Personas sin mente, cazadores de sueños, alimentan sus egos con el deseo de los cuerpos bellos que viven en lo mundano del ser humano.
Se sienten vacíos, por eso adornan su ser con bellos atuendos que los llenan de fe, pasan las horas mirándose frente a él, pero no se ven, no logran encontrar satisfacción propia, no hay nada en sus mentes que ellos puedan ver.
La belleza física para ellos lo mejor, pero no consiguen ver lo que hay en su interior, viven con la idea de perfección peleados con ellos mismos, llevan kilos de miedos sujetos a la piel.
Ella lleva una barrera de maquillaje, un atuendo esplendoroso, una sonrisa encantadora, unos ojos verdes y una piel inmaculada, ella pertenece a la élite impuesta por una sociedad superficial.
Ella busca cada día sorprender a su propia vanidad, jugando cual niña a ser alguien más, embaucando a sus ojos y a su propia verdad.
Ella con el fin de sentirse aceptada y que aquellos "amigos" sigan admirándola por su disfraz, se olvidó de su esencia, de todas las expresiones de sus facciones, transmitidas en aquellos tiempos de antaño donde la belleza era lo menos importante, donde la felicidad era aquel helado derritiéndose en su boca en los calurosos días de verano.
Ella misma recibe su mirada es misma que le muestra las arrugas futuras en un rostro de inigualable belleza, se toca y lo primero que encuentra es el frío, acompañado de aquella piel de cristal.
Ella llega a su santuario, su lugar de paz, una sonrisa algo fingida la atormenta, la imagen feliz se destruye, el agua recorre suavemente su rostro, en aquel instante unas ojeras, un cabello maltratado, una piel amarilla y un corazón roto hacen acto de presencia, unas gruesas lágrimas bajan por aquel rostro que hace algunas horas era el más bello.
Ella está vacía, no tiene identidad propia, ella quedó adentro, al fondo de aquella imagen, impaciente por saber quién es.