Más grande que tu arrogancia (libro 2 Saga Mas)

Prólogo

Nada mejor que seleccionar tu mejor auto deportivo, subir lentamente mientras admiras y disfrutas de todos los detalles… porque nunca te cansas de hacerlo, justo antes de encenderlo.

Dejándote seducir por el poderoso y sensual rugido de ese motor capaz de emocionar hasta a la más insensible de tus fibras, sintiéndote como el mejor corredor de la Fórmula Uno mientras ves las luces y los edificios pasar a ambos lados, con tal rapidez que, si no conocieras la ciudad, recorriéndola en este vehículo… tampoco la conocerías.

Porque lo que menos te interesa es ver a tu alrededor cuando la brisa fría choca y juguetea tan descaradamente con tu cabello, brindándote esa sensación de libertad y grandeza que no conseguirías nunca con nada más, ni siquiera con la más experimentada noche de placer.

Quizás, él solo estaba exagerando, lo cierto es que esa magnífica sensación podía experimentarla cómo, cuándo, dónde y por el tiempo que le diera la gana, sin sentirse atado a nada, sin responsabilidades añadidas, sin tener que esperar ni ir al ritmo de nadie. Puede que solo era un maldito egoísta, también un poco fetichista, pero hasta hoy esa era una de las muy escasas formas que Lester Gay Veccio conocía para sentirse vivo, dueño y señor de su propio universo.

 

Ж

 

Estacionó a su amado bebé de cuatro ruedas en su lugar privado, mientas ingresaba al club del cual era propietario, otro más de sus preciados juguetes en el que podía despejar su mente de todas las obligaciones que conllevaban ser el heredero de Grandness, el máximo emporio de joyas de lujo del país. De hecho, su club también llevaba el mismo nombre.

—¡Hi, Lester! —al entrar, y como siempre sucedía, no pasó mucho tiempo en que su imponente presencia fuera aclamada por quienes le conocían y envidiada por sus detractores, algo que le divertía.

—¿Qué tal una partida de pool? —escuchó a Fabián, uno de sus amigos… de sus muy pocos amigos en realidad, pero hasta ahora de los más confiables, invitándolo a lo único que consideraba era su talón de Aquiles porque, mientras otros jóvenes acaudalados, como él, preferían invertir sus millones en deslumbrantes casinos, inmensos clubes de golf o clásicos clubes de hipismo. Y los más aventureros, se arriesgaban a viajar por todo el mundo practicando deportes de alto riesgo, él se decantaba por lo que reconocía, su único derroche de nimiedad, su debilidad por el aludido juego de mesa en el cual su amigo lo invitaba a participar.

Y no se negaría porque justo a eso era a lo que venía, a despejarse, olvidarse de una importante decisión que pronto le tocaría tomar. Bernard, su padre, aún no había sido frontal con el tema, pero tal como se estaban dando las cosas y con Lance, su hermano mayor, enojando al viejo por todo… Conocía el frágil suelo sobre el que caminaba, lo suficiente, como para saber dónde pisar fuerte y dónde ir sobre puntillas.

Sonrió ladino y caminó en dirección al área del pool, la sección que más amaba de su íntimo y exclusivo club, porque era obvio que todo el lugar había sido ambientado a su imagen y semejanza.

Las imponentes mesas eran su máxima expresión, siempre tan atractivas con sus elegantes y macizos bordes de madera pulida, ofreciéndole el máximo confort y disfrute cada vez que Lester decidía demostrar a sus contrincantes cuán rápido podía vencerlos, haciendo alarde de su poderosa concentración, rapidez de cálculo y especialmente de sus nervios de acero.

Y si algunos ya lo odiaban con solo verlo llegar. Verlo partir satisfecho, con el triunfo entre las manos mientras se divertía pateando el orgullo de sus oponentes derrotados, digamos que… esa actitud le había garantizado un sitio en aquel infierno al que tantas veces sus detractores solían mandarlo.

—Hola, guapo. ¿Me extrañaste? —detalló a la mujer que se acercaba seductora mientras él, en completo silencio, recubría la suela del taco con tiza.

Ni siquiera la recordaba, ni hablar de extrañarla.

Para Lester era una fórmula sencilla: Recordar algo era inversamente proporcional a quedar impactado por ese algo. Si eso no sucedía, era mejor borrar el anterior ejercicio, cambiar la estrategia e intentar volver a realizarlo porque, sin dudas, había un error en los cálculos.

—No —respondió cortante, dejando a la fémina sin habla por un instante mientras él volvía a concentrarse en la mesa.

«No», una palabra tan simple, pero tan útil que, de un zarpazo, le quitaba de encima todo el desfile de interrogantes que de seguro venían detrás de esa estúpida pregunta.

«¿Por qué algunas personas no entendían que si alguien de verdad las extrañaba haría hasta lo imposible por buscarlas?».

 

Ж

 

Al otro lado de la ciudad.

—¿Qué le pasó? —fue lo primero que Mónica preguntó a la mujer llorosa y con ropas ensangrentadas que entró corriendo a su consultorio mientras sostenía entre sus brazos a un pequeño cachorro de rottweiler.

—Se escapó de mi jardín y otro perro más grande lo atacó. ¡Por favor, Doctora! ¡Salve a mi cachorrito!

—¿Hace cuánto sucedió el ataque? —sin perder tiempo le señaló la camilla para que depositara allí al paciente.




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