Más que un sentimiento

Capítulo XIV: Sepultureros

Los Alpes franceses

Fecha desconocida...

Una semana desde la extinción humana...

*Asier*

Hace un rato que detuvimos nuestro baile. Karol se acostó en su saco, está cansada y la aurora se halla a escasas horas de presentarse otra vez, al igual que cada mañana, iluminando la montaña, contemplando antes que nadie el florecimiento de las amapolas. Ya quisiera mirarlo también, ver tierra firme y no sólo pendientes.

Karol ya está profundamente dormida, me dio un beso antes de recostarse. Me siento en mi saco, justo a su lado. Se ve tan delicada e inocente, no poder ayudarla o sacarla de este enredo, quiebra mi interior, ella no merece estar aquí. Siento una lágrima escurriendo por mi mejilla, indirectamente empecé a llorar, es ineludible, mis sentimientos por ella son el epicentro de un sacudón de dudas, ansiedad e incertidumbre.

Es duro, no siempre podemos hacer algo, la impotencia que esto me genera es indescriptible. La culpa me invade, a pesar de no tener mérito alguno en perdernos, me siento responsable. ¿Debería sentirme mal? No tiene sentido, me entristece la situación que rodea a Karol por encima de mí y el resto, es espantosa la reflexión a la que llego. Repleto de desesperanza, decido acostarme y cerrar los ojos para descansar la mente. Por todos los problemas de esta noche dudo que a alguien le importe que no haga guardia a pocas horas del amanecer.

horas después...

*Heller*

Una semana entera... más de una jodida semana en este sitio. Ya es oficial, este es el octavo amanecer. Deberemos movernos aprovechando la luz del día, hay que desmontar el campamento, ya no queda casi agua ni comida para todos.

Reviso mis alrededores, desde que dormí siento cómo todas mis emociones se reiniciaron. Mi cabeza está en cero justo ahora. Debo echarle un vistazo a lo que cambió en el entorno, además de la luz solar, como es evidente. Karol y Asier están juntos, aún no despiertan. Todo indica que han dormido menos que yo. Creo que los demás están en la carpa, debería ir a chequear cómo France ha cuidado de Abel y Roman.

Camino hasta el campamento y veo a France dormida en una posición extravagante, no se le nota incómoda, acapara gran parte del interior. Abel sigue soltando quejidos ininteligibles sin recibir el mínimo de atención, y Roman sigue igual, en el constante conflicto entre la consciencia y la inconsciencia, me aseguro de que respire, todavía lo hace, pero a duras penas, está inutilizado.

No soporto verlo sufrir de tal forma, el hacer algo o sólo ignorar la verdad es una elección que está en mis manos... mis... manos. No creí que llegaría a esto aquí, no ahora, no de nuevo...

No tengo culpa de nada, y debo hacer el trabajo sucio ¿Por qué las responsabilidades recaen sobre mí? ¿Es una especie de tortura o maldición? Un conjuro que me está obligando a tomar una de las decisiones más difíciles de mi vida. Él no merece esto, no debería estar en ese lugar... por desgracia siempre podemos hacer algo.

—Espérame en el más allá, hermano mío, espero me recuerdes y puedas despedirte como se debe cuando me vigiles desde el otro lado —susurro. Tomo su cuello con mis manos. Lo suelto, no puedo hacerlo, a pesar de que los guantes insensibilicen el tacto. No puedo matarlo con mis propias manos. Repaso el interior de la tienda buscando con suerte algo con lo que asfixiar a Roman. Sin embargo, no hay una almohada cerca y France estará pronta a despertar. Temo que no queda de otra; es la alternativa más rápida y silenciosa.

—Perdóname por esto, Roman. —Retomo la posición de mis manos y presiono fuertemente hacia delante—. Entenderás que lo hice por tu bien. —Mis párpados desbordan unas cuantas lágrimas que se desvanecen casi al instante a causa del extremo frío. Roman libera quejidos bajos, es lo normal, no tiene energía para gritar. Continúo estrangulando su tráquea. 

Pasados unos segundos empieza a toser, la sofocación es evidente. Falta cada vez menos para acabar con su sufrimiento, el tiempo se me hace eterno, me hiere que sea él, por qué no fui yo o alguno de los demás.

—Adiós, amigo —digo sucesivamente a las convulsiones controladas de mi ya fallecido compañero. Siento un crujido leve en su cuello. Separo mis manos del cadáver. Mis muñecas están tiritando, con ellas, el resto del brazo. France por fortuna no ha despertado. Abandono la carpa cuanto antes, me dirijo nuevamente a mi espacio inicial, más lejos que cerca de lo sucedido, con esa vista abrumante hacia el basto horizonte. En el cual podré meditar unos segundos lo que acabo de realizar.

Lo mejor será que todos estemos despiertos cuando descubran la muerte de Roman, no sólo yo, levantaría muchas sospechas. Tomo a Asier por el hombro para despertarlo.

—¿Heller? ¿Qué pasa? —pregunta entredormido. 

—Ya es de día —informo—. Mejor despertarte antes de que France nos reclame que saltamos la guardia —recomiendo.

—Sí, tienes razón... ¿Cuánto llevas despierto? —interroga.

—Lo justo como para despertarte —contesto—. No olvides que hay que trasladar el campamento para asentarnos en otro punto antes de que caiga la noche —recuerdo.

—¡Es cierto! Hay que despertar a los demás —dice tratando de levantar a Karol. 

Para mi desconcierto, sólo yo sé que no todos despertarán hoy.

*Asier*

Luego de insistir varios segundos, logro despertar a Karol. Heller se encuentra analizando la situación.

—¿Eh? ¿Qué sucede? —pregunta Karol adormecida.

—Hay que movernos pronto, no te preocupes. Tómate tu tiempo mientras vamos a despertar a France y los demás —aclaro. Heller va conmigo.




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