Más que tú

Capitulo XX

Margaret

Me miro al espejo una vez más para asegurarme de que todo esté en orden. No quiero verme mal, no hoy que es la fiesta navideña.

Mi cabello negro cae en caireles suaves y ordenados, que rozan apenas mis hombros.

Me coloco un gorro rojo para combinar con el vestido que Nataniel y Charlie nos compraron.

Debo admitir que tienen buen gusto.

El vestido es de algodón, me queda un poco arriba de la rodilla y el borde está hecho de esa tela blanca y calientita que parece nieve. Lo mismo ocurre con las mangas y el cuello. Me puse medias transparentes y unas botas blancas. De maquillaje traigo un delineado corto, sombra y labial color rojo y las pestañas bien enchinadas.

En el tocador está la pulsera plateada que pertenecía a mamá. Tiene un pequeño corazón en el centro. La giro entre mis dedos y sonrío al recordar cuando papá se la compró. Ella la vio en una tienda de la plaza y se quedó mirándola como si fuera lo más hermoso del mundo. Esa misma noche, papá se la dio envuelta en una cajita roja.
Mamá lloró de alegría.

—¿Maggie? —Escucho la voz de Oliver mientras entra al cuarto. Me giro rápido. Viene con un pantalón negro, una sudadera verde y un gorro navideño del mismo tono. Parece una mezcla entre ayudante de Santa y niño emocionado.

—Oliver, mucho espíritu navideño. —Digo, escondiendo una sonrisa mientras termino de ajustarme la pulsera.

—Claro. ¡Es la fiesta del año! —Responde con los ojos brillando de emoción.

Se coloca a mi lado frente al espejo y se acomoda el cabello negro con las manos, como si también quisiera verse perfecto.

—Por cierto, Nataniel llamó. Dice que nos necesita en la universidad porque no sabe cómo acomodar las luces y ya lleva una hora intentando. —Añade.

—Entonces vamos. —Digo mientras tomo mi bolso de la cama y me lo coloco al hombro.

Oliver asiente, pero no se mueve. Se queda mirándome desde el espejo, en silencio, como si hubiera algo más que quisiera decir.

—¿Todo bien? —Pregunto al notar su expresión. Él respira hondo.

—Sí, solo… ¿verás a Jonah hoy, verdad?

El cambio repentino de tema me toma completamente por sorpresa.

—Sí. Va a estar ahí. ¿Por?

Oliver abre la boca, duda un segundo, y luego niega con la cabeza.

—Nada. Solo preguntaba.

No parece “nada”, pero no insisto porque estoy segura de que no me lo dirá por más que le suplique. Camino hacia la puerta y él me sigue sin decir más.

Llegamos a la sala, donde papá está viendo la televisión mientras escucha música en la radio al mismo tiempo. Todavía no entiendo cómo puede concentrarse así, pero ya me acostumbré.

—¡Wow! —Dice en cuanto nos ve. Se pone de pie y saca su celular del bolsillo. —Vengan, antes de que se vayan hay que tomarnos una foto.

Nos reímos y nos acercamos. Papá estira el brazo para tomarse una selfie con nosotros. Cuando por fin se siente satisfecho revisa las fotos con una sonrisa orgullosa.

—Chicos, no quiero que regresen tan tarde. Tienen que volver a las siete. —Dice de repente, con un tono tan serio que ambos nos quedamos mirándolo en silencio.

—Pero el evento empieza a las seis. —Murmura Oliver mientras revisa la hora en su celular. —Y son las cinco.

Papá mantiene la cara seria apenas unos segundos más, hasta que ya no puede aguantar y suelta una carcajada.

—Estoy bromeando. Pero sí vuelvan a una hora decente. Solo avísenme cuando ya vengan de regreso. —Dice, más relajado.

Oliver y yo dejamos escapar el aire que habíamos retenido y reímos con él. Le aseguramos que sí, que nos vamos a portar bien, y después nos despedimos con un abrazo antes de salir de la casa.

El aire frío que deja la nieve nos recibe al cerrar la puerta.
Empezamos a caminar hacia la parada del autobus y, durante el camino, Oliver habla sin parar de lo mucho que ha mejorado en básquetbol. Me cuenta que ya casi no se cansa, que puede encestar desde más lejos y que el entrenador le dijo que tiene potencial.

Lo miro mientras camina con pasos orgullosos y no puedo evitar sonreír.
Me alegra verlo entusiasmado por algo más que solo sacar buenas calificaciones.

También hablamos de mí y de que esta noche debo tomar fotos para el taller de fotografía; las imágenes del evento serán parte de la evaluación final, así que tengo que estar atenta a cada detalle. Llevo mi cámara bien protegida dentro del bolso.

La conversación va fluyendo y, como siempre, terminamos hablando de nuestros amigos: de cómo le ha ido a cada uno e, inevitablemente, llegamos a Jonah.

Me cuenta cómo ha visto a Jonah esforzarse por mantenerse firme, por ayudar a su mamá, por estar para James, y por seguir apoyando a su papá en todo lo que puede.

Lo escucho en silencio, con el corazón apretado pero cálido a la vez.

De verdad espero que, por unas horas, Jonah pueda olvidar todo lo que lo tiene tan preocupado.

Subimos al camión y nos vamos directo a la universidad.
Cuando bajamos del camión frente a la universidad se escuchan villancicos desde lejos, y un grupo de alumnos está intentando inflar un muñeco gigante de Santa que parece resistirse.

Caminamos hacia las canchas del gimnasio cerrado, y apenas cruzamos la puerta, el caos nos envuelve.

Hay cables por todas partes, cajas de decoración, gente corriendo con bandejas, luces encendiéndose y apagándose, y una mezcla de emoción e histeria colectiva.

—¡Oliver! —Grita Nataniel desde lo alto de unas escaleras metálicas.

Los dos levantamos la vista al mismo tiempo.

Nataniel no solo está en lo alto. Está enredado completamente en luces de colores, como si fuera parte de su disfraz de árbol de Navidad.

—No puede ser. —Murmuro entre risas.

—¡Llegaste! —Exclama Sophie desde algún punto aleatorio entre el mar de decoraciones.

Aparece caminando hacia nosotros mientras intenta acomodarse el gorrito navideño. Trae el mismo vestido rojo que yo, porque somos edecanes, y su cabello rosa, perfectamente planchado, brilla cada vez que pasa bajo una de las lámparas del techo. Parece un personaje salido de una película navideña con alto presupuesto.




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