Más que un sentimiento

Capítulo XV: Waffles

Gijón, España

23 de marzo...

Siete años antes de la extinción humana...

*Javier*

Camino junto a Valentina por las oscuras calles a tempranas horas de la noche. La luz artificial y los veleros del puerto permiten ver el agua a nuestra izquierda, y varias bancas y palmeras a la derecha, un deleite total para presenciar el basto mar de frente. Rodeados de edificios, nos desplazamos en busca de algún sitio para comer.

Pasamos por una encrucijada. Tomo a Val y aumento el ritmo para llevarla a un puesto de waffles cerca del muelle. Somos jóvenes en su primera salida, ambos acordamos en que queríamos pasárnoslo bien donde sea, un restaurante, en la playa, una plaza, caminando por los parques... Lo importante es que cumplí mi cometido, estar junto a ella. 

Las luces de la feria, personas caminando de un lado a otro. Ya no son horas de sumergirse por precaución a la marea, es preferible relajarse en la arena y preparar pequeñas fogatas con grupos de amigos. Fue un día fabuloso y soleado, dejó su sello en la piel bronceada de Valentina, que a pesar de ser rubia y, según ella, verse espantosa por el color rojo de sus mejillas, se mira fenomenal.

—Buenas noches, bienvenidos a Waffly ¿Anoto su orden? —pregunta una empleada risueña de cabello negro bastante cortés. Tenía pantalones ajustados y una holgada camiseta blanca. Tomamos asiento.

—Sí, por favor. Me gustaría un mega waffle y dos batidos de chocolate y vainilla —pido. A pesar de no ser un local tan espacioso, vamos, siquiera un local, este puesto tiene los mejores sabores dulces del lugar, afortunados aquellos que adoren el azúcar, como Val.

—¡Gracias por traerme aquí, Javier! Amo los waffles —agradece. Estamos sentados en una mesa de picnic, el uno frente al otro. Hay una pequeña maceta en el medio, sin embargo, no irrumpe el contacto visual de ningún modo.

—No te preocupes, sabía que te gustaban, Val. —El mega waffle es la opción idónea para ambos, es el modelo más grande y viene repleto de golosinas, chocolates, sirope y chispas. Dudo que una sola persona pueda comerlo sin empalagarse a la mitad del proceso.

—¿Sabes? Eres muy mono conmigo, es divertido. —Ríe agudamente.

—Val, sabes que. —Un alboroto se escucha expande hasta nosotros—, quería darte algo.

—¡No te oigo, Javier! —exclama debido al griterío.

—¡Que quería dart...! —Me interrumpe al instante.

—¡Mira! ¡Fuegos artificiales! —Su atención se desvía a la pólvora que generaba efectos luminosos en el cielo. Es sensacional, pero... detesto quedarme con una idea a medias.

—Son hermosos... —Sus pupilas se dilatan y reflejan los varios colores de la pirotecnia, en cambio, las mías se dilataban tras contemplar al detalle cada mínima pizca de belleza del magnificente rostro de Val. Aprecio su mano plantada sobre la mesa, intento acercar la mía lentamente.

—¡Hay que ir! —Inocente, quita la mano de la mesa y se levanta buscando aproximarse a la orilla del muelle—. ¿A qué esperas? ¡Ven! —La acompaño, no nos alejamos mucho de la mesa. La superficie del agua sirve como reflector, duplicando las distintas formas de aquellos cohetes, sin saber qué celebrábamos, ahí estábamos. Sentados al borde de varias tablas de madera, sostenidas por pilares del mismo material, a una altura considerable del agua. No había mucho que conversar, nos conocemos desde hace tres meses, coincidimos en una empresa que apoyaba un proyecto para el trabajo de investigación de nuestras respectivas universidades. Sin embargo, es primera vez que convivimos en persona, ya que empezamos a relacionarnos por chat, y así seguimos hasta el día de hoy. 

Tras pocos minutos, el alboroto cesa y podemos volver a sentarnos. Miro a Val fijamente, ella hace lo propio y me devuelve la mirada con sus ojos marrones.

—Como te decía, Val. Quería darte algo —informo.

—¿De qué se trata, Javier?

—¡Aquí tienen su pedido! Agradecemos la paciencia. —La chica deja el waffle y los batidos sobre la mesa. Ambos, en vasos de cristal cóncavos, untados de crema chantilly y con una cereza encima. Las pajillas tenían un patrón blanco y rojo, como si fueran bastones de caramelo, dan una ilusión bastante tentadora de ser comestibles, aunque por desgracia no dejan de ser plástico. El fondo del recipiente dejaba ver todo el chocolate derretido que tenía.

—¡Muchísimas gracias! —decimos Val y yo al mismo tiempo. El waffle es gigante, tiene un montón de ingredientes encima, sin contar la crujiente estructura del mismo. No sé cómo morder algo de tales proporciones. Lo divido a la mitad para empezar con el atracón de dulce.

Después de un rato, terminados de comer, me obliga la necesidad de pedir agua para hidratar mi paladar tras el dulzón aperitivo.

—¿Podría traerme una botella de agua, por favor? —digo aprovechando que la mesera pasó a recoger lo que dejamos.

—¡Claro! Sin problema —contesta sonriendo a la vez que me guiña el ojo. Le agradezco.

—Oye, hace un rato me dijiste que querías darme algo ¿No es así? —pregunta Val—. De igual manera, quería agradecerte por traerme aquí hoy, lo pasé muy bien. De verdad, gracias —insiste.

—No debes agradecer, lo hice con mucho gusto, hay que aprovechar al máximo esta visita ¿No? —respondo—. Y sí, sí. Llevo todo el día ansiando este momento, quería entregarte algo, pero puede esperar. —Ipso facto, la camarera trae las botellas de agua. Las bebemos; tan pronto acabamos, pago la cuenta. Nos marchamos.

La oscuridad trasladó a la multitud a casa, dejando pocas personas por las calles. Acompaño a Valentina a la estación de trenes, debe estar cerca de pasar el último hacia Oviedo. Es casi un milagro que su padre la haya dejado venir, nunca la suelta y si de él se tratase, la amarraría con correa, estoy altamente en desacuerdo con esa postura tan anticuada. No porque sea chica signifique que deba vivir apresada bajo su cuidado, si se le pudiese llamar así. Sólo espero que no la perjudique a futuro.




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