Más tuyo que mío (libro 3 Saga Mas)

Prólogo

Sea que nuestra historia esté escrita desde mucho antes de nacer o que, haciendo uso del libre albedrío, la vayamos escribiendo conforme a nuestras decisiones. Hay algo que muy pocos, casi nadie, toma en cuenta y es que, así como no estamos solos en este mundo, nuestras historias siempre serán revisadas y editadas por quienes nos rodean. Somos víctimas de su influencia, querámoslo o no.

Y es allí donde nuestras almas comienzan a cambiar el sublime color pastel que traemos de fábrica. Volviéndolas cada vez más oscuras, inclusive, algunas hasta llegar al negro absoluto.

Es allí donde comenzamos a entender que hay otros sentimientos además del amor, la bondad, la ilusión y la felicidad. Para nuestro mayor pesar, comenzamos a conocer a sus parientes antagónicos: el odio, la maldad, la desilusión y la tristeza.

Entendemos que no todo es bueno y perfecto, que existe la injusticia y que, mientras crecemos, estamos obligados a volvernos astutos y usar toda nuestra inteligencia para poder sobrevivir en este mundo. Para sortear los obstáculos y buscar ese punto medio, aquel tono gris que nos permitirá vivir en armonía. Creamos nuestro propio mundo, dentro de una idílica burbuja irrompible. Aquella que nos resguardará mientras alcanzamos la felicidad.

«Solo los astutos sobreviven en un mar repleto de tiburones, recuérdalo siempre, Dandy, mi pequeño caramelito multicolor».

 

Ж

 

—¡Felicitaciones, Sr. Gay Veccio! Es usted padre de un hermoso y tierno niño —aunque internamente reprobó las palabras utilizadas por la enfermera, su atención se enfocó en aquel pequeño envoltorio que ella sostenía en su regazo.

—Mi fuerte y sano primogénito. Mi primer hijo varón —corrigió, enfatizando cada palabra e intimidando a la mujer con solo una mirada.

Muy pronto, el resto de la familia se hizo partícipe del momento y se acercó a conocer al nuevo integrante. Benedict mostró a su hijo con orgullo frente a su hermano Bernard y a Betania, madre de ambos y la única que preguntó por la salud de Carmín, la exhausta mamá primeriza quien descansaba en la habitación asignada por el hospital.

Abigail, esposa de Bernard, se acercó a ellos llevando de la mano al portador de un par de atractivos y curiosos ojos grises, Lance Gay Veccio. Su hijo de tan solo dos años de edad, quien estaba ansioso por conocer a su futuro compañero de juegos y travesuras. Al primero de ellos porque, en el vientre de su mamá, se gestaba otra vida que, muy pocos meses después, también vería la luz, su hermanito Lester.

 

Ж

 

—Nuestro bebé es hermoso —escuchó el comentario de su esposa y Benedict odió esa manía de las mujeres de usar palabras tontas para describirlo todo.

—Bernard pronto tendrá dos, debemos apresurarnos con mi otro hijo varón —Carmín lo miró con reproche, pero él ni siquiera se inmutó.

—No llevo ni un día siendo madre. ¿Y ya me presionas para tener otro bebé? —ella refutó, indignada, por esa obsesión de querer superar a su hermano siempre— Aunque vuelva a embarazarme pronto, ¿qué sucedería si nace una niña en vez de un varón?

Le habló con retintín, pero la severa mirada de Benedict la hizo estremecer al comprender su intención.

—Solo tendremos hijos varones —zanjó, inflexible. Carmín quiso replicar, pero ligeros toques en la puerta frenaron su acción.

El pequeño Lance se liberó de la mano de su abuela Betania y corrió hacia donde estaba su primo.

Muy pronto la habitación estuvo llena de personas, regalos y buenos deseos para el recién nacido. Las mujeres conversaban amenamente sobre el nombre más indicado para el bebé, siendo que la abuela estaba cansada de que, durante varias generaciones, en la familia solo se usaron nombres repetidos. Heredados de padres a hijos y siempre con la letra B como inicial.

Abigail sugirió iniciar una nueva etapa utilizando la letra L dado que ya tenían a un Lance y a un Lester en camino. De inmediato comenzó una lluvia de sugerencias tales como: Lucas, León, Luciano, pero, aunque ellas no lo tomaran en cuenta, el padre del niño haría valer su autoridad.

—Mi hijo se llamará como yo —aclaró levantando la voz—. Benedict Gay Neiman.

 

Ж

 

3 AÑOS DESPUÉS…

Benedict estaba furioso e insoportable, 3 años pasaron desde el nacimiento de su primogénito y aun Carmín no le había dado otro hijo varón. Su joven esposa consiguió quedar embarazada, un par de veces, pero siquiera llegó al primer trimestre de gestación cuando sucedieron abortos espontáneos.

Varios especialistas los habían examinado y calificado aptos para procrear, aun así, no podían lograrlo y él no lo entendía. Uno de sus médicos le recomendó tomarse las cosas con calma, irse de vacaciones y liberarse de todo lo que le causara estrés.

«Tal parece que esos imbéciles obtuvieron sus títulos como regalo de Navidad. ¿Acaso ninguno se da cuenta de que la razón de mi estrés es justo no poder tener más hijos?». Era la opinión del aludido cada vez que le mencionaban esa milagrosa solución.




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