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Hace unos cuantos días ya habían empezado las clases. Yo, por algunos problemas, no había podido asistir, pero por fin iría. Estaba tan emocionado porque volvería a ver a mis amigos después de tres años sin poder estar en la misma escuela. Por fin nos reuniríamos otra vez.
Alfredo es mi mejor amigo desde que tengo memoria. Como buen amigo, me ha estado actualizando en todo: sobre las clases, las actividades realizadas y, sobre todo, sobre Mon.
Mon también estuvo diciéndome cosas que estuvieron pasando, pues tenía una nueva amiga, y todos sabíamos que ella no le iba muy bien con las amistades, menos las mujeres. Siempre acababa mal, pero según Alfredo, era diferente esta vez. Se veía que la chica era buena gente y le agradaba a Mon, así que estábamos bien con eso.
En la escuela, a pesar de no estar asistiendo a clases, ya tenía unos amigos. Eran unos chicos que me presentó Alfredo y que eran del equipo de fútbol. Eran muy buena onda y me agradaban bastante. A ellos los conocí en la fiesta que había dado el equipo en su residencia. A pesar de que llegué tarde, me la pasé increíble con ellos tres.
Hoy iniciaban, por fin, mis clases y eso me emocionaba. No estaba nervioso de no poder conocer a nadie porque ya conocía a unas personas, y eso era suficiente para poder sobrevivir.
Me encontraba desayunando cuando mi padre entró a la cocina. Yo ya estaba arreglado para ir a la escuela, y al verlo, lo miré algo mal, pues por su culpa me había retrasado dos semanas de escuela, solo por sus caprichos.
—Ángel, vámonos, el director te dará el recorrido.
—Aún es muy temprano, ¿no crees?
—Sí, lo sé, que es temprano, pero me dijo que está en la escuela y que mejor que dar el recorrido media hora antes de tus clases. Pues no puedes perder más.
—Perdí clases por tu culpa, padre.
—No fue mi culpa, fue de tu madre.
—Antes de estar haciendo los papeleos, pudiste haberme dejado ya en la escuela.
—Ángel, es complicado, ¿okay?
—No entiendo ni qué hago aquí, si ni me quieres.
—Estás aquí porque tu madre te abandonó, no es mi culpa.
—Sí, lo es —murmuré.
—¿Qué fue lo que dijiste? —se acercó a mí y el miedo me invadió.
—Nada, mejor vamos a la escuela.
No dijimos nada camino al auto, pero al llegar a este y comenzar el recorrido, salió el tema.
—Te pagué la casa que dan en la escuela. Podrás estar como me dijiste.
—¿Y hasta apenas me lo dices?
—Claro, si te lo decía, ibas a querer irte luego, luego, y no podías hacer eso.
—Claro, querías tenerme cerca por si mamá regresaba, pero sabías que no volvería, y ahora quieres borrarme de tu vida.
—Se podría decir que sí, en cuanto menos me estorbes, mejor.
—Eres el peor padre del mundo.
—Relájate, Ángel. Vas a tener todo lo que quieras.
—¿Incluso el padre que siempre quise?
—Y vamos con lo mismo —rodó los ojos.
—Que, ¿te duele tanto que te recuerde la mierda que eres?
—Ángel, quiero estar bien contigo —lo interrumpí.
—Corrección, quieres estar bien y darme todo porque así lo marca el juez, no es porque te importe. Es tu maldita obligación pagarme la escuela, la comida, mi vestimenta... nunca lo cumpliste y ahora debes hacerlo para que no te metan a la cárcel. Nunca me quisiste, y no vengas a decirme que quieres estar bien conmigo, cuando no es así.
—Estás en todo lo correcto... es mejor no ser hipócritas.
Estacionó el carro frente a una gran puerta.
—Vamos, te acompaño.
—Ya estoy grande, papá. Creo que puedo seguir solo. Gracias.
—No es una pregunta. Vamos.
Suspiré cansado. Solo quería alejarme de él de una vez.
No fuimos directo a la oficina del director, sino que seguimos caminando hasta las canchas. Al parecer, íbamos a otro lugar que claramente no conocía.
Caminé detrás de mi padre, y llegamos a una gran alberca. A lo lejos, pude ver al director junto con otro señor. Miré la alberca y había una chica nadando. Nadaba bastante bien; era muy rápida y no se detenía para nada. ¡Qué admiración!
—Hola, Jaime —se acercó el director.
Ignoré por completo esa charla de mi padre con el director, y solo veía a la chica nadando. En un momento se detuvo con el señor que estaba anotando algo. La vi de perfil, pero aun así, tenía algo que me llamaba la atención. No sabía qué era, pero se me hacía muy conocida.
—Bueno, hijo, de aquí se encarga el director —miré a mi papá—. Nos vemos.
—Adiós.
Mi padre se fue, y miré una última vez a la chica que estaba sentada.
—Bien, Ángel, supongo que ya conoces la escuela —asentí—. Ven, te llevaré a casa. Me sorprende que la tengas para ti solo.
Editado: 13.10.2024