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Los días pasaron algo incómodos y claramente aburridos, con la misma rutina de siempre. Había decidido abrir las inscripciones y las pruebas el lunes próximo, pues quería enfocarme en mis trabajos finales en estos momentos.
Sí, estos días fueron aburridos porque siempre fue la misma rutina: ir a clase, terminar estas e ir a la biblioteca. Si me daba hambre, iba a comer a la cafetería, en una mesa sola. Y si no había mesa sola, me iba a mi próxima oficina a comer escondida.
Traté de alejarme de toda la gente posible. No quería volver a encariñarme con alguien y que me dejara luego, también me mantenía alejada más que nada para que Ángel no me viera. Lo último que quería tener era una charla con él.
Aunque la primera no fue como creí que sería. Siendo honesta, pensé que no iba a reconocerme, pero creo que sí lo hizo.
Estos días estuve pensando en mi gran error que siempre he cometido. No aprendía de eso, no llevaba más de un mes hablando con Mon, llevábamos semanas, incluso creo que días que habíamos hablado. No tenía por qué contarle casi toda mi vida. Debo aprender a guardarme ciertas cosas y conocer primero a las personas.
Uno nunca sabe cuándo esa persona nos vaya a traicionar.
Mi lugar seguro se había vuelto la oficina de la alberca. Nadie me molestaba, a menos que quisieran algo con respecto a la alberca, como flotadores o permisos, pero en sí, nadie venía a nadar. Muy pocos venían a relajarse. Gracias a eso, yo pude hacer mis deberes de estudiante, y lo agradecía.
Pero mi privacidad se arruinó cuando escuché que tocaban la puerta. La miré y pude ver a Ángel parado. Me tensé al verlo, no podía pensar que otra vez estaba parado justo frente a mí.
—Hola, ¿puedo pasar? —dijo con una sonrisa tan linda.
—¿Te puedo ayudar en algo? —dije lo más cortante que logré, no quería verlo.
—Muy linda la oficina, la verdad —lo ignoré y al parecer él lo había notado— bueno, emm, ya que lo preguntas... —entró y se sentó en la silla que estaba frente al escritorio—, sí quisiera que me ayudaras en algo.
—¿En qué podría ayudarte?
—La verdad es que hay unos temas que no entiendo bien y yo... —No dejé que terminara porque luego, luego lo interrumpí.
—Puedes decirles a tus amigos que te ayuden con eso. Además, me parece que Mon sí ha entendido bien todo.
—Mis amigos no saben nada. Aparte de que no saben ni siquiera explicar bien las cosas. Mon en su momento me había comentado que su amiga, o sea tú, era la única que explicaba genial y eras la más inteligente de su clase, y claro que lo creo al saber ya quién era su amiga.
—Hay más personas, Ángel, que estoy más que segura, quisieran ayudarte. En mi caso, yo no puedo.
—Sí que puedes, Ash. A ti te sirve eso para poder estudiar, y ya se acercan los exámenes... Otra cosa es que no quieras ayudarme, pero no entiendo por qué razón. Me sorprendió un poco su comentario. Apoco aún recordaba mi método de estudio; bueno, seguramente sí, pues con él lo descubrí al explicarle casi todo el último año de primaria.
—No, no es que no quiera. Es que realmente no puedo ayudarte. Tengo cosas que hacer.
—Lo sé, pero has de tener un rato libre. Vamos, Ash, antes si me ayudabas con todo... No volveré a molestarte si me ayudas. He cambiado y sé estudiar solo, pero necesito comprender estos temas.
—Antes era diferente.
—No creo que hayas cambiado mucho...
—No, Ángel, ya no me conoces. No soy la misma niña de sexto de primaria, y obviamente tú tampoco eres el mismo... Así que por favor no insistas conmigo, te aseguro que cualquier persona, si vas y les dices, no te lo negará.
—No entiendo por qué eres así conmigo. De verdad que trato de acercarme a ti y tratar de ser amigos como en los viejos tiempos, pero al parecer tú solamente quieres alejarme.
—Tienes razón, Ángel. Quiero alejarte.
—¿Por qué?
—Porque no me siento cómoda teniéndote a mi lado. Por si no sabías, perdí a mi única amiga de la escuela por tu culpa.
—A ver, en primer lugar, no tengo ni la más mínima idea del porqué ya no te juntas con Mon. Ella me dijo que tú te alejaste. Segundo, y creo lo más importante, ¿no se supone que yo soy el que debe odiarte?
—Primero, yo no me alejé. Segundo, ¿no me odias?
—No me meteré en sus cosas, pero yo jamás te podría odiar, Ash. Jamás lo haría...
—¡PUES DEBERÍAS DE HACERLO! —dije perdiendo mi autocontrol. Un gran nudo invadía mi cuello, y sin poder controlarlo, unas lágrimas salieron de mis ojos. Ángel, al verme así, solo se quedó plasmado.
—¿Por qué lo haría? No puedo odiarte, Ashly. Me hiciste muy feliz por dos años. No te negaré que no me dolió cuando me dejaste, pero no por eso debo odiarte. Seguro tú tuviste tus razones.
—No es únicamente eso... es que no lo entiendes.
—Explícame por qué no lo entiendo, y quiero entenderlo. Me quedé en silencio limpiándome mis lágrimas. —¿Entonces?
—Ya es muy tarde para hablar de esto. Es mejor que te vayas.
Editado: 13.10.2024