclama. Por un momento siento como si su voz estuviera cargada de tristeza, pero seguro es mi imaginación. La Emily que conozco jamás se humillaría ni pediría perdón.
–Lo siento, usted y yo no tenemos de qué hablar –rápidamente la dejo en compañía de mi padre y me encierro en la cocina de la pastelería.
Me siento en una de las sillas y me inundan las ganas de llorar. Unas malditas lágrimas traicioneras brotan de mis ojos. Ni Emily ni Lucas se merecen ninguna de ellas.
En ese momento entra mi padre. Se acerca y me abraza por detrás para consolarme. Sabe lo duro que fue para mí, sabe todo el dolor que sufrí por ella y aunque sé que Emily es una cliente más y debe tratarla con respeto, sé que debe ser difícil para él también.
–¿Estás bien? –pregunta, preocupado, acercándose a una bandeja llena de pequeños trozos de un pastel recién hecho y me lo entrega. Sabe que las cosas dulces son mi debilidad y más si son horneadas con sus propias manos.
–Sí, papá. Ahora mucho mejor –digo, llevándome un trozo del pastel a mi boca, disfrutándolo, olvidándome por un momento de la estricta dieta que seguía en la ciudad–. Esto está delicioso, papá.
–Harper, sé que no es el momento adecuado para hablar contigo, pero… deberías escucharla –al escuchar sus palabras siento como si un puñal se clavara en mi corazón. No puedo creer que mi padre, la persona que me vio sufrir y derramar lágrimas por esa mujer, me pida que la escuche.
–Papá… no creo que tenga nada que escuchar. Lo que pasó hace años ya pasó, no quiero saber nada con ella ni con Lucas. Me traicionaron y jamás podré perdonarlos.
–Harper… tú no eras así –exclama con tristeza.
–Tienes razón, papá, yo no era así. Ellos me convirtieron en lo que soy. Emily y Lucas se aprovecharon de la debilidad que tenía por ellos y me pagaron de la peor manera –digo, sin poder disimular el dolor que aún causa en mí.
–Sé que Emily te ha hecho mucho daño, pero ella ha cambiado, ya no es la misma de antes –confiesa, clavándome aún más el puñal.
–Veo que la conoces demasiado, has seguido frecuentándola en mi ausencia.
–Sí, Harper. Sabes que su familia siempre fue clientela habitual de la pastelería. Ahora que Emily se ha casado y ha formado su familia, ellos también compran aquí habitualmente. Además…