Más grande que tu arrogancia (libro 2 Saga Mas)

Capítulo I

La noche anterior, Mónica se había encargado de dejar todo listo para no perder tiempo y ser de las primeras en llegar. También había llamado a sus padres, quienes vivían en las afueras de la ciudad, para darles la gran noticia.

Cómo siempre, Anna, su madre, fue un poco escéptica al respecto. Su mayor fans era su padre, Miguel, quien nunca perdía la oportunidad para apoyarla. Bendiciendo cada uno de sus proyectos, por más alocados y difíciles que fueran.

De hecho, había logrado comprar todo lo necesario para armar su propio consultorio veterinario gracias a la infinita fe que su papá siempre depositaba en ella. Él tuvo la confianza de poner en sus manos los ahorros de toda su vida a sabiendas de que, de enterarse, iba a tener serios problemas con su esposa.

Mónica había trabajado incansablemente durante el año que la clínica llevaba funcionando para reponerle a su padre el dinero prestado, aunque él nunca le cobró ni un centavo, pero ella entendía las poco discretas rabietas de su madre. Era injusto disfrutar de un dinero que otros llevaban toda una vida ahorrando, lo ideal era que sus padres pudieran disponer de un retiro digno, sin carencias de ningún tipo.

Bastante se habían esforzado por darle todo lo que ya le habían dado para convertirla en una mujer independiente, educada y feliz. Bueno, todo lo feliz que podía ser porque reconocía que, aunque había alcanzado uno de sus más grandes sueños al graduarse como veterinaria, no se sentía completa, otra ilusión robaba la calma.

Mónica necesitaba tanto demostrarle al mundo, pero principalmente a sí misma, que podía alcanzar cualquier meta que se impusiera. Sin importar su estatus social o condición física, solo bastaba preparación y valentía para triunfar en la vida.

 

Ж

 

Y llegó el gran día.

Vivía a media hora del conglomerado empresarial, por lo que salió muy temprano de casa. Su mejor carta de presentación siempre había sido la puntualidad, pero se le dificultó tomar un taxi y, luego de eso, el tráfico de la ciudad parecía estar más aterrador que nunca esa mañana. Y aunque mantenía un buen registro del tiempo, que el vehículo estuviese detenido en la autopista, le llenaba de impaciencia.

Se obligó a permanecer calmada, cultivando una actitud alegre y desenvuelta que combinara a la perfección con su espectacular maquillaje e impactante vestido. Estaba a punto de cumplir otro de sus sueños, no veía la hora de bajar del taxi y poner un pie en ese emblemático edificio: El grupo corporativo GayVeccio.

Suspiró profundo de solo pensarlo.

Su celular repicó y, al ver quién le llamaba, dudó en contestar, pero luego supuso que podía tratarse de la clínica, aunque no era común recibir emergencias tan temprano. Al parecer sus adorables pacientes eran perezosos a esas horas y solían volverse traviesos más avanzada la mañana.

—Buen día, Esther. ¿Cómo estás?

—Yo muy bien, pero, ¿te pasó algo? ¿Dónde estás? ¿Por qué no has llegado? —su preocupación era real.

Mónica suspiró, de nuevo, al escuchar tantas preguntas, imaginándose cómo terminaría esa conversación.

—¿No recuerdas que ayer te hablé del casting al que asistiría hoy?

—Sí, es que creí que… —por un instante, su voz sonó indecisa— ¡Vamos, amiga! ¿De verdad vas a presentarte en ese lugar? Es un casting para trajes de baño. ¡Trajes de baño GayVeccio! —recalcó esa última frase como si no hubiese sido suficientemente clara y la modelo no pudo, sino rodar sus ojos para luego inspirar profundo, armándose de paciencia.

—Ya estoy por llegar, hablamos luego. Cuida mucho de mis bebés —fue lo último que dijo antes de colgar, sin siquiera esperar por una respuesta.

Esther estaba entrenada para atender cualquier eventualidad, ella también era médico veterinario, aunque Mónica rogaba porque no se presentara ninguna emergencia durante su ausencia.

Se esforzaba por mantener su ánimo muy en alto y la conversación con su amiga no le ayudaba en lo absoluto. Estaba a pocas cuadras del edificio, reconocía esa parte de la ciudad como la palma de su mano porque, desde que se independizó de sus padres, había recorrido esas calles infinidad de veces, buscando empleo o asistiendo a castings y entrevistas.

«¡Al fin!».

Sonrió ladina al poner sus pies dentro del magnífico edificio corporativo.

No llegó lo temprano que había previsto, pero al menos ya se había registrado en la recepción y tenía su pase como visitante. Iba contando, piso a piso, con cada segundo dentro del ascensor, hasta que se abrieron las compuertas y no pudo evitar la gran sonrisa que se dibujó en su rostro.

Pero apenas avanzó unos pocos pasos, buscando el final de la larga fila de aspirantes formada en el pasillo, cuando la ruda mirada y la enojada voz de un hombre, elegantemente enfundado en un costoso traje a la medida, se enfocaron en ella para luego comenzar a romper sus ilusiones, de la forma más cruel que jamás se esperó.

—¿Qué hace usted aquí, señorita? ¿Nadie le dijo que este casting es para modelos de trajes de baño? —Mónica se congeló al darse cuenta de la forma en que él miró su cuerpo, con desaprobación— Estoy muy seguro de que usted no cumple con ninguno de los estándares de nuestra marca, ni siquiera con los más básicos.




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