Margaret
—Agárrenme, me va a dar un infarto. —Dice Sophie dejándose caer dramáticamente en los brazos del de cabello naranja, que apenas logra sostenerla sin caerse él también.
—Y Jonah nunca me dijo nada. —Murmura Charlie, negando con la cabeza mientras intenta poner a Sophie de pie.
—El que debería estar ofendido soy yo. Claramente fue sarcasmo cuando me dijo que nunca interrumpo. —Nataniel se cruza de brazos con un puchero exagerado.
Y yo ahí, en medio de los tres, sintiéndome como si estuviera en el centro de una rueda de prensa.
Agradezco mentalmente que el salón ya esté vacío porque están hablando demasiado fuerte para ser lunes en la mañana. Normalmente estarían medio dormidos, pero no: les pasé los papelitos con el chisme durante la clase y eso los despertó más que cualquier café.
—¿Y tú? —Pregunta Sophie, ya completamente recuperada.
—Bien, creo. —Respondo, pero ella niega rápido, como si eso no fuera lo que quisiera escuchar.
—Seré más clara. —Pone una mano en mi hombro, mirándome fijo. —¿Te gusta Jonah?
Charlie y Nate voltean al mismo tiempo y me miran fijamente. Eso no me ayuda para nada, ahora los nervios vuelven a invadirme, pero trato de calmarme. Me quedo callada unos segundos y luego me animo a hablar.
Tengo que ser sincera.
—Sí, sí, me gusta. —Lo digo por fin, en voz alta.
Mis amigos reaccionan como si hubiera explotado una piñata llena de billetes.
Gritan, saltan, se abrazan entre ellos. Yo solo río, resignada.
—¡Lo sabía y nadie me creyó! —Dice Charlie, dándome un abrazo que casi me deja sin aire.
—Pido ser dama de honor. —Dice Sophie, apartando a Charlie para abrazarme ella.
—Ni siquiera somos novios. —Digo, sintiendo cómo me arden las mejillas.
—Pero así empieza.—Dice Nataniel. —Miraditas, risitas, momentos tensos y pum, familia feliz con perros y gatos.
Yo niego riendo.
—¿Vas a ver a Jonah hoy? —Pregunta Sophie, separándose de mí.
—No lo creo. Con lo que pasó con su papá el sábado, dudo que venga, a menos que ya esté mejor. —Digo, y los tres se ponen serios.
—Pobre Jonah. —Murmura Nate, bajando los hombros.
Cuando James le mandó mensaje a Oliver sobre la situación del señor Walterson, dejamos de arreglarnos para el maratón al que papá se había inscrito, que por cierto, quedó en segundo lugar, pero yo sigo creyendo que fue porque algunos corredores se distrajeron con su short diminuto. Fue algo como trampa.
Ese día avisamos a todos lo que le había pasado al papá de James y Jonah, y desde entonces mis amigos no han parado de preguntarle tanto a James y Jonah, como a mí.
—Pero de que va a pasar, va a pasar. Es un hecho. —Dice Charlie sonriendo como si ya supiera el futuro.
—¿Por qué estás tan seguro? —Pregunto, cruzándome de brazos.
—Maggie, Maggie, Maggie. —Dice Charlie acercándose y tocándome la punta de la nariz. —Ya puedes dejar de fingir que no le gustas. Con lo que pasó el viernes, te quedó clarísimo.
Me quedo callada un momento.
Y sí, tiene razón. Otra vez.
—Puede ser. —Susurro, sintiendo una sonrisa escaparse antes de que pueda evitarlo.
Y los tres vuelven a gritar.
Pongo los ojos en blanco, porque si no lo hago voy a terminar gritando con ellos.
—Ya hay que salir, la otra clase está por empezar. —Digo mientras me pongo la mochila y trato de escaparme.
Pero no sirve de mucho: en segundos ya los tengo otra vez a mis lados, caminando conmigo y hablando sin parar sobre "mi novio no oficial". Así le llaman. Ellos. No yo.
Solo pido que no nos encontremos a Karl o le irá a contar todo a Jonah. Y sinceramente no estoy lista para morir así tan joven.
El resto de la mañana y parte de la tarde se nos va entre entregar proyectos finales, escuchar clases, fingir que ponemos atención y volver al tema cada vez que un profesor se distrae.
Cada vez que una clase termina Sophie y Charlie me dicen nombres para ponerle a los hijos ficticios que, según ellos, algún día tendré.
Mientras que Nataniel me dice un tipo de pastel diferente para mi boda imaginaria.
Y yo solo quiero sobrevivir al lunes.
No hemos visto a Karl ni a Jonah en todo el día.
Normalmente nos los cruzamos en nuestra hora libre, pero hoy nada, además de que solo salimos a comer una papas y volvimos a clases. No estuvimos tan libres que digamos.
Eso me inquieta un poco.
De hecho estoy por escribirles a los chicos cuando el maestro dice mi nombre y me llama al frente para resolver un ejercicio haciendo que olvide por completo el mensaje que iba a mandar.
La tarde sigue y cuando menos me doy cuenta ya son las siete.
Siete de la noche.
Jamás habíamos salido tan tarde. Pero claro, al maestro se le ocurrió que era un buen día para evaluarnos a todos, con retroalimentación individual de media hora como si no existiera mañana.
Yo juraba que iba a oscurecer dentro del salón en algún momento.
Por suerte, después de lo que se sintió como un sermón eterno, todo termina y salimos de ahí agotados, con ganas de dormir. Y en mi caso, con hambre porque las papas de la tarde no me llenaron. Siento el estómago prácticamente vacío, como si llevara horas sin comer, y la idea de caminar hasta mi casa así simplemente no me gusta.
—Chicos, yo iré por algo a la cafetería. En serio, me muero de hambre. —Digo mientras me toco el estómago, que protesta justo en ese momento.
—Entonces te veo mañana. Yo me muero, pero de sueño. —Dice la de cabello rosa, soltando un bostezo tan grande que casi me da sueño a mí también.
—Perdón, Maggie, esta vez te dejaremos sola. —Agrega Nataniel, con los ojos medio cerrados, como si estuviera a dos segundos de quedarse dormido ahí parado. Charlie apenas logra asentir entre bostezos; pareciera que si abre la boca un segundo más, se queda dormido de pie.
—Está bien, nos vemos mañana. Que descansen. —Les digo, contagiada del cansancio general.