Más que nada: dos chicas en una escuela de chicos

CAPÍTULO 18

—¿Se divirtieron? —pregunta mi mamá.

—Sí —mentimos.

—¿Tomaron mucho?

—Yo nada —dice Jerry.

—Yo… un poco —digo.

—¿Un poco?

—Me duele la cabeza.

—Termina el desayuno y verás como te deja de doler. 

Me obligo a comer las tostadas, a pesar de que por las mañanas mi estómago está cerrado. Las ventanas están completamente abiertas y la luz me asesina muy despacio. Oliver me tira una galleta en la cara para despertarme y yo se la tiro de vuelta. Jerry nos observa con diversión. 

—Me sigue doliendo la cabeza —veo a mi madre ir a la cocina.

—Tómate esto —me dice cuando vuelve, dándome una pastilla. La tomo sin preguntar qué es, no me importa. Si hace que se me caiga la cabeza y ruede por el piso, mejor. Qué suerte que papá no está. 

Apenas terminamos de desayunar, salimos de casa. El día es tan precioso como irritante, ¿por qué está tan lindo cuando yo estoy tan mal? Todo se ve dorado, verde y celeste, como si ya fuera primavera. Incluso hace algo de calor, o al menos lo suficiente para salir con camiseta de manga larga. Estampada, claro.

—¿Te acuerdas de algo de anoche? —me pregunta Jerry mientras caminamos hacia la plaza segura. Hoy, a pesar de que es domingo, hay mucha actividad. La gente parece feliz, qué raro.

—Solo de lo más avergonzante.

Llegamos a la plaza justo a tiempo para hacer nada. Nuestras cinco horas de sueño son suficientes para mantenernos vivos, pero todavía me retumba el cerebro. Y supongo que a Jerry también, porque la música y las luces nos afectaron a todos por igual. Nos sentamos en un banco para observar a los chicos de siempre jugar en la pequeña cancha, y por primera vez no tengo ganas de acompañarlos. No se ve a Mateo por ninguna parte, lógicamente. Debe estar desmayado en su cama, u ordenando todo el desastre.

—¿Vas a hablar de algo o qué? —le pregunto a Jerry.

—Estoy seguro que no quieres hablar de la fiesta —asiento—, entonces no sé.

—¿Ya viste la segunda película de Los Vengadores

—Claro que sí —ahora conseguí que se emocione por algo—. Harold y yo fuimos al cine a verla.

—Qué suerte, aquí no hay cines.

Y hablamos sobre la segunda película de Los Vengadores. Yo no soy muy fan de leer cómics, pero Jerry sí. Me cuenta muchas cosas interesantes, que a la vez me distraen de pensar en la noche pasada. 

—¿Qué haces aquí? —Me giro sobre el banco para encontrarme con Samey, quien no parece tener secuelas de anoche. 

—Estamos pasando la tarde como dos adolescentes normales —le respondo, notando al instante que Jerry se calla y se pone incómodo. Si alguien tiene la receta mágica para balancear las personalidades de todos mis amigos, que me la pase, así no tenemos mommentos como estos.

Samey se sienta en el banco, o más bien se tira con pesadez. Lleva anteojos de sol, movida inteligente. Parece estar esperando a que yo hable, así que lo hago.

—¿Cómo estás?

—Jake vendrá en quince minutos.

Me tapo la cara con las manos.

—Mierda, ¿por qué?

—Porque nosotros dos también queremos pasar la tarde como dos adolescentes normales —saca su celular y se fija en la hora—. Aunque son las once de la mañana. 

—¿Por qué todo el mundo decide salir hoy, a esta hora? —Samey me mira por encima de los anteojos.

—Para molestarte —frunzo el ceño ante su respuesta. A mi lado, Jerry se revuelve, y veo que intenta esconder una sonrisa. Me incorporo rápidamente en mi asiento.

—¡Samey, por el amor de Dios! 

—No digas su nombre en vano.

—No soy creyente.

—Yo tampoco —ella también se ve divertida, lo que me irrita más. La pastilla me dejó un tanto mejor, pero sigo cansada. 

—¿Cómo sabías que iba a estar aquí a las once de la mañana?

—Es la hora a la que vamos a correr, de forma inconsciente te sientes cómoda en este horario —dice con el tono más aburrido posible, revisando su celular—. O al menos eso leí por ahí.

Cierro los ojos y trato de tranquilizarme para no enloquecer. Jake estará aquí en quince minutos… 

—¿Y cuál es tu plan, entonces? —logré que Samey me preste atención, y sé perfectamente que Jerry no se está perdiendo nada de la conversación.

—Veo que estás dispuesta a cooperar —lo dice como si fuera una especie de misión súper importante, pero no agrega nada más. La miro expectante; no suelta palabra. 

—¿Tú estás de acuerdo con todo esto? —le pregunto a Jerry.

—Por supuesto —asiente de inmediato, maldito traidor. 

—Me cae bien —interviene Samey, dedicándole un pulgar hacia arriba. Le quito los anteojos de sol y me los pongo—. ¡Oye!

—Me lo merezco —la oscuridad alivia mi dolor de cabeza. 




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