Jonah
—¡Imposible! —Karl se pasa las manos por la cara, frustrado, como si estuviera conteniendo todas las ganas del mundo de darme un zape.
No lo culpo. Yo también me lo daría.
—¿Me estás diciendo que estabas a punto de invitarla al baile, pero te pusiste nervioso y terminaste diciendo la excusa más absurda del planeta? —Interviene Charlie con un tono peligrosamente calmado.
Asiento.
Charlie me mira unos segundos, en silencio, antes de tomar una de las almohadas de la sala y hundir la cara en ella para gritar. Fuerte. Muy fuerte.
Genial. Ahora tendré que lavar esa almohada.
—Tranquilos —Dice James, sentándose entre Karl y Charlie como si quisiera evitar una tragedia—. Aún puede arreglarlo.
—O tal vez no —dice Nataniel sin levantar la vista del celular.
Los cuatro lo volteamos a ver. —Sophie acaba de mandar mensaje. Margaret quiere ir conmigo.
Siento como si me cayera un ladrillo encima.
¿Qué hice?
Me dejo caer por completo en el sillón individual y me cubro la cara con las manos. Quiero desaparecer. O retroceder el tiempo. O ambas.
No sé qué me pasó ayer. Todo iba perfecto: hablamos, se abrió conmigo, yo con ella. Me sentía seguro. Listo. A un solo paso de decirle lo que realmente quería decirle.
Y entonces apareció él.
Su ex.
Ese tipo que parece arrancado de una revista: más alto que yo, con cuerpo de gimnasio, postura perfecta… todo lo que yo definitivamente no soy.
Y me acobardé. Sin razón, sin lógica. Solo apareció ese golpe de inseguridad ridículo que hace tiempo creí tener controlado.
De pronto me vi pensando que Margaret merece algo mejor que un tipo que se cansa si corre media cuadra, que se pone nervioso con facilidad, que siente demasiado y que, para colmo, se compara.
Un miedoso. Yo.
—Todo es mi culpa —Murmuro, frustrado, recordando la expresión de Margaret esa sonrisa que no llegó a ser sonrisa después de lo que dije.
—Eso ya lo sabemos. —Dice Karl sin piedad. —Mejor di algo útil. Lo que tienes que hacer ahora es ir y pedirle que vaya contigo.
Me quito las manos de la cara y lo miro.
Tiene razón. No puedo seguir revolcándome en mi miseria. Ya pasó suficiente tiempo.
Ayer por la noche le escribí para saber si estaba bien. Solo respondió que sí, que no me preocupara. Intenté seguir la conversación, pero no avanzó a ningún lado.
Y dejó de responder a las once.
Once.
Cuando ella misma me había dicho que siempre deja de contestar después de media noche.
Una hora antes. Una hora menos conmigo.
Se lo pienso reclamar cuando estemos bien.
Hoy almorzamos todos juntos y me habló normal, demasiado normal, como si lo de ayer no hubiera significado nada. Les contó a los demás lo de Zack, cómo apareció de la nada, pero saltándose por completo cualquier detalle donde yo estuviera involucrado.
Solo mencionó que, al llegar a la cafetería, habló con mis papás y que alcanzó a saludar a James.
Y ya.
Las miradas que me echaron todos cuando vieron que no la invité a la fiesta todavía me arden.
Por eso mismo, muy “amablemente”, decidieron acompañarme a casa después de clases. Según ellos para ver a mi papá.
Según yo, para rematar el regaño.
Y es que ayer quedó claro que ellos la dejarían sola para que yo aprovechara el momento, para que le preguntara si podíamos ir juntos.
Pero no lo hice.
Ahora Sophie está acompañando a Margaret a su casa para escuchar su versión, mientras yo llevo una hora completa siendo sermoneado desde todos los ángulos posibles.
Y apenas es martes. Son las tres de la tarde.
Y estoy pagando cada minuto de cobardía.
—Iré a su casa ahora mismo. —Digo levantándome de golpe, y todos me miran como si estuviera diciendo una locura.
—¿Acaso quieres morir? —Pregunta James, cruzándose de brazos.
—¿Eso qué tiene que ver?
—No sé si Maggie te haya contado, pero su papá la cuida demasiado desde lo de Zack. Ahora imagina cómo debe estar después de saber que ayer se lo volvió a encontrar. —Dice Nataniel, y trago saliva.
—¿Entonces qué hago? No pienso decírselo por mensaje. Necesito aclararlo en persona.
—No tienes que ir directo a su casa. —Interviene Charlie, levantando una ceja. —Mándale mensaje para ver si puede bajar un momento o si puede salir a una tienda cercana. Así no te arriesgas a que su papá te quiera colgar en la entrada como accesorio navideño.
No suena mal.
—Entonces me voy. Tengo que resolver esto. —Digo mientras me pongo de nuevo la sudadera naranja sobre la playera gris que James me regaló hace tiempo.
—Está bien, te acompañaremos si tanto insistes. —Dice Karl, y los demás asienten antes de dirigirse a la puerta.
No se los pedí, pero no tengo derecho a quejarme ni a pedir que no vayan conmigo después de lo de ayer.
—Yo me quedo a ayudar a mamá. Nate, me avisas todo lo que pase. —Dice James, señalando al moreno, que asiente encantado de que mi hermano le haya asignado oficialmente el puesto de chismoso.
Nos despedimos de James y de mi mamá al pasar por la cafetería. Seguro el rubio le explicará a mamá lo que estoy por hacer, así que salimos rápido del local y tomamos el camión otra vez. Pero esta vez vamos rumbo a la casa de Margaret.
Estoy tan nervioso y no sé por qué, si solo la invitaré a ir conmigo a la fiesta. Pero, de alguna manera, siento que esto es el primer paso hacia algo más grande. Como si fuera un ensayo para cuando pase… algo.
¿En qué estoy pensando? ¿Realmente pasará algo más? No lo sé. No estoy seguro de si Margaret siente lo mismo que yo. Yo sí estoy seguro de lo que siento: me gusta Margaret. Pero ¿yo a ella? Tal vez, aunque después de lo cobarde que fui ayer, seguro cualquier interés que tenía ya se le fue.
—¿En qué piensas, Romeo? Tienes las mejillas rojas. —Pregunta Charlie, sentado a mi lado en el autobús. Niego rápido.