—No encuentro razón alguna para hacer esto, este día y a esta hora —dice Harold.
—¿Por qué se te ocurre decir eso justo ahora? —le pregunta Jerry, claramente molesto. No puedo culparlo, yo también lo estoy.
—No tuve mucho tiempo para pensarlo.
—¡Apúrense! —intervengo, tirando la ropa de cualquier forma en el cesto. Usualmente me tomaría un rato para doblar todo y separarlo, pero estamos un tanto cortos de tiempo. Las clases de baseball empiezan en menos de cinco minutos.
—Dejemos la ropa aquí —sugiere Harold.
—¡Ni loca!
—Judy tiene razón —dice Jerry—. Podrían cortarla con tijeras o tirarle colorante.
Es algo descabellado, pero posible.
—¡Pero no tenemos tiempo! —Harold termina de sacar toda su ropa y va a ayudar a Jerry, que debe ponerse de puntitas para alcanzar su lavarropas.
Cuando terminamos de sacar todo, vamos corriendo a la residencia. Comunicándonos a través del pensamiento, dejamos todo en la habitación más cercana, la de Harold. El corazón me late a una velocidad impresionante, y no sé si es culpa de los nervios o de correr tan rápido. Estamos llegando tarde, de todas formas.
En la cancha de baseball, nuestros compañeros ya están entrando en calor, mientras el profesor lee algo en su cuaderno. No parece prestarle atención a los alumnos. Johnny nos hace un gesto con la mano para que nos apuremos, y simplemente empezamos a trotar por la cancha como si hubiésemos estado ahí todo este tiempo.
Es la tercera vez que llegamos tarde. Parece ser mala suerte, o quizá es que no nos tomamos demasiado en serio estas clases. Sí, hemos empezado a practicar el deporte, pero el profesor da consignas tan raras que ni siquiera parece ser un profesor. Para empezar, la mitad del tiempo está observando su cuaderno o los árboles, y la otra mitad se dedica a explicarnos a detalle lo que quiere que hagamos. Cuando llega la parte de usar el bate, correr a las bases y todo eso, prácticamente nos enseñamos nosotros. Es algo así:
—Creo que lo estoy haciendo mal.
—Tienes que girarte un poco y doblar las rodillas.
—A mí eso me funcionó mucho.
—No entiendo cómo lanzar así de rápido.
—Tienes que concentrarte.
Por lo tanto, las clases son un griterío constante, una especie de debate caótico. Cabe destacar que el profesor adora eso, según él, porque afianza nuestra relación de compañerismo. Quizá tenga razón, ya que al menos todos estamos de acuerdo en que él no nos cae bien.
Harold, Jerry y yo pasamos desapercibidos. La vez anterior, el profesor sí se dio cuenta y nos dijo que, si volvía a pasar, nos pondría una sanción. Esa fue la única vez que le tuvimos un poquito de miedo.
Al terminar la clase, la transpiración se enfría en mi piel. Estamos en los primeros días de diciembre, lo cual significa que hace un frío insoportable. No puedo evitar temblar mientras camino hacia la residencia, aunque otros de mis compañeros están peor. Parecemos un grupo de niños en una excursión, caminando todos muy juntos. No sé si es solo por el frío o también porque nos llevamos bien (ojalá pudiera decir eso en soccer). He llegado a hacerme amiga de Johnny y Owen, lo que considero una gran hazaña. Johnny casi no habla con nadie y Owen odia prácticamente a todo el mundo.
—¿Tenemos tarea para mañana? —me pregunta Owen, apartándose el pelo oscuro de la cara.
—Sí, de la profesora Perkins —le respondo, y él solo gruñe y sigue caminando.
—¿Hay algún examen? —pregunta esta vez Harold, sin dirigirse a nadie en particular. Jerry y yo le decimos al mismo tiempo que no. Después de eso, no hablamos hasta llegar a la residencia. En la habitación de Harold está toda la ropa tirada sobre su cama, y lamento no haber ido antes a la lavandería. Tendré que usar el uniforme arrugado por un tiempo. Al menos mis dos faldas están en perfecto estado, guardadas en mi armario (hablaré de ellas más tarde).
Cuando subo a mi propia habitación, para variar, no hay rastro de Samey. Su cama está ordenada y el escritorio también, así que seguramente estuvo aquí al terminar las clases. No me preocuparía si no fuera porque necesito bañarme, y rara vez lo hago sin su compañía. Por alguna razón, tengo el miedo constante de que alguien abra la puerta y me vea semidesnuda. Sé que es imposible, pero a una parte de mí le inquieta pensar en eso.
.
Las clases de soccer son cada vez peores. El profesor no tiene compasión y mis compañeros tampoco. Aquellos que van a primero suelen mantenerse al margen, pero los de segundo están pidiendo a gritos que les golpee la cabeza con un ladrillo. Jake es el único con el que me llevo bien. De hecho, es como el mediador de toda la clase, intentando que no nos matemos. El profesor no se interesa mucho en nuestros conflictos.
El cansancio es algo a lo que ya me estoy acostumbrando. Mis músculos ya no me escuecen después de cada clase deportiva, y mis horarios de sueño ya están bien acomodados. En cuanto a las clases normales, no tengo nada para destacar, salvo que se van haciendo cada vez más interesantes. No me he abrumado con la tarea, así que supongo que me va bien.
Si no fuera por un pequeño detalle.
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Editado: 16.07.2022