Más que un sentimiento

Capítulo XII: Energías y estrellas

Los Alpes franceses

Fecha desconocida...

Una semana desde la extinción humana...

*Asier*

—¡Un viaje suena fabuloso! Niza... adoro la playa —responde entusiasta. 

—Será un viaje especial, la última vez que disfrutamos de la arena fue el verano pasado cuando visitamos la antigua casa de Heller por su cumpleaños —comento.

—Necesitaremos la autorización de Heller para quedarnos allá todos esos días. —Ríe suavemente.

—No es necesario, podríamos alquilar un sitio. Yo pago. —Mis celos salen a flote, no quiero que Heller ni nadie estropee el viaje perfecto, debe ser un momento únicamente entre Karol y yo.

—Pero, Asier... no hace falta que gastes tanto —suplica—. Ya gastamos más de lo necesario en este viaje, nuestros padres de seguro están invirtiendo un dineral en búsquedas —concluye.

—Tienes razón, aunque no prometo nada. —No doy mi brazo a torcer.

*Karol*

—¡Asier! —Es inevitable no carcajear, su forma de ser tan decidida me fascina.

—Tranquila, Karol. El tiempo será el que decida, ahora sólo nos queda esperar y aprovechar este momento juntos a merced de la luz de las estrellas —propone. Adoro sus momentos de seriedad, suena tan inteligente y apasionado cuando habla.

Ahí estamos ambos, recostados, mirando el infinito cielo, acurrucados en los sacos. Asier toma mi mano, siento una detonación en mis nervios. Una corriente de sensaciones muy placentera recorre mi ser desde la punta de mis dedos hasta el resto de mi cuerpo, es increíble, como diría él, inefable... Tal parece que no lleváramos prendas o guantes, como si el tacto de nuestros cuerpos fuera al desnudo, con todo este frío, me siento en una candente aura repleta de emociones muy difíciles de valorar. 

—Asier... —digo.

—¿Qué sucede, Karol? —contesta volteando a verme, irrumpiendo su análisis del firmamento.

—Hace un rato me dijiste una palabra muy bonita, con un significado igual de hermoso, me ha dejado pensando y no puedo sacarla de mi mente —recuerdo.

—Sí, inefable... —confirma.

—Yo también tengo una palabra muy bella, aunque no suena tan bien como la tuya, tal vez ya la conozcas, ¡es que eres muy listo! —Lo miro a los ojos también—. Inconmensurable... —revelo.

—La he oído, pero te mentiría si dijera que conozco su significado —reconoce. Me hace sentir muy especial, saber que alguien tan inteligente como él no sepa lo que significa.

—Es algo imposible de medir o valorar —digo—. No es tan preciosa como la que tú me dijiste, y no se me da muy bien poetizar todo lo que hablo como a ti, sin embargo, la leí hace mucho tiempo, y jamás creí que la usaría, hasta hoy, supongo que esas palabras especiales son para las personas especiales —opino.

—Karol... lo que me haces sentir en estos momentos es inconmensurable —menciona. Mis latidos acelerados transmiten un sacudón en mis hormonas, siento que me voy a ruborizar.

—¡Hey! ¡No seré la única que muestre su rostro sonrojado! Quiero ver tu cara. —Tomo su pasamontaña y se lo arrebato riendo, descubriendo su cara por completo. Es mucho más guapo así, sencillamente me encanta cada parte de él.

Somos dos jóvenes perdidos en la sonrisa del otro, acompañados de una melodía algo atípica para la velada, es el sonido de la naturaleza, de la nada. Dos prófugos involuntarios de los estereotipos de la sociedad, que por el motivo que fuese, estaban conectados por un lazo bastante fuerte, nuestra única luz era la inmensa luna llena.

—¿Cuándo fue la última vez que te acostaste a ver las estrellas, Asier? —consulto.

—Si te digo la verdad, es mi primera vez haciéndolo —contesta para mi sorpresa—. ¿Y tú? —retoma la pregunta.

—Es la primera vez en mucho tiempo, sí. Pero era una costumbre que tenía con mi madre, a pesar del ambiente tan urbano en la ciudad, se apreciaba una hermosa cadena de luces brillando y titilando hacia nosotras. Era fantástico. —Supongo que era la estrategia de mi madre para alejarme unas pocas horas de mi papá.

—Comprendo... —dice reservado. Él sabe que mi madre murió hace varios años, por lo que es normal que se sienta un poco cohibido al hablar del tema.

—A veces la extraño mucho, pero este momento junto a ti me hizo darme cuenta de algo, ella me cuida desde allá arriba. —Apunto al cielo con mi dedo.

Asier no dice absolutamente nada, mira al cielo completamente serio, no obstante, me está prestando el máximo de su atención, lo noto en su cara.

—Siento que, es más que una coincidencia que mamá mirara las estrellas siempre que podía conmigo, en ese infinito mar de luces blanquecinas y brillantes, debe haber un espacio para ella, estoy segura de que me vigila y está al pendiente de mí, siempre... —agrego.

—Eso es muy lindo, Karol, posiblemente tengas razón, y ella esté desde allí, cuidándote. Puede que por eso sigamos aquí juntos —menciona.

—¿Sabes? Yo también lo creo, siempre le amerito todo lo positivo a su protección —coincido.

—Desde luego que sí. Siempre he creído que somos energía, y esta se transforma, todo lo que nos rodea es energía, va... viene... sencillamente es espectacular, jamás se cansa. El miedo a la muerte es normal, un temor que nos une a muchos seres humanos, es un final común para todos, nadie es excepto a ese pánico en algún momento de esta esquiva vida. Aunque, todos la veamos como una sentencia espantosa y dolorosa, no debe ser así. Puede que esa energía no nos acompañe siempre, se marchará tarde o temprano, sin embargo, de algún u otro modo, volverá a nosotros... Y tal vez, uno de entre tantos luceros en el universo, sea esa energía tan preciada para ti, volviendo a ti. —Me quedo sin palabras, tengo los pelos de punta. Una ráfaga de pensamientos indescriptibles sacude mi mente como un vórtice en estos momentos, lo que siento tal vez vaya mucho más allá de mi corto entendimiento.




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