Más que un sentimiento

Capítulo XIII: «El primer trago»

Madrid, España

04 de agosto...

Casi cuatro horas desde la extinción humana...

*Javier*

—¡Javier! ¡Javier! —Escucho cómo exclaman mi nombre a medida que despierto.

—¿Eh? ¿Qué pasa? —balbuceo.

—Te quedaste dormido un momento —explica mi vecino.

—No te preocupes, hombre. La pesadez del día —explico—. Por cierto ¿Dónde queda el baño? Debo lavarme la cara.

—Por ese pasillo a la izquierda —indica.

Observo las paredes blancas y algunos cuadros decorando mientras cruzo al baño. Entro y percibo un olor amargo que repele todo el lugar, la taza del baño está levantada y con restos de vómito dentro y fuera de ella. «Malditos borrachos», pienso. Abro la llave para enjuagar mi cara, no funciona, el aroma es tan pútrido que decido no indagar más y largarme de nuevo a la sala.

—¿Tienes servicio de agua en este lugar? No pareciera —reclamo.

—Debería de haber, jamás he tenido problema con las tuberías. —Se levanta a revisar—. ¡Puaj! ¡Menudo olor hace aquí! —se queja al entrar al baño.

—¿Y apenas te das cuenta? A saber cuánto tiempo lleva eso ahí.

Tras unos instantes Aquiles sale hacia donde estoy recalcando con su cabeza la negativa sobre el enigma del agua. 

—Es bastante raro, nunca había tenido problemas de este estilo —comenta.

—¿No hay otro grifo? Puede que ese no funcione —opino.

—El problema es que ese es el baño principal, debería estar funcional. —Si ese es el principal no quiero imaginar cómo serán los demás. Parece que el dinero no va de la mano con la pulcritud.

Al final accede, nos dirigimos a la cocina, donde comprobamos la llave del fregadero, que, en efecto, tampoco vertía agua al abrirla.

—Tal parece que tendrás que usar agua del refri para hidratarte la cara —propone. Saca de la nevera un poco y me la da servida en un vaso de cristal. La esparzo por mi rostro, lo cual me brinda energía y me arrebata el sueño por completo. Volvemos a la sala.

La situación se torna un tanto soporífera, pues el estruendo de hace unas escasas horas se transformó en silencio absoluto. Incluso el caniche de mi vecino está en completo silencio. Miro a Aquiles fijamente.

—¿Entonces emprendemos rumbo al hospital? —pregunto.

—No todavía, hay que tomarlo con calma —responde sereno. Su augurio me toma desprevenido, creí que estaría desesperado en salir a visitar a su madre.

—Entonces... ¿Cuál es tu propuesta? —cuestiono. Aquiles dirige su mirada a la nada unos instantes.

—Estoy consciente de que mi relación no era la mejor con muchos vecinos, tú incluido —reconoce—. ¿O me equivoco?

—Eh... bueno. Tal vez tengas razón. —Me impacta lo directo de su comentario.

—No te preocupes, no has dicho nada que no esperara. —Se levanta en dirección a un gran bar.

—No soy bebedor... 

—¡Vamos! Que no hay nadie en todo Madrid que te vaya a recriminar por eso —convence.

—En verdad, no soy aficionado a tomar licor —reitero.

—Tranquilo, esta es la botella con menos grados de licor que hallé. —Saca una bebida de pigmento verdoso. 

Reconozco mi temor ahora mismo, no es un hábito que realice con frecuencia. Aquiles sirve dos tragos hasta la mitad, cada uno con un par de hielos.

—Te recomiendo agitarlo suavemente antes de dar tu primer sorbo —sugiere.

—Está bien. —No me siento muy convencido, sin embargo, doy el primer trago. Arrugo la cara.

—Te acostumbras —dice Aquiles riendo un poco. Toma un trago.

—Ni que lo digas

Aquiles se sienta y me mira con planes de retomar la conversación de hace pocos minutos.

—Acerca de lo que mencioné antes, quería dar mi punto de vista, imagino que tras todos estos años la palabra «detestar» queda corta —recuerda.

—Vale 

—Posiblemente todos me tachen de egoísta o insensato, pero tengo un motivo. Me gusta compartir con la gente cercana a mí, por eso buscaba organizar fiestas o eventos en este apartamento siempre que podía, todos merecen pasarla bien. No soy doctor o psicólogo para arreglar cualquier problema que perturbe, pero sí puedo ayudar distrayendo y abriendo las puertas cuando deseen —justifica.

—¿Ahogando a todos en alcohol crees que arreglarás sus problemas? —cuestiono.

—No precisamente, pero sí hago más por ellos que la mayoría que sólo pasan sus duelos por alto, ya lo dije, puede que no emplee los mejores métodos, pero sí que llevo las mejores intenciones. Todos tenemos metas en esta vida, y la mía es ayudar como pueda al prójimo —concluye.

—Entonces tu meta es ser un buen samaritano. —Es una ideología de vida muy atípica para alguien que nada en billetes.

—Es una manera de considerarlo, pero como ya dije, cada quien tiene su propia visión de la vida ¿Cuáles son tus mayores aspiraciones, Javier? —indaga. Todo este tiempo transcurrido ha vaciado mi vaso por lo menos en un tercio. Dirigir el trago hacia mis labios y empaparlos con el líquido amargo se volvió una acción inconsciente. Siento un leve cosquilleo en la lengua.

—Si te soy sincero, me dejé de eso hace un tiempo, mi mayor aspiración a día de hoy es llevar una vida plena —confieso.

—Interesante, pero... ¿Qué consideras una vida plena? —replica. Aquiles se sirve otro trago, puesto que ya acabó con el primero. 

—Nunca lo he pensado con profundidad, pero llamémoslo «ser promedio», reducir mi vida a la de alguien más; ya no soy un crío, olvidé la última vez que hice algo por cuenta propia y no por orden de otra persona. El placer y la esperanza de que el esfuerzo rendirían fruto murieron hace años. —Es raro que destape mis pensamientos de esta manera con alguien prácticamente desconocido.

—¿Cuáles son tus parámetros para «ser promedio»? —Aquiles se ve muy interesado.




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