Más que un sentimiento

Capítulo II: Urbanización

Madrid, España 

Fecha desconocida...

Escasos minutos desde la extinción humana: «No hay cambios "determinantes" por el momento, nada más el fallo de ciertos electrodomésticos y la desesperación de mascotas desprendidas de sus dueños».

Me levanto un poco tarde, es extraño que la alarma del reloj no hubiese sonado. Sin necesidad de precisar mucho en la pantalla, era lógico que estaba apagado. Intento ver si no está desconectado. Muevo mi mesa de noche. Efectivamente, el cable estaba puesto en el enchufe. Coloco el mueble en su sitio, siempre me atrajo la textura y el tono claro de su madera. 

Ojeo el resto de mi habitación a la par que muevo las sábanas para quitármelas, sólo los destellos del sol que ingresaban a través los cristales iluminaban el lugar. Noto que el televisor no emite aquella luz roja a la que me tenía tan acostumbrado siempre que lo apagaba. Las calles se escuchan más tranquilas de lo normal, o como mínimo las de mi pequeño vecindario, un conjunto de edificios apartados del centro de la ciudad. Mi armario, en un rincón consumido casi en su totalidad por la oscuridad esconde el desorden que expone casi todos los días. Me levanto en busca de qué colocarme. Decido vestirme con mi conjunto favorito: jeans azul oscuro, suéter negro y zapatos deportivos del mismo color, pero con la suela blanca, creaban un contraste que me gustaba. Tras unos minutos arreglándome, me asomo por la ventana de mi alto piso, tenía gran visibilidad de las calles, todo se veía normal, el rojo de los hidrantes, bancos negros con su respectiva publicidad y unos cuantos postes de luz apagados a causa de la hora del día. Constantemente me sentía atraído por el ambiente matutino, no obstante, dormía gran parte de la mañana como para apreciarlo en su totalidad. Los únicos ruidos se limitaban a alarmas de vehículos y repentinos ladridos de perros. Volteo para centrarme en mi dormitorio, sostenía ese equilibro entre el orden y el desorden que tanto lo caracterizaba. El blanco de la puerta y las paredes es opaco por la ausencia de claridad. Sin embargo, la dorada manija era inconfundible. Salgo del sitio rumbo a la cocina. Necesito desayunar. 

Al bajar las escaleras me dirijo a abrir el grifo que, para mi asombro, no expulsaba agua, la cocina tampoco servía por la desaparición de la electricidad y el gas. Reviso mi nevera, está apagada, además de no contener nada que pudiese comer sin estar obligado a cocinarlo. Me molesto bastante, a pesar de lo difícil que puede llegar a ser vivir solo, todas mis facturas estaban al día; era injusto que me confiscaran los servicios básicos.

—P... madre... Por estas cosas no voto —expongo mis ideales liberales.

Ahora que compruebo, no tengo casi alimentos. Guardaba el poco dinero que tenía para ir de compras al supermercado, pero lo olvidaba perpetuamente. Mi reciente mudanza dejaba la cocina tan sola que no podía apreciarse más que los gabinetes blanquecinos bajo una superficie de granito negro, que le dejaba un tono moderno a la antecámara.

Me voy a comprar comestibles. Apenas en la entrada de mi apartamento escuché un ruido en el fondo de ese tan profundo pasillo color crema, eran el impacto de varias llaves entre sí, seguido de los ladridos de un pequeño perro. Se abrió un alojamiento, saliendo de él un hombre vistiendo ropas oscuras y ajustadas, de entre 27 y 34 años, nunca pregunté por su edad.

—¿Cómo estás, vecino? —preguntó de manera amable. 

Se me hace que es para incomodar, a pesar de vivir en el mismo piso, nunca entablamos conversaciones ajenas a la cortesía, me resultan molestas sus fiestas y ruidos a altas horas de la noche. Está consciente que todos los residentes del nivel lo repudian. 

—Hola —respondo seco. Me apresuro a las escaleras con el motivo de evitar un embarazoso encuentro en el ascensor.

Siete pisos no es tanto, volteo de forma disimulada a ver qué hace, intenta cerrar la reja mientras evita que su perro escape. Desciendo varios escalones, me detengo y cambio mi ritmo, si él baja por el ascensor seguro llegue al sótano antes que yo. Aligero el paso.

Abandoné el edificio y no encontré a nadie, las calles estaban desoladas; alarmas y animales domésticos seguían perturbando el orden, desde mi habitación el sonido era mínimo, pero afuera se magnificaba. Noto el limpio asfalto y los mantenidos patrones que seguían los ladrillos de la acera. La embocadura a mis suburbios suele contar con seguridad, vigilancia que se encarga de verificar que todo visitante esté siendo esperado por sus huéspedes en la respectiva vivienda, evitando así cualquier delito o acción inmoral dentro del lugar. Se me ocurre preguntarles mi problema de electricidad en busca de una pronta respuesta. Acelero el paso hasta llegar a mi destino, la ausencia de personas es evidente en el lugar. 

—¿Buenas? —saludo extrañado—. Hola, ¿Carlos? —digo el nombre del guardia en busca de respuesta. No obtengo réplica a la pregunta. 

Reviso el cuarto de monitores dentro de la casilla de vigilancia que se encuentra abierta al público, nula cualquier posibilidad de que hubiese una persona, las computadoras con las grabaciones de seguridad, apagadas. Me marcho por la vía de peatones. No hay autos cerca, todos los semáforos se hayan sin funcionamiento. No sé qué hora es, dejé mi teléfono en mi cama y dudo encontrar respuesta en la calle. 

Todas las tiendas que cubren la ciudad están cerradas, unas muy pocas abiertas. Sólo me encontré a mi vecino en lo que va de mañana, suele ir mucho dentro de mi rutina coincidir con bastantes personas.

Es cuatro de agosto, no recuerdo ningún día festivo que impida laborar hoy. «Seguro son esas creencias religiosas que tanto retrasan al desarrollo del mundo», pensé. Veo una farmacia abierta y entro. Tras halar la puerta de vidrio, suena el ruido de unas pequeñas campanas. Todavía quedaba la esencia del aire acondicionado concentrado en el establecimiento, tomando en cuenta que estaba apagado en ese momento, aún refrescaba mi cara. Me dejaba saber que casi nadie entró al local. Estaba cansado de hablar en solitario, así que primero me fijé en si había alguien en el mostrador, a simple vista se notaba vacío, el lugar estaba bien iluminado. En el techo había varios faros fluorescentes que brindaban resplandor. Empujo la puerta y suenan de nuevo las campanas, miro de reojo a la tienda por si casualidad algún empleado tomaba presencia. Leo un letrero que dice "24 horas".




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.