Más que un sentimiento

Capítulo III: Hurto

Al Quasyr, Siria (cerca de Líbano)  

Fecha desconocida...

Dos semanas desde la extinción humana: «Las ratas domésticas no pueden vivir sin humanos; ahora buscarán comida en casas y supermercados. Ellas o tú, hay que buscar provisiones antes de que las plagas las terminen».

Memoricé el camino para llegar de nuevo a la plaza. Aun así, era sencillo perderse. Mantengo en mi mente todo lo que he recorrido, me servirá en el futuro. Es inútil dejar evidencias en los lugares por los que pase; la arena se encargará de borrar cualquier rastro. 

Hay una casa que se diferencia del resto, esta no tiene ventanas y la puerta parece más sólida que las demás. Las apariencias engañan, como un espejismo. Abro la puerta sin complicaciones con tan solo empujarla. Siento el roce de mis dedos con la gruesa madera, es una sensación rasposa. Entro y hallo un almacén de chatarra, una montaña que por la falta de luz no se puede ver en su totalidad. 

La habitación no produce otro hedor que no sea el de humedad. Si hay objetos de metal, la mayoría estarían descompuestas. Reviso de todos modos. Tengo cuidado de las cosas que toco, puedo cortarme con algo y la oxidación infectaría la herida. 

Tras tirar hacia otra esquina varios objetos de metal sin forma aparente, siento el movimiento proveniente de dentro del montón. Salen corriendo varias ratas que me hacen saltar por el susto. Mis pantalones eran un poco holgados, por lo que una consigue entrar en mi pierna. Me tumbo al suelo mientras que las demás ratas desesperadas y hambrientas pasaban por encima de mí, arañándome y restregándome sus patas para ir a la única fuente de luz que tenía el cuarto. A saber cuánto tiempo llevarían encerradas sin comer nada. Me levanto asqueado y desesperado mientras sacudo mi pierna para que la rata saliera; estaba aferrada a mi piel. Finalmente cede y me largo del lugar después de no encontrar nada de utilidad.

Acomodo mi turbante, totalmente desarreglado por causa de esas plagas. Lo dejo como me gusta, de modo que solo me descubra los ojos. Mi camisa blanca estaba desgarrada en pequeñas partes y con manchas marrones, las que insinuaré que son suciedad del cuarto. Mis pantalones eran un poco más resistentes, por lo que no tenían más que mugre.

Necesito una cubeta, quiero lavar mi ropa. No voy a colocar mis sucias prendas directamente en la fuente para contaminar toda el agua. Me dirijo a otras casas como las anteriores, ¡sin ratas! 

Cuando camino siento que algo se mueve dentro de mi pantalón, estaba adherido de alguna manera. Casi vomito tras ver la cabeza de un ratón en contacto directo con mi muslo.«Ya entiendo cómo se alimentaban», pienso. La lanzó lejos y me asqueo. Me doy palmadas en el muslo buscando cualquier resto de cochambre.

Estoy en bajada porque parece haber casas más grandes en las planicies del sitio. No me equivoco, dichas casas son el doble de extensas. Se hallan en la parte más baja de la zona, con rutas directas al horizonte, el cual presenta una cadena de montañas a mi diagonal. De seguro tienen suministros interesantes. Entro a una casa a través de una ventana rota, precavido para no cortarme con los vidrios. Observo las cordilleras del fondo de nuevo; tienen una vista perfecta hacia este lugar. Me faltaba poco para llegar hasta ellas. Volteo y busco. Hay una sala vacía, se aprecia el rojizo piso de madera y una vitrina del mismo material junto a la pared; poco más. Reviso la vitrina y encuentro armas exhibidas como si fuesen trofeos. Varios tipos de escopetas de caza y revólveres. Es raro que las guarden, sabiendo que esta parte del desierto es casi inhabitable por cualquier animal que produzca cantidades decentes de comida o cuero.

Todo está bien ordenado, con su respectiva caja de munición al lado de cada tipo de armamento. Tomo una escopeta y un revólver. Agarro toda la munición posible y guardo con prudencia todas las pequeñas cajas en mi bolso.

Hago un inventario rápido del equipamiento que tenía en ese momento: 

—Una escopeta;

—Un revólver;

—Cuatro cajas de munición (para escopeta) y otras tres (para revólver);

—Un tenedor y dos cuchillos (tiré los que me sobraban, con los que tenía estaba bien);

—Cerca de 12 latas de varios tamaños (aunque en su mayoría pequeñas);

—El mapa que se encontraba guardado en mi bolsillo.

La entrada a la cocina era abierta, sin puertas. Arribo el lugar y busco un envase para depositar toda el agua posible. Abro todas las gavetas presentes tras no dar con nada a simple vista. Encuentro vasos, platos y cubiertos. Hasta que en el último cajón del gabinete hallo un termo para nada comparable con el mío, es mucho más grande. Miro su interior para asegurarme de que esté limpio. Tras comprobar esto, lo guardo.

Salgo de la cocina y sigo revisando la vivienda. Hay una salida, seguida de un pasillo que dirige hacia un lavandero, el tiempo que lleva abandonado lo dejó seco. La ropa, los almacenes de agua, todo. Nada húmedo, el lugar estaba expuesto al sol. En esta parte el suelo está hecho de concreto, la madera muy posiblemente se hubiese dañado hace mucho.

¡Lo que buscaba!, una cubeta. Tenía forma de collar isabelino, era un poco extraña, estaba hecha con un material indefinible. Agarré el insípido cubo negro y me dirigí a la fuente con todo mi equipaje.

Me tomó un tiempo llegar, pero mucho menos que la primera vez. Me desvisto, quedándome en prendas íntimas y con mi turbante. Coloco mi bolso junto a mi mapa y la escopeta en un rincón. Baño y restriego contra el filo del muro mi camisa y mi pantalón para dejarlos secar. Prosigo a llenar los termos para no preocuparme de qué beber durante un tiempo. Coloco agua en mi cuerpo y empiezo a darme una ducha, tenía incontables semanas sin bañarme. Escucho pasos.




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