Mascarada de rojo y sangre

1: ¿A dónde vine a parar?

Bebidas, música a todo volumen, baile hasta que el cuerpo aguante. La juventud tiene la virtud de gozar eso y más pero desperdician cada minuto en vez de aprovecharlo para descubrir el mundo.

La vida de Jazmín no era muy diferente a esa realidad, ella era un poco introvertida pero le gustaba hacer lo que quería, caprichos que su madre permitía pues era aplicada, inteligente y no descuidaba su estudio, lo que esperaba un padre de un hijo.

Pero, a pesar de esas libertades, lo que más le disgustó a la joven de diecisiete años fue mudarse a otra ciudad por el nuevo empleo que recibió su padre. Armó un drama, aun sabiendo que era para mejorar su calidad de vida aun así se sometió a la voluntad de sus padres.

Instalada en su nuevo hogar que constaba de tres pisos, aburrida, Jazmín terminaba de acomodar su ropa en el armario, con la mirada perdida en la ventana de su habitación. Le habían dejado uno de los cuartos más amplios de la casa, contaba con dos ventanas que daban hacía la parte trasera de la casa donde se extendía un parque rodeado de árboles, la otra daba hacia el edificio vecino. Quedaban en una esquina de la habitación, Jazmín había ubicado su cama en ese espacio. Aunque era de ensueño, eso no bastaba para quitarle la frustración de haber dejado a sus amigos atrás. Pensaba que por suerte tenía una prima que vivía en la misma ciudad, pero no era lo mismo.

Terminando de arreglar, se acostó en su cama; aún faltaba ponerle el cobertor y las almohadas, eso no le importó pues quería tomar un confortable descanso. Era viernes, inevitablemente pensó qué haría si estuviera en su antiguo hogar: estaría rumbo al centro comercial con sus amigas o en una fiesta que hubiera organizado el novio universitario de Valeria. Ahora lo único que le quedaba hacer era estar todo el día en casa porque ni tenía ánimos de salir.

Mientras filosofaba viendo el blanco del techo, recordó el nuevo instituto. Cursaba último grado, ya había empezado el año escolar, otro motivo más por el que odiaba estar allí. No quería ir, se sentiría como el bicho raro y empezar de cero le incomodaba. Eso, sumado a lo pequeña que era esa ciudad donde al parecer ni un alma daba de qué hablar, dieron pie para sentirse aislada del mundo.

Se levantó para ir hacia la ventana que quedaba al espaldar de la cama, con vista hacia el pequeño parque. Bufó, molesta, porque no hallaba qué hacer en un lugar que parecía más un patio de recreo para niños. Miró hacia la otra ventana, en dirección hacia el edificio que quedaba cruzando la calle, el único en la zona pues de resto había casas.

Buscó si había algún vecino que llamara su atención, pero le pareció un geriátrico y guardería, sólo encontró ancianos en los balcones y niños jugando como locos.

—¿A dónde vine a parar? —musitó apesadumbrada.

Su mirada se detuvo en la ventana del tercer piso de aquel complejo, la cual estaba abierta, mostrando el oscuro apartamento. Detalló el interior del inhóspito lugar buscando distraer las ganas de llorar por la impotencia que cargaba. Apoyó los brazos en el marco, luego posó su barbilla sobre ellos, dando un afligido suspiro.

Por un momento creyó ver una sombra que pasó rápidamente, pensó que su mente le estaba jugando una broma, pero segundos después pasó alguien quien se asomó por la ventana, a lo cual impresionada, se enderezó en su sitio.

Era un chico, no le pondría más de veinte años, era alto, delgado, con el torso y brazos tonificados. No traía camiseta puesta por lo que dejaba a la vista su tez caucásica, muy blanca, tanto que a Jazmín se le vino a la mente la imagen de un albino, aunque él tenía el cabello negro al igual que sus ojos. Quedó embobada, observándolo con la boca abierta. El tipo lucía enojado, se aferraba al marco de la ventana, cerrando fuerte la mandíbula.

Jazmín pasó saliva, sintiéndose cohibida por tan atractivo espécimen. ¿Y si estudiaba en el mismo instituto? Sería una locura tener un vecino así, cursando el mismo año que ella. Se quedó admirándolo; no supo cuánto tiempo había pasado cuando él apareció, cosa que no le importaba en lo absoluto. Solo cuando aquel extraño vecino conectó sus ojos con los de ella, volvió a la realidad.

A Jazmín se le paralizaron los sentidos y el corazón en ese breve instante. El chico la miraba de forma intensa, aferrándose más al marco de la ventana, queriendo arrancarlo de su lugar. Fueron los segundos más inquietantes para ella, no sabía si disimular que lo miraba o quedarse quieta hasta que él desapareciera. Seguía observándola, no supo si con odio por haberlo visto o por otra cosa, pero esa mirada penetrante la dejó anulada de cualquier acción.

De repente, la vista de Jazmín se oscureció, sintiendo unas cálidas manos posarse sobre sus ojos. La chica se sobresaltó tanto que sintió el corazón correr a mil por hora, tamaño fue el susto que dio un brinco y pegó un grito. De lo aterrada que estaba quitó las manos que cubrían sus ojos como si quemaran. Se giró, reparando en una chica de ébano cabello quien, descolocada, la veía de pies a cabeza.



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En el texto hay: misterio, suspenso, badboy

Editado: 24.04.2019

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