Más que nada: dos chicas en una escuela de chicos

CAPÍTULO 7

Pensaba que los días estaban pasando a una velocidad normal, hasta que llegué al 31 de octubre sin darme cuenta de que habían pasado casi dos meses. Los únicos momentos donde el tiempo transcurría lento eran los sábados y domingos, cuando mis papás me obligaban a hacer cosas que no quería. Por eso comencé a insistir en quedarme aquí, y a veces funcionaba. Las tardes las pasaba conversando con Jake o corriendo con los demás.

El día a día se volvió cada vez más llevadero, a pesar de que todos estábamos académicamente saturados. Ahora que lo pienso bien, habrán sido unos cuatro días los que pude descansar por completo desde que empezó la escuela. El resto del tiempo tenía que escribir y estudiar, escribir y estudiar. Y leer. Lo que hacía más fácil todo esto era poder estar lejos de mi familia. No es que los odie, sino que aquí nadie controla mis círculos sociales. Puedo hablar con quien yo quiera, o con nadie. Y cada vez voy siendo un poquito menos llamativa, al menos los alumnos de primero no me tratan como un espécimen raro. 

Por supuesto que no todo es bueno con mis compañeros. Harry sigue riéndose de todo lo que hago, icluso aunque no haga nada. Sus amigos a veces ponen el pie delante de mí para que me caiga. Nunca funcionó porque siempre, de forma instintiva, camino mirando al piso. Aunque sus pequeños hostigamientos diarios no son nada. 

Nada, comparado al incidente de soccer. 

La mayoría ya lo olvidaron, a pesar de que Harry se burle de mí en cada clase. Aquella en particular transcurría completamente normal, sin que nadie notara mi pésimo estado. Me sentía débil y con el cuerpo adolorido, pero aún así quise seguir. Dudaba que entendieran verdaderamente mi problema. Era uno de esos días del mes. Hace poco más de dos años que me viene, y todavía no me acostumbro. Me olvido completamente de ello hasta que vuelve, así que siempre me toma por sorpresa. Y no solo eso, sino que la menstruación me da una paliza total. Ese día de soccer fue uno de los peores, y de todas formas asistí a todas las clases. 

El caso es que, corriendo, cada vez me sentía más débil, pero en aquel momento confundí la sensación, pensando que estaba “ligera”. En cierto momento, mi cuerpo no aguantó más y se me doblaron las piernas. Me caí tan rápido que todos tardaron en darse cuenta. 

—¿Esto es mucho para ti Parker? —no hace falta decir quién se burló así. Tenía ganas de tirarle una piedra a la cabeza, pero apenas podía apoyar las manos en el pasto. Estaba arrodillada y con la cabeza gacha, intentando regular mi respiración. 

—¿Necesita que la acompañe a la enfermería? —la voz del profesor se escuchó a mi lado, y apenas giré la cabeza para mirarlo. Al instante apareció Jake y me ayudó a levantarme.

—La puedo llevar yo, profesor —dijo, sonriendo un poco para convencerlo.

—Mmm —el profesor nos miró unos segundos, y luego accedió—. Está bien, pero tú vuelves enseguida. Si pasa algo, iré yo. 

Jake asintió y comenzó a caminar. Yo había recuperado el equilibrio, pero me agarraba del brazo de mi compañero, solo por si acaso. Él caminaba despacio junto a mí, dirigiéndonos hacia el edificio principal. Allí, según tenía entendido, se encontraba una enfermería bastante grande. 

—¿Qué te pasó? —me preguntó. 

—No quieres saberlo. 

—Sí quiero, por eso te pregunto —tardé un rato en responder. Ya me sentía mejor, pero el maldito útero me seguía doliendo.

—Estoy en esos días del mes —sentí el familiar calor en mi cara, pero esa vez lo ignoré.

—¿Y siempre te pasa lo mismo? —asentí. Jake se quedó callado unos segundos antes de decirme—. No deberías hacer deportes si te sientes tan mal. 

—Bueno, no creí que llegaría al punto de casi desmayarme… pero creo que tienes razón. 

—¿Por qué no le dijiste a Bolton? —miré a Jake como preguntando si lo estaba diciendo en serio—. Olvida lo que dije. La próxima vez puedes ir a enfermería y pedir que justifique la falta. 

—¿Cómo sabes eso?

—Samey se lo preguntó el año pasado. 

Cuando llegamos al edificio, Jake me dejó frente a la puerta de la enfermería y se fue. El amable enfermero hizo las preguntas justas y necesarias para darme una pastilla para el dolor y diversos consejos sobre cómo cuidarse en esos días. Cuando, al mes siguiente, la menstruación volvió a patearme el bajo vientre, me dio un papel justificando mi falta a los deportes. Y otra pastilla, por supuesto. 

Hoy en día, nadie menciona mi incidente, incluso las burlas disminuyeron al no tener nada más de qué burlarse. A veces siento la súbita necesidad de llorar bajo las mantas de mi cama hasta que me dejen en paz, pero, desde que estoy aquí, no se me ha caído ni una lágrima. Algo es algo.

 

.

Y hablando de sangre, el día de Halloween cae justamente un sábado, y debo acompañar a mis hermanos a pedir dulces. Esta es una de las pocas ocasiones en las que hay niños y familias por cualquier lado, con los mismos disfraces de siempre, yendo a las mismas casas con la misma decoración. Y eso no quiere decir que no me encante, ya que además hace que la policía levante sus traseros para vigilar.

Una hora antes del anochecer, los tres ya estamos listos. Joel tiene un disfraz nuevo porque es el único en esta familia que crece. Oliver parece estar estancado, así que debe usar el mismo disfraz de policía del año pasado (que, a decir verdad, solo lo quiso para jugar con la pistola de plástico). Y bueno, como todavía soy una niña, llevo puesto mi clásico vestido de bruja, incluyendo gorro y escoba. Me queda exactamente igual que los dos años anteriores, sigo teniendo casi el mismo peso y altura que a los doce. 




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