El cambio puede dar mucho miedo, pero da más miedo quedarse en el mismo sitio, sin evolucionar, sin mejorar, sin experimentar.
Solté un suspiro, en rendición, y levanté la mirada dando el primer vistazo a la habitación.
No pude evitar la sensación de rareza ante las desconocidas cuatro paredes que tendría que llamar hogar durante el próximo año.
El lugar en si no estaba mal. Se veía limpio y más espacioso de lo que esperaba. El color gris de las paredes era un poco triste pero al menos eso le daba paso libre a poner un poco de color en las camas, las cortinas o las estanterías. Al menos agradecía que nos permitieran decorar cuanto quisiéramos. Porque en serio lo necesitaba.
Dí unos pasos dentro y llevé mi maleta hacia la esquina desocupada. Observé la cama, poco convencida, y me senté encima en espera de probar el colchón. Para mi sorpresa, era mas cómodo de lo que parecía. Al menos eso me aseguraba unas horas de sueño medianamente decentes.
Me relajé sobre la cama y solté un suspiro hondo cayendo de espaldas y mirando el pálido techo.
Ya no hay vuelta atrás. Está hecho. Ya no estamos en casa.
Me lami los labios y evité que una sonrisa se dibujara en mi rostro. Estaba nerviosa e inquieta por el cambio pero no podía evitar sentirme ansiosa, y quizás, algo emocionada.
Ahora si...
—... Esto es inaceptable. ¿Cómo pueden tener ese tipo de normas y estar tan tranquilos?
Miré hacia la puerta curiosa por la voz desconcertada del otro lado. Pude reconocerla sin pensarlo y el impulso inmediato me hizo caminar hacia ella para escuchar mejor.
—Mama, tampoco es el fin del mundo. Que permitan entrar visitantes no quiere decir que estaremos todo el rato con chicos en nuestras habitaciones o algo asi. Aparte, hay horarios y protocolos para todo eso. Hay mucha seguridad así que todo va estar bien.
—No me importa cuanta seguridad haya, Samira. El problema aquí es que todo eso será una distracción continua para ambas. Al menos en casa podía controlar quien entraba y salía, y yo manejaba los horarios. Aquí tienen una libertad descomunal que no me da buena espina.
La puerta se abrió y di un salto hacia atrás asustada. Entré un poco en pánico cuando las dos castañas me miraron detrás de la puerta. Me lami los labios y me enderece intentando parecer casual.
—Hola. ¿Terminaron la inscripción?
Mi madre, aún con su uniforme de enfermera, me observó mal humorada. Al parecer su conversación con la dueña de la recidencia no había sido muy agradable.
—¿Puedes creer que permiten visitantes hasta las 12 de la noche?— dió un paso dentro y pasó por mi lado echando humo. Samira la siguió pero se quedó en mi lado mientras intentaba hacerme la soprendida con la noticia.
—Oh, ¿en serio? Qué atroz.
—Si— suspiró con angustia cruzadose de brazos —Pero no hay problema, acabo de decidir que tu tienes prohibido traer a alguien a este lugar. Necesito prevenir antes que lamentar.
—Oh, bueno.
Dije sin más, con un tono casi automático. Después de todo estaba convencida de que no podía esperar mucho más que eso. Incluso dentro de la universidad mi madre no dejaría de ser ella. Y eso al parecer implicaba que todas la reglas de casa tenian peso en mi nuevo hogar también.
Samira me observó y una pequeña sonrisa compasiva se dibujo en sus labios. Le sonreí tranquila, ya estaba acostumbrada, y como siempre, tampoco es que esperaba algo diferente.
—¿Y tu compañera de habitación?
Mamá miró a su alrededor pero sus ojos se detuvieron en la cama frente a la mía. En unos segundos analizó cada centímetro de la azul sobrecama, las estanterias y todo lo que adornaba esa parte de la habitación.
—Cuando llegué no había nadie.
—Mmm— apretó los labios poco convencida, levantó la muñeca y observó su reloj con mala cara —Ya no me dará tiempo conocerla.
Sonreí —Tranquila, Ma. No creo que me hayan puesto de compañera a una asesina serial o algo así.— dije con tono bromista intentando relajarla un poco, se veía muy tensa.
—Espero que tengas razón. Te necesito viva para las proximas navidades ¿o que tipo de imagen voy a darle a mis padres?
Mi sonrisa se agrandó cuando ella usó el mismo tono bromista. Al menos mi plan había funcionado y su mirada divertida me lo confirmaba. Por suerte ya no parecía tan angustiada.
Caminé hacia ella y la rodie con los brazos con fuerza pegando mi mejilla a su pecho.
—Voy a estar bien, Ma. No te preocupes.
Bajó la mirada hacia mí y tras unos segundos suspiró devolviéndome el abrazo y apoyando el mentón sobre mi cabeza.
—Lo sé, cariño.— acarició mi pelo con voz melancólica —En momentos así se me olvida que ya estas grande, y que no tengo que protegerte de todo. Es difícil aceptar que ya no eres mi niña pequeña— hizo una pausa y estiró una mano detrás de mi —Que ya no son mis niñas pequeñas.
Entendí que hablaba por Samira porque la sentí acercarse y unirse a nuestro abrazo. Las tres nos apretamos en silencio y casi de forma automática mamá suspiró.
—Ahora vamos a estar un poquito lejos y no voy a poder estar para cuidarlas siempre. Pero ustedes se tienen la una a la otra y eso quiere decir que deben cuidarse como tal.
Solté una risita en su pecho y aparté la cabeza para mirarla.
—Mamá vamos a la universidad, no a la guerra.
—¿Y quién dice que son cosas diferentes?— hablo tan seria como si su vida dependiera de ello.
—Mama por dios, la vas a asustar— Samira la miró mal.
—Solo estoy diciendo la verdad. Aquí comienza la guerra por su futuro. Si no lo hacen bien ahora no les aseguro lo mejor para mas adelante. —Samira y yo nos miramos y nos apartamos un poco mientras ella continuó hablando— Están en un momento crucial de vuestra vida donde todo cuenta. Cada error y cada acierto es importante para quiénes serán en el futuro. Su título, estabilidad e independencia depende completamente de cuanto esfuerzo le pongan a estos años. Un solo paso en falso y todo podría destruirse. Asi que si, están definitivamente en la guerra.