Más que un sentimiento

Capítulo IV: Imprevistos

Al Quasyr, Siria (cerca de Líbano)

Fecha desconocida...

Dos semanas desde la extinción humana: «El saqueo se convierte en una actividad común con la finalidad de mantenerse vivo». 

*Amid*

Acabo de recoger el armamento de ese tipo. Se encuentra indefenso; es mi oportunidad para conseguir información y saber quién es. Matarlo sin que me dé explicaciones sería una opción estúpida. Quiero conocer su identidad y cómo puede ser el único humano en casi todo el oriente.

Me escondo detrás de un grupo de palmeras, él parece percatarse de mi presencia. Voltea nervioso a todos lados, está en ropa interior. Dejó de bañarse y se dirigió hacia su mochila. Debía actuar rápido antes de que se diera cuenta de que le faltaba su armamento. Camino un poco rápido y apunto con el revólver en su nuca. Se me escapa un respiro.

—¿Quién carajos eres tú? —pregunto desconfiado y agitado. No dejo de presionar su cabeza con la pistola de manera violenta.

*Dabir*

—Dabi... —respondo en voz baja.

—¿¡Qué!? ¡Habla alto! —me interrumpe a medida que clava mi arma de fuego en la zona trasera de mi cabeza.

—¡Dabir! —grito desesperado. Baja la presión con la que me apunta.

—¿Ves? No era tan difícil. ¿Quién eres y por qué estás vagando por esta ciudad? No es normal que seas la única persona que me he encontrado en todo el oriente hace semanas. ¡Responde! —Empuja la pistola con fuerza.

—No lo sé, soy un simple beduino. No me topo con mucha gente la mayoría del tiempo —regreso a mi tono de tranquilidad.

—No me hace gracia —contesta seco. Sube su mano armada a la altura de mi sien.

—¿¡Qué quieres que te diga entonces!? ¡Es la verdad! Llegué y este sitio estaba vacío —alzo el tono. Me mantengo precavido en mi lenguaje, cualquier palabra mal sonada podía finalizar con mi vida.

—Te creeré, pero colocaré unas condiciones si no quieres que te mate —dice en un tono conciliador—. Eres de esos idiotas sin hogar que se la pasan vagando por los desiertos. ¿Cómo es que los llaman? ¿Nómadas? —se burla.

—Eso es muy despectivo —digo molesto. Poco o nada puedo hacer, me lleva toda la ventaja.

—Me importa un carajo que sea despectivo o no, estarás bajo mis órdenes desde ahora. Claro, si no quieres que te vuele la cabeza ahora mismo, ¿verdad? —se impone y me amenaza.

No me queda otra opción más que acceder.

—¿Al menos puedo llevar mi mochila conmigo? Ya la registraste toda si sacaste esas cosas —suplico.

—Puedes llevarla, pero aviso que yo me quedaré con tu pequeño arsenal —responde guardando la pistola en su bolsillo y acomodando la escopeta—. Y por favor, vístete, que esto ya parece una escena erótica —ríe de su intento de chiste.

—Mi ropa se está secand... —me interrumpe 

—No me importa, que te vistas. —Desenfunda el arma y me apunta.

Debo hacerlo, de lo contrario me matará. Me coloco la ropa mojada encima. Espero no enfermarme, posibilidad que dudo. Voy en dirección a mi bolso, lo cargo a mi espalda sin revisar mucho. El tipo no me quita la mirada de encima. Acomodo sus cierres. Agarro el mapa que estaba a un costado. Debo llevarlo en mis manos. La humedad de mi bolsillo lo dañará y el bolso podría romperlo por los cubiertos que contiene.

—¿Qué es eso? —pregunta desconfiado.

—Es un mapa, no te matará —vacilo.

—Esa mierda quizá no, pero esto sí. No me gustan tus jugarretas —explica señalándome con el revólver. 

Me calmo y busco los recipientes de agua. Ni se molesta en preguntarme qué llevo en ellos, es lógico que están repletos de ese líquido.

Debo sustentarme al imprevisto de tener un apresador que me dé órdenes por cumplir a cambio de mi vida.

*¿?*

Aprecio la escena desde mi escondite. Están partiendo de la ciudad hacia mi dirección, la paranoia me coloca muy nervioso. Tal vez me hayan visto y quieran asesinarme. A unos pocos kilómetros detrás de mí se halla la frontera. Aprovecho la cobertura de las colinas. En terreno abierto será muy fácil que me vean cuando lleguen. Me apresuro y emprendo mi carrera hacia el territorio libanés antes de que suban o repasen el relieve creado por la arena. 

*Dabir*

La arena se escabulle a través de la áspera cerámica de la plaza, guiada por el viento, sin rumbo concreto. Debo hallar la manera de decirle a mi captor que me dirigía a Beirut en busca de mejores condiciones climáticas.

—¿Cómo debería llamarte? —pregunto.

—Amid —contesta sin detallar, dándome la espalda.

Lo miro y retomo mi idea principal.

—Bien, Amid. Estoy en el deber de informarte mis intenciones, el motivo por el que cruzaba esta ciudad. —Trato de acaparar su atención. Lo consigo. Voltea la cabeza para verme. Finge poco interés.

—Te escucho —dice mientras cuestiona con la ceja.

—Me dirijo a Beirut —explico—. ¿Conoces la existencia de esa ciudad? —dudo.

Él me mira fijo sin expresión en el rostro. Gira su cuerpo de lleno.

—Claro que conozco Beirut. ¿Qué tienes pensado hacer en la capital de otro país? —pregunta.

Le doy una breve clase de geografía para resumir las ventajas de estar en un ambiente con mayor número de precipitaciones y zonas urbanas.

Termina anonadado tras semejante explicación. Sus ojos están bastante abiertos, acompañados de una pequeña sonrisa. Pasados unos segundos los entrecierra de nuevo. Suprime su sonrisa. Mira hacia otro lado.

—Quién diría que un nómada sabría tanto de geografía. —Mira en mi dirección. Retoma la simpatía soltando una sonrisa burlesca.

No menciono nada al respecto, el comentario no me genera absoluta gracia. Empezamos a dirigirnos hacia el horizonte. Nos alejamos de todas las casas.




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