Más tuyo que mío (libro 3 Saga Mas)

Capítulo 2

Betania se aseguró de llegar temprano el primer día de clases para ir a buscar a sus nietos en la escuela. Y, al igual que lo hizo con Lance en su momento, los llevó a comer helados para compartir tiempo a solas y celebrar el inicio escolar de Lester y Ben.

Muy poco le importó que los escoltas de los hermanos Gay Veccio tuvieran órdenes expresas de llevárselos a casa. Al final, no les quedó más opción que llamar a Bernard y reportarle los hechos. Tal como siempre sucedía cuando la matriarca imponía su autoridad sobre cualquiera que se interpusiera en su camino.

Una vez escogidos los sabores y comprados los helados, Betania los instaló en uno de los cómodos sofás de espaldar alto, donde podía observarlos de frente y conversar tranquilamente con ellos.

—¡Qué grandes y guapos están todos! En un pestañear comenzaré a preocuparme por la cantidad de niñas lindas que van a asecharlos —la abuela sonrió mientras les daba suaves pellizquitos en las mejillas, pero al escucharla, sus jóvenes invitados hicieron notables caras de repulsión.

—¡Las niñas no son lindas, Abu! ¡Solo son fastidiosas y lloronas! —replicó Lester y Ben lo secundó, mientras que la aludida los miró con total reprobación.

—Las niñas son hermosas, delicadas, dignas del mayor respeto y consideración —les aclaró muy seria y ambos niños comenzaron a mirarse el uno al otro, entendiendo que se habían excedido porque su abuela no solía molestarse con ellos casi nunca.

Lance les sonrió burlón, Abu tuvo esa conversación varias veces con él, así que ya sabía a qué atenerse, pero su hermano y su primo, aún no la conocían lo suficiente.

—Ustedes aún son unos críos, pero pronto crecerán, convirtiéndose en hombres educados, inteligentes y muy respetuosos del género femenino, porque a una mujer ni se le ofende ni se le daña, de ninguna forma. ¿Entendido?

Ella los miró inquisitiva, uno a uno, cerciorándose de haber sido escuchada y comprendida, continuando únicamente cuando los tres niños asintieron en su dirección.

—Sin importar las opiniones de las personas que están a su alrededor, o lo que opinen Bernard y Benedict al respecto, quiero que mis nietos me prometan que crecerán siendo hombres amables, trabajadores y correctos.

—Te lo prometo, Abu —Lance fue el primero en hablar cuando ella lo interrogó con la mirada. Seguido de Ben quien comenzó a recordar las escenas en las que su papá asfixiaba a su mamá y se entristeció. Lester se lo pensó un poco más, pero al final, también asintió, prometiéndolo por todas las niñas… excepto por las dos fastidiosas que no dejaban de molestarlo en el salón.

 

Ж

 

Una vez que Betania se aseguró de abrir las mentes y aclarar las ideas de sus nietos, llevó a los Gay Veccio hasta su mansión y, mientras se regresaba a la suya, notó que su acompañante se encontraba, inusualmente, triste y callado.

—¿Qué tienes, Ben? ¿Te sientes mal?

—Abu… —el que su nieto mirara temeroso hacia su escolta, le indicaba la seriedad del asunto a tratar, por lo que ella hizo señas al pequeño para que hiciera silencio e inventó una nueva parada antes de llegar a casa.

 

Ж

 

Estando en el Spa, del cual era socia, Betania se aseguró de dejar a los escoltas en la sala de espera mientras iba con su nieto hasta uno de los salones para poder hablar en privado.

Entre lágrimas, y después de que ella le prometiera varias veces que no diría nada a Benedict. Ben le relató lo sucedido cuando sus padres volvieron del crucero por el Mediterráneo. Del golpe en su mejilla, razón por la que no asistió a clases, de las amenazas de su papá para que no lo delatara y de todas las restricciones impuestas tanto a él como al personal a su alrededor.

No podía ir y desollar a su hijo porque se lo prometió a su nieto, pero después de semejante confesión, no había poder humano que evitara que Betania hiciera cambios en muchas cosas. Comenzando por dejar a un lado los viajes largos y solitarios para quedarse a vivir, definitivamente, en la mansión Gay Neiman.

«¡Nadie se mete con mis nietos, porque para mí son sagrados! Si Bernard y Benedict creen que van a salir ilesos de tantas estupideces, están muy equivocados».

 

Ж

 

10 AÑOS DESPUÉS…

—¿No te parece que estás exagerando con los consejos de Abu? —le recriminó Lester, fastidiado porque Ben prefiriera pasar más tiempo conversando con las niñas que jugando con él y con Jules. El aludido solo hundió sus hombros como respuesta y continuó en lo suyo, mientras que sus compañeras miraban con desprecio al par de desadaptados que pretendían llevárselo.

Y es que, no estaba siguiendo los consejos de su abuela. A sus diez años de edad, Ben sentía que los juegos de Lester y Jules eran demasiado salvajes, donde él siempre terminaba hecho un asco y odiaba estar sudado, con la ropa arrugada y sucia. Por eso prefería pasar el recreo ocupando su mesa favorita en el jardín central de la escuela, coloreando o conversando con sus amigas, quienes no perdían tiempo de rodearlo y hacerle compañía.




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