Máscaras

Un paseo con el sabio

Cuando lograron perder a todos, el príncipe jadeante se recostó de una pared y se dejó caer sentado al suelo. Aún tenía una sonrisa de satisfacción e incluso con los ojos cerrados, la máscara parecía resplandecer.

—Majestad, acaba de hacer una locura —expresó Eva arrodillándose junto a él.

—Y se sintió bien —reconoció Nathaniel satisfecho—. Extrañaba esa sensación.

—Pero no puedes esconderte —aseguró preocupada—. Digo, eres una persona que llama mucho la atención.

—¿Eso piensas? —interrogó con expresión burlona.

Nathaniel se puso de pie, se quitó la capa que cubría su espalda, le dio vuelta y la dobló como una capucha negra, para cubrirse la cabeza y parte del cuerpo. Quitó de su ropa todos los broches decorativos y ante los ojos atónitos de Eva, el príncipe se transformó en un escribano o quizás un sabio; de los que se paseaban por las calles con toda calma y sin más desdichas que su propia sabiduría. Bajo la falsa túnica, Nathaniel aún enarbolaba una sonrisa de radiante. 

—¿Quiere dar un paseo con un sabio? Madame —interrogó con entusiasmo.

—Me encantaría —dijo entre risas—. Pero, ¿acaso no nos descubrirán por mi causa?

—Si me permite, majestad.

Nathaniel se acercó con cuidado, tomó la tiara de Eva y la ocultó bajo su capa. Le soltó el cabello para que callera sobre sus hombros y ocultó los broches de su vestido.

—Perfecto —dijo satisfecho—. Es usted la dama más elegante y hermosa que podría andar con un sabio. ¿A dónde quiere ir? Madame.

—No conozco la ciudad. ¿Qué me recomienda el sabio? —interrogó divertida.

—Sé de algo que le gustara, vamos.

Al salir del callejón, Eva sintió que el corazón se le paralizaba, al ver a unos guardias correr hacia ellos. Sin embargo, notó que Nathaniel continuaba caminando tan sereno como al principio. La tropa pasó de largo y los ignoró por completo.

 —Calma, madame —dijo Nathaniel en tono paciente—. Ellos buscan una máscara, junto a una dama con el cabello recogido y una brillante tiara en su cabeza. ¿No es así? Además, muchos de ellos, no saben cómo luce su majestad.

—Tienes razón.

—Continuemos.

La princesa se aferró con fuerza al brazo de su acompañante y continuaron su camino. Nathaniel la llevó a las plazas donde practicaban los artistas antes de la gran presentación, lo que era como ir a un circo sin tener que pagar la entrada. Muchos de los actos el príncipe ya los había visto, pero Eva estaba encantada. Al terminar, se dirigieron al mercado de obsequios, donde colocaban mesas y caminaban vendedores hasta donde alcanzaba la vista. Todo estaba lleno de artesanías y objetos que las personas compraban para regalar. 

La llevó a dos de los teatros de la ciudad, en los que no estaban haciendo ninguna presentación, pero poder de admirar el lugar era suficiente para Eva y se complacía de que Nathaniel, respondiera sin dudar a sus preguntas. De allí caminaron a un parque, en el que la principal atracción, era un lago lleno de hermosos peces de colores, que los visitantes podían alimentar desde varios puentes que rozaban el agua. 

Pasaron por la gran iglesia y ayudaron a los sabios a decorar y cuando terminaron de pasear, fueron a la biblioteca de la ciudad. Eva estaba encantada con el renovado entusiasmo de Nathaniel y el hecho de poder escucharlo reírse y actuar con absoluta libertad. De camino a la biblioteca le obsequió unas galletas que ella disfrutó gustosa, antes de entrar al magno edificio. Nathaniel tenía muchos deseos de saludar a un viejo amigo que trabajaba allí, a quien no veía desde hacía un tiempo.

—Esta biblioteca es más grande que la de palacio —exclamó Eva al entrar mirando a su alrededor.

—Muchos de los libros de palacio los llevaron desde aquí por petición mía —explicó Nathaniel con aire orgulloso—. Puede dar un paseo si gusta, pero trate de no perderse, iré a buscar a alguien.

—Está bien.

Nathaniel buscó por todos lados, corriendo por los pasillos, hasta que dio con un caballero que organizaba libros en las repisas, al final del edificio. Era tan semejante al visir, que fácilmente podría creerse que se trataba del mismo Abraham, pero ese no era el caso. El caballero, de nombre Damián, era hermano gemelo de Abraham y al igual que el visir, sentía un inmenso aprecio por Nathaniel. El príncipe se acercó en silencio, tomó los libros que quedaban y los colocó en sus respectivas repisas.

 —Muchas gracias, señor —dijo el caballero en tono amable— ¿Puedo ayudarlo con algo?

—Te ves cansado, Damián —comentó Nathaniel divertido.

—¿Me engañan mis oídos? —interrogó sorprendido, mirando con curiosidad al sabio—. No estoy tan viejo.

—Viejo, si estás —se burló el príncipe—. No sé por qué aún sigues aquí, pero me alegra mucho verte.

—¿Nathaniel? —preguntó aún más asombrado—. ¿Eres tú?

—No lo digas muy alto —pidió con rapidez.

—Muchacho —expresó Damián con emoción—. ¿Cómo es posible que hayas resucitado?

—¿Resucitado? —interrogó sorprendido—. Si jamás he estado muerto.



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En el texto hay: fantasia, principes, mascaras embrujadas

Editado: 13.06.2023

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