Más que un sentimiento

Capítulo X: Averiguación

Madrid, España

04 de agosto...

Casi dos horas desde la extinción humana: «Las rutas principales y lugares con gran aposento de personas estarán congestionados por toda la maquinaria desamparada».

*Javier*

Emprendo el camino hacia el centro de Madrid, Aquiles se ve decidido a seguirme, ya no parece estar tan seguro de su idea acerca que todos han desaparecido.

—¿Sientes como si una bala rebotara con cada pared de tu interior? —pregunta Aquiles.

—Para nada ¿Por qué lo dices? ¿Tú sí? —respondo indiferente. Continúo con la ruta.

—Sí, pero no es una sensación de dolor, es como si el estallido de mi organismo ocasionara cosquillas —revela. Es una metáfora un tanto extraña para los nervios, yo también los siento, no soy excepto a eso. Pero no considero buena opción compartirlo.

Seguimos caminando, y a medida que nos acercamos se van oyendo muchas bocinas y ruidos de animales, predominan los ladridos.

—¿Te has dado cuenta de que los teléfonos tienen muy poca señal? Eso no es usual por aquí —dice mi vecino, está logrando que cada una de sus preguntas sea más atorrante que la anterior.

—Pues, parece que no sales mucho, aquí nunca hay buena señal. Me sorprende que un tipo como tú lo desconozca. —Es imposible dejar pasar cualquier oportunidad para retratar los pésimos servicios de telefonía. Mi compañero se queda callado.

Aprecio el suelo de la vereda por la que caminamos, las endebles hojas húmedas y amarillentas que están aplastadas en el suelo. Mi vista y mi mente están distraídas ahora mismo. Estoy tranquilo con el ambiente, hay varios carros estacionados, por lo que la gente seguramente está en el parque de El Retiro, en el Museo Nacional del Prado, inclusive en el gran Palacio Real... nunca estuve de acuerdo con la monarquía, pero es algo que ha caracterizado esta cultura, y no cabe duda que es gran atrayente turístico. Y es que, turistas ¡Eso es! Todos deben estar visitando lugares y plazas, las bocinas sólo deben ser consecuencia del tráfico en las puertas de la ciudad.

—¡Eh. Mira! —El momento de serenidad que arrastré unos cuantos metros cesa, levanto la mirada tras el sobresalto de Aquiles.

Veo muchos vehículos a lo lejos estrellándose sin control, todo parece tan quimérico... ¿Acaso había un campo magnético en casa? ¿Cómo me fue imposible escuchar esto? Si con el silencio de las calles este ruido se capta a varios kilómetros, el campo no debería opacar tanto el ruido.

—¡JODER, HUYE! —grito desesperado.

Aceleramos el paso para acercarnos más al centro, hasta el punto de casi correr. Hay muchos autos de cada color y tamaño chocando con absolutamente todo. Nos desviamos hacia el césped para alejarnos lo más posible de las calles, tantos coches hacen que ni las farolas ni los hidrantes nos protejan de un atropello, cualquier cosa está siendo devastada. Continuamos y nos ocultamos detrás de una pared de arbustos dentro del parque.

—¿Qué coño pasa? —No termino de asimilar lo que sucede. Me pellizco, con una falsa esperanza de que todo sea una terrible pesadilla. Aquiles se da cuenta y me agarra el hombro.

—Esto no es un sueño, es bastante real, pero estamos juntos aquí. —Intenta tranquilizarme.

—Es que no me lo creo, tío. —El shock es demasiado fuerte ahora mismo. Me da jaqueca, siento que me va a reventar el cerebro, me tomo por la sien mientras aprieto los dientes en señal de dolor.

—¿Te sientes bien? —pregunta Aquiles—. Debemos volver —propone.

—No... Estoy bien, debemos continuar —ordeno. Aquiles asiente con la cabeza.

Dentro del parque hay un gran estanque, sería una alternativa segura si nos persiguiera algún vehículo, aunque, tampoco es que hablemos de una revolución de las máquinas, o eso quiero pensar, cualquier cosa se me hace potencialmente posible ahora mismo.

—¿Por qué todos esos autos estarán chocando con todo sin control? —pregunto.

—No he visto suficientes películas para saberlo —responde ingenuo mi compañero—, pero. ¿Sabes de qué me di cuenta? —anuncia.

—Me gustaría saberlo —contesto interesado.

—Mira todo lo que tienen en común esos coches, al igual que el rojo que presenciamos hace unos minutos —dice. Estoy desconectado por completo de la explicación—. ¡No tienen personas dentro! Están descontrolados porque nadie los conduce —afirma.

—Esto me lleva a dos conclusiones, Aquiles. Esos coches se encendieron solos esta mañana sin que nadie se diera cuenta o se bajaron quienes los manejaban y por simple inercia están rodando sin rumbo alguno —expongo.

—No estamos en Pixar, así que me dejas muy fácil la respuesta. —No puedo creerlo ¿Será posible? No soy lo suficientemente crédulo como para comerme algo así, y menos cuando las únicas pruebas son coches chocando. Eso pasa todos los días, con o sin humanos.

—No me basta o convence, necesitamos más pruebas, hay que acercarnos e inspeccionar mejor —ordeno sabiendo el peligro que significa acercarnos al desastre.

Corro junto a Aquiles para acercarnos a la calle principal, atestada de coches que arrasan con todo lo que se les cruza.

—¡Esa casa de ahí! Al otro lado de la carretera —grita Aquiles mientras nos movemos por pequeños callejones entre los domicilios.

—Su puerta está abierta, tienes razón, debemos entrar ¡Tal vez haya alguien! —menciono apresurado. Cruzamos la calle lo más rápido posible sin mirar atrás, por fortuna, muchos de los vehículos se han estancado en medio del camino, por lo que la congestión de vehículos evita que alcancen altas velocidades como hace unos instantes. El centro está repleto de carros destrozados y ruinas, estatuas, árboles, cercos, postes, lo que sea que estuviese cerca.

Llegamos a la puerta, es una morada de estilo herreriano, con una puerta de madera perfectamente simétrica, es extravagante y bonita, no puedo evitar fijarme en sus detalles. Mi vecino se me adelanta y se dirige al largo pasillo después de entrar.




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