Más que un sentimiento

Capítulo IX: Egoísmo

Los Alpes franceses

Fecha desconocida...

Una semana desde la extinción humana...

*Asier*

—¿Se puede saber qué sucede? —digo molesto. Me frustra haber sido interrumpido en un momento tan importante.

—Calma, Asier... —Karol intenta relajarme, pero es inútil, estoy cansado de todos y sus problemas.

—¡Ya estoy harto de que se peleen todo el tiempo! ¡Llevo una semana sin tener otro contacto que no sea el de sus malditos pleitos! —suelto, necesitaba desahogarme urgentemente. Karol me toma por el brazo y me hala hacia ella.

—Asier... tranquilo. —Toma mi cara con sus delicadas manos y la acaricia suavemente. Es innegable que ella me tranquiliza hasta en los malos momentos que sacan lo peor de mí.

Heller no reacciona, sigue encogido mientras solloza y sus pensamientos parecen torturarlo sin piedad. Me abstengo de preguntarle sobre su estado anímico, por lo que me apresuro en ir a la carpa con France y los dos heridos.

—Necesito... necesito un cigarrillo —dice France muy inquieta, sus manos tiemblan mucho—. ¿Dónde mierda están, Asier? ¡Tú los tenías! —Salgo afuera para buscarlos.

Lo que faltaba... Además de tener dos personas a punto de morir, ahora hay otra al borde de un infarto. Karol está cerca de Heller, intenta consolarlo mientras soba su espalda repetidas veces. Está tiritando, el frío y las lágrimas que Karol intentaba secarle no sólo le dan escalofríos a él, siento un mal cuerpo ante la escena. Ahora Heller es el más vulnerable, a pesar de mostrar rasgos secos contra Abel, está muy afectado por Roman, Heller es una montaña rusa de emociones justo ahora, un declive de sentimientos que desbordan un lado que nadie conoce, pero que todos tenemos, supongo.

La noche es cada vez más longeva; la fogata sigue soportando el hostil clima que nos atosiga. Ojalá y sólo fuera el clima, las energías tan pesadas por las que hemos pasado todos estos días agotan demasiado. Empiezo a sentir cómo baja la temperatura en mi rostro, recuerdo que cuando estaba con Karol me desprendí de mi buff, por pocos minutos dejé toda mi cara al descubierto, las emociones tan opuestas me mantuvieron caliente por unos instantes. Tomo la tela con mis manos y las acomodo en su lugar nuevamente, el pasamontaña ahora mantiene visible únicamente el castaño de mis ojos.

Durante ese período, Karol ya había apartado a Heller hacia el rincón en donde estábamos los dos hace escasos minutos, me es imposible no sentir celos. Una parte de mi ser quiere a Karol sólo para mí, por encima de cualquier otra persona, pero no puedo permitir que el egoísmo se adueñe de mi mente, simplemente está ayudando a su amigo. Pero, espera. ¿Realmente es nuestro amigo? ¿Ya a alguien después de todo este tiempo se le puede considerar como un «amigo»? Todos nos han demostrado a Karol y a mí que nos dejarían tirados o nos matarían si de eso dependiera su supervivencia. 

—Ya los encontré, inútil. —France está más calmada, y con el tono déspota que la caracteriza. Enciende un cigarrillo aprovechando el fuego de la hoguera, ha dejado de fumar considerablemente desde que nos perdimos aquí. Tras dar la primera fumada, se encamina de nuevo hacia el interior de la carpa.

*France*

Siento por fin, cómo a través del humo, el calor invade mi cuerpo, me hacía falta fumar, mi interior lo exigía. No puedo creer que haya pasado tanto tiempo sin probar esta delicia. Finalmente puedo pensar mejor, esta banda de inútiles me volverá loca. Doy una calada suave y pausada que relaja mis labios, paso a tragar el humo, lo que hace que me calme y me sienta más ligera. Es inevitable pensar lo atractiva que soy en comparación al resto... me amo mucho, recorro con las manos mi delgada cintura, pasando por mis perfectas caderas y terminando en mis voluptuosas piernas, evito apagar el cigarro que sostengo con los dedos medio e índice izquierdo.

Ha pasado mucho desde la última vez que Abel hizo valer mi cuerpo lo que merece, fracasó tanto en su búsqueda por que me sintiera una Diosa en la cama que me aburrió, no siento la más mínima pena por ser infiel, y es que, ¿a quién engañaría? Además de a Abel, claro. Lo disfruté demasiado, por fin alguien me hizo sentir mujer tras mucho tiempo. Es lógico que fuera alguien que me comprendiera al máximo.

—Posiblemente mueras, mi querido Abel. —Sonrío mientras lo miro con menosprecio—. Diría que me das lástima, pero... ¿Quién podría sentirla por un idiota como tú? Si mueres, ahorraremos provisiones, y tras volver a la ciudad, podré volver a verla, no tendré que ocultarla nunca más. — Abel sólo suelta quejidos ininteligibles.

—Fuiste un juguete perfecto, «mi amor». — Soy la peor... y eso, sencillamente me encanta.

El cigarrillo se ha ido acabando poco a poco, las cenizas descienden lento, borrándose en el suelo, como si de copos de nieve se tratara.

Abel está casi inconsciente, el dolor lo priva de enlazar cualquier conexión con el mundo real, está tan vulnerable ahora mismo, ya no puede ser un imbécil e intentar intimidar a todos los que me echaran ojo. Y es que por qué no lo harían, soy perfecta. Tocarme siempre será un privilegio.

Ya casi termino de fumar, siento la boca reseca por la sed, voy a sacar algo de agua para beber. Desato la soga tan rústica de la mochila con víveres, queda muy poco en comparación a días atrás. Una atmósfera de calma se adueña de mí tras tanto tiempo. Hay una botella ya destapada, la tomo y bebo de ella, la cierro y guardo para amarrar la bolsa.

—Qué mala suerte tengo... no hay ningún cenicero cerca —digo en un falso tono despavorido a la vez que volteo a ver a Abel. Restriego con fuerza la parte sobrante del cigarrillo en la frente de mi novio, se quema y suelta un gemido de dolor.




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