Despertó cuando ya se escuchaban las campanadas de la cena. En su habitación no quedaban espejos, todos fueron destruidos por él, por lo que siempre salía sin mirar como le quedaban los atuendos. Llegó al comedor y como de costumbre, la cena estaba servida para todos, aunque solo cenaran él y Abraham cada noche.
—Me alegra ver que no saltó del balcón, esta vez —comentó Abraham divertido llamando su atención.
—Te dije que no lo haría —exclamó mientras se sentaba.
—Aún está preocupado.
—No sirve de nada decirte que no —reconoció con un suspiro—. Aún pienso que algo podría salir mal.
—De seguro sabrá cómo resolverlo —aseguró restándole importancia—. Tenía que recordarle que mañana temprano comienzan los preparativos para la celebración de la fundación del reino y la conmemoración de la reina Aurora.
—Lo sé —desdeñó Nathaniel—. Créeme que nunca más olvidaré esa fecha.
—Lamento mucho lo del año pasado, majestad.
—¿Y lo de todos los años anteriores? —interrogó con disgusto.
—El rey dijo que esta vez duplicaría la guardia para…
—Los guardias los ayudan —interrumpió furioso—. No puede haber una explicación distinta. El único motivo por el que no he muerto, es porque mi madre aseguró que no podía tener más hijos, pero la verdad no le creo.
—Sinceramente, no creo que quieran matarlo, majestad.
Una expresión de incredulidad se dejó ver y fue reemplazada, en un instante, por una de seria indiferencia. Después de terminar de cenar, el príncipe pretendía volver a encerrarse en la biblioteca, pero el visir le cerró las puertas con llave. Sabía que los sabios de seguro ya se estaban dormidos y sus padres debían estar realmente ocupados a esa hora, pues no los vio en ningún lugar. Estaba por irse a dormir cuando se le ocurrió pasar por el mausoleo.
De nuevo, se encontró de pie frente al corredor. Algo dentro de él le pedía a gritos llegar hasta el final, algo le decía que allí estaba la respuesta que buscaba, pero otra parte de su ser deseaba alejarse tanto como le fuese posible. Sentía el estómago revuelto mientras los colores y los arabescos de la máscara cambiaban de manera incesante, presas del miedo, la ira, la desesperación, la impotencia y la duda.
Cuando finalmente una única expresión tomó el control de la máscara y del corazón de Nathaniel, el príncipe dio la espalda con absoluto rencor, sacudió la capa que ondeaba en su espalda y se fue.
—No necesito nada de ustedes para quitarme de los hombros este pesar que me han hecho cargar. Nada pueden saber ustedes que yo no sepa.
Regresó molesto a su recámara y se fue a dormir sin siquiera cambiarse. En la mañana lo despertó una voz que no escuchaba seguido en su habitación.
—Levántate, dormilón —dijo en tono cariñoso—. Te has perdido el desayuno. ¿Estás enfermo? Tu padre comienza a preocuparse.
—¿Mamá? —interrogó adormecido y desconcertado.
—Debes bajar, mi príncipe —susurró mientras le revolvía los oscuros cabellos—. Ya comenzaron los preparativos, no has comido nada y tenemos una persona que te espera abajo.
—¿A mí?
—Así es —dijo emocionada—. Tu padre piensa que tal vez sea mejor que tú le acompañes durante los preparativos.
—¿Quién es? —interrogó con fastidio.
—Aséate, baja y lo verás —respondió risueña—. Y quita esa expresión de molestia, no te queda bien.
—Bajaré enseguida.
—Gracias.
Nathaniel salió malhumorado de la cama, se preparó y bajó a desayunar. De camino al comedor, alcanzó a ver casi como una bruma a alguien caminando en dirección a los jardines traseros. Eso no le sorprendió, con los preparativos, personas diferentes estarían rondando el palacio. Después de desayunar, fue a buscar al visir, pero no lo encontró en su despacho y recordó que estaría ocupado con los preparativos. Reflexionó por un momento donde estaría la persona que lo esperaba y comenzó a dar vueltas por el palacio, pero no logró dar con ella.
Pasó por su mente la figura que vio ir hacia los jardines y caminó sin prisa intentando divisar algo, pero no parecía haber nadie allí. Estaba por regresar cuando vio a la princesa Eva, salir del panteón real. No parecía contenta y no se percató de que él estuviese a tan corta distancia. ¿Acaso era a ella a quien él debía encontrar? Y ¿Qué estaba haciendo en ese lugar? ¿Acaso no debía haber partido el día anterior?
Mirándola caminar en dirección al palacio, recordó las palabras de Taurini y dio gracias al cielo que ella si se hubiese ido, pues confirmó que abandonó el reino tras su discusión. Se dirigió hacia Eva sin prisa, pues no tenía ánimos de darle alcance, pero resultaba inevitable.
—¿Qué estabais haciendo allí? —interrogó paciente.
—Majestad, no me asustéis de esa manera —exclamó Eva en un grito mientras se sujetaba el pecho.
—Lo lamento —dijo avergonzado—. Me dio curiosidad.
—No fue nada especial —comentó recobrando la compostura—. Conversaba con los reyes.